Las calles del barrio eran el encuentro constante con los vecinos. Desde una puerta maltrecha de un conventillo, un tano le invitaba a comer pastas para agradecerle. Unos metros más adelante, un gallego le preguntaba si quería jugar al fútbol un rato con sus amigos. Mientras el traqueteo del tren partía la tranquilidad de La Boca, Helmer Salvador Flores abría la farmacia Canet y les hacía amistosos chistes a los clientes que esperaban temprano para comprar y quedarse junto a él en charlas interminables. A veces, entraba el pintor Benito Quinquela Martín para que le tome la presión y también caer en la tentación del diálogo con el farmacéutico amigo.
Al cordobés de 79 años, ese paisaje de mixturas le sirvió de inspiración para sentarse a escribir poemas a uno de sus grandes amores, su antiguo barrio. ‘¿Cómo olvidar sus conventillos de madera, pintados de hermosos colores?, sus maletones cubiertos de malvones, sus largas escaleras, la ropa colgada en los patios...‘, dejó plasmado en ‘La Boca‘.
Helmer es el ejemplo ideal de aquel que se fue del barrio, pero nunca lo dejó. ‘La Boca para mí es un amor muy grande‘, le dice a Porteño del Sur, mientras muestra algunas fotografías de las viejas calles, con jóvenes y grandes que miraban a la cámara sin saber que iban a quedar en la historia personal de este hombre, que repite: ‘Toda esa nostalgia que me genera la guardo en mi corazón‘.
Durante décadas fue el dueño de su farmacia ubicada en Coronel Salvadores y Carlos Melo, ‘a metros de la vía‘, destaca y enseguida agrega una anécdota: ‘Eran tantos idiomas que me costaba entender. Alguno que estaba esperando siempre me daba una mano. Era muy difícil‘.
Pero por circunstancias que desea dejar en el cajón del olvido, Salvador Flores cruzó el viejo puente de madera de Avellaneda y se mudó a Sarandí. Sin embargo, sus ojos aún están donde la Ciudad de Buenos Aires comenzó a principios del Siglo XIX con la ola de inmigrantes de Europa y las tradiciones que irradiaban las culturas y la sorpresa por las nuevas tierras. ‘Me inspiró todo, el perfume de La Boca, el de su gente, lo sano. Es una gran familia‘, expresa.
En La Boca conoció a su mujer, ‘el pimpollo del barrio‘, cuenta emocionado. ‘Venían las hermanas y me decían que la cuide. Eran todos tanos, así que imagínate‘, rememora pone una tonada italiana para imitar esas conversaciones. Se jacta de que vio el ‘oscuro Riachuelo‘ de noche y conoció a muchísimos amigos. ‘Si parece que fue ayer, cuando con ansia esperaba que sonara la campana de la escuela para estar a tu lado...‘, escribió en ‘Cachito de Cuero‘. A pesar de su arraigo, no eligió como a su equipo favorito al Xeneize, sino que es hincha de San Lorenzo. ‘Me cargaban los muchachos‘, recuerda Helmer.
Con el paso del tiempo, La Boca creció hasta convertirse en un centro para el turismo, por eso Helmer decidió describir: ‘Hoy en los balcones ya no se ven malvones... tampoco se escuchan los alegres acordeones, ni el canto de su gente. Los patios están tristes y el colorido ya no existe‘.
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