Sucedió este último finde, con horribles fallos acaecidos en sendas veladas de viernes y sábado en Zárate y la FAB respectivamente.
Fueron en las discutidas victorias de Luis Cusolito sobre Guillermo Soloppi y de Guido Pitto ante José "Puro" Paz.
En boxeo -se ha comentado muchas veces-, el gran problema es cuando la pelea la domina el que va de punto, ya sea por su teórico menor nivel, o porque es el visitante, o por no ser el púgil del promotor.
En ese formato, mientras los hechos no modifiquen el "statu quo" -es decir, mientras todo marche según lo esperado por lógica, y, en mayor o menor medida, domine quien tiene que ganar-, jueces, periodistas, dirigentes y público coincidimos milimétricamente, como cortados por la misma tijera, aunque el combate no sea del todo claro.
El clima se enrarece cuando los ojos ven una cosa y la cabeza dicta otra. Cuando la ilógica prevalece por sobre la lógica, tanto que la sensatez tarda en bajar a tierra.
Allí empieza una pulseada entre lo políticamente correcto y los sentidos, en una contradictoria puja que sufren en especial quienes tienen la responsabilidad de dar un veredicto.
También esa pulseada está presente en quienes deben por su profesión expresar su juicio en forma pública e instantánea, como los periodistas, particularmente los no escritos.
Los preconceptos y leyes implícitas, a veces pesan más que el reglamento, y poseen una fuerte inercia que cuesta neutralizar.
Por ejemplo, cuando el púgil que tiene futuro –en la jerga vulgar, el "favorito", o el "protegido"-, no puede contra un perdedor a quien le da lo mismo ganar o no esa pelea, dado que no vive de sus victorias, sino de hacer un buen papel y de que lo programen lo más posible, el ser humano pierde objetividad en su análisis a la hora de fallar, y se deja invadir por el sentido común.
Si fuera tenis y picó en la línea, su "ojo de halcón" interno la va a tender a dar buena o mala según beneficie al favorito, sin la crueldad fría, exacta e impertérrita de una máquina, que juzga sin sentimientos.
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Es difícil abstraerse a la razonabilidad de que el favorito está siendo llevado por el promotor del evento (el dueño), en el que está invirtiendo, por quien se hace la velada, por quien el Intendente del lugar desembolsó alguna suma importante de dinero a modo de respaldo, por quien la gente va al estadio y es el centro de la velada.
Y como el gran karma del boxeo es creer que una derrota es el fin del mundo, y una victoria el campeonato del mundo, aparece el síndrome del Circo Romano, donde el pulgar para arriba es la vida, y para abajo la muerte.
Más de un siglo de boxeo moderno y 20 de civilización cristiana, no lograron revertir esa atmósfera, ni hacer entender que cuando la victoria es falsa es peor que una derrota, por ser engañosa, por tapar defectos, por esconder realidades. Que sus pies son de barro y la cumbre soñada es una decepción comprada en cuotas.
Todo esto explica que buenos jueces hayan dado tan malos fallos.
Explica que Ramón Cerdán y Manuel Véliz lo hayan visto ganar a Cusolito el viernes contra Soloppi en Zárate -los pagos del primero-, cuando por ninguno de los 4 conceptos del reglamento (ataque, defensa, técnica y eficacia) el local se impuso.
Soloppi pegó más indiscutiblemente (ataque), generó más efectos visibles en su adversario -caída lícita incluida sin cuenta (eficacia)-, ambos, principales conceptos para determinar al ganador de cada vuelta.
Ninguno prevaleció en defensa y la técnica precaria de Soloppi hubiese sido algo que lo condenaba de antemano, si hubiese sido lo único a tenerse en cuenta, aunque Cusolito tampoco fue un dechado de virtudes en ese campo.
Sí quizás hubiesen ameritado más puntos de descuentos contra Soloppi, o incluso la descalificación por parte del árbitro Jorge Basile, por la forma ilícita en que éste avanzaba con la cabeza, cosa que el árbitro advirtió recién en el 8º descontando 1 punto.
Da cierta vergüenza decir que Véliz dio 3,5 para Cusolito. Cerdán apenas 1, que fue el descuento, por lo que para él la pelea fue empate. Y Javier Geido, el que se inclinó por Soloppi, lo hizo por 1,5 –descuento incluido- y fue amarrete.
Es más; en la pelea de semifondo, en la victoria que le dieron al ascendente jujeño Juan José Velasco sobre Alfredo Blanco, el fallo también fue polémico, por no decir injusto y arbitrario contra un púgil irregular y heterodoxo de 16-5-0, 8 KO como Blanco, con casi todas sus derrotas afuera del país y por puntos.
El problema del boxeo argentino es que la brecha entre los que van de "banca" y los que van de "punto" es cada vez menor, o nula. El favorito es una figura decorativa y ya antigua como un dinosaurio. Es hora de que promotores y jueces se dejen de llevar por los números y las apariencias.
Los teóricamente buenos sólo tienen de bueno el record porque los protegen, ya sea con adversarios fáciles o con fallos, mientras que los otros, en sus derrotas acumulan experiencia y sabiduría que luego vuelcan contra inocuos leones herbívoros, que pelean con smoking y delantal de seda.
Tal vez no sea el caso de Cusolito, que el año pasado hizo gran lucha contra el azteca Moisés Flores por el interino supergallo AMB. Pero es evidente que a partir de allí bajó su nivel en todo sentido, incluso en lo que era su fuerte: su pegada, que entre otras cosas, se descalibró.
Similar pasó el sábado en la FAB, con la victoria que el porteño Pitto obtuvo en fallo también dividido y polémico frente al cordobés José Paz.
El Puro hizo todo, y al igual que Soloppi ante Cusolito, se impuso en los dos conceptos más importantes del reglamento (ataque y eficacia), pegando en mayor cantidad, y surtiendo mayor efecto durante la mayor parte del combate.
Hasta en el descuento de un punto que el árbitro Gustavo Tomas le infligió a Paz en el 9º por mal uso de su cabeza se pareció el combate al de Cusolito-Soloppi.
¿Qué tuvieron en cuenta dos de los jueces para darle la victoria a Pitto?
Edgardo Codutti dio también apenas 1 para el ganador, que fue el descuento. Carlos Villegas hizo las veces de Véliz, y sus 5 puntos para el porteño ruborizan. Hugo Vainesman, pese a darle la victoria a Paz, también fue amarrete con su escaso punto.
Lo más difícil en boxeo es abstraerse de pasiones y prejuicios cuando la realidad contradice a la imaginación. Y lo primero debiera ser dejar de lado el valor agregado de cada púgil para centrarse en las acciones en forma anónima, cosa difícil, porque desde la programación todo se basa en una figura.
Lo mismo sucede desde la prensa, que pondera en base al peso específico del protagonista de turno. Pero si no se desdramatizan las derrotas y deja de pensarse en ellas como si fuera la muerte, la batalla está perdida para todos.