Primera confusión: creer que “entrenar” es compatible con “enseñar”.
Segunda confusión: creer que un buen técnico para uno, lo será también para otro.
Tercera confusión: creer que para diferentes boxeadores aplican las mismas recetas.
Todo este combo sufrió en carne propia el pasado sábado el californiano de raíces mexicanas Andy Ruiz, ante el estadounidense Chris Arreola, un veterano de 40 años que hacía casi 2 que no se subía a un ring, y que pese a todo lo derribó en el 2º, aunque perdió con dignidad en fallo unánime.
Muchos esperaban más de Ruiz, rescatado por el Canelo Álvarez de una honda depresión, quien lo contactó con su afamado DT -el también mexicano Eddy Reynoso-, tras su derrota ante Anthony Joshua en la revancha de aquel batacazo donde el “gordo” paralizó al mundo con un escalofriante KOT 7 sobre el inglés.
Ruiz no supo controlar la fama tras aquella resonante victoria, se entregó a los vicios y a los placeres –de todo tipo-, aumentó de peso, abandonó el gimnasio, no escuchó consejos, y casi que regaló el título ante Joshua en la revancha, lo que lo ahogó en una depresión aguda que en realidad había comenzado antes, cuando tocó el cielo con las manos sin estar preparado.
Así fue que el de sangre azteca se contactó con el Canelo, le pidió ayuda, y éste lo acuñó en su equipo junto a su DT Reynoso.
Allí volvió a nacer. Juntó sus pedazos, resurgió de sus cenizas como el Ave Fénix, y reencausó su vida deportiva y boxística. Pero unos meses no alcanzan para reconvertir el estilo de un púgil hecho, que durante toda su vida hizo otra cosa, y para colmo le fue bien.
Reynoso tenía como principal misión entrenar a Ruíz en lo físico, que era lo que había fallado por haberse descarrilado en su vida privada previo a la revancha ante Joshua. Con eso alcanzaba. Su problema no era su forma de boxear, sino su falta de condición atlética por ausencia de entrenamiento e indisciplina. De haber estado en mejor forma, quizás hubiese vuelto a noquear a Joshua, quien lo boxeó y escapó toda la noche, desgastándolo.
Pero no. Como muchos DT, creen tener la verdad revelada y aplicó su fórmula, sin medir el receptor. Y creyendo en que la suya es la llave del éxito entrenó al Gordo como si fuera el Canelo. Lo bajó de peso (quizás exageradamente), le restó parte de esa masa que le aportaba potencia, e hizo “boxear” jabeando desde la larga distancia a un retacón fornido que se mueve por lógica antropométrica mucho mejor en la media y corta, de contragolpe.
Ruiz, siendo más petiso y corto fue a buscar toda la noche a Arreola en un formato tan antinatural como lo sería la selva para un tiburón, con cero estrategia, sólo mecánicamente, tratando de aplicar ensayos domésticos debidamente aprendidos, pero sin empatía propia.
No impuso su boxeo, se impuso el hombre; porque pegó más, porque aguantó, porque tuvo más resto y juventud, y porque tiene más “polenta”, todos atributos naturales que los hubiera tenido igual –y hasta mejor- de haberse dedicado solamente a su parte física.
Cayó en el 2º como lo haría un león sobre patines, porque fue el bautismo inexorable de una pifia provocada por el reino del revés y no perdió por KO porque otras leyes se impusieron. Lo superó porque a veces en boxeo 2 más 2 son 4, aunque se apague toda la energía del universo.