El autor revela su investigación sobre los enigmas que plantea la construcción de las pirámides de Egipto y su verdadero propósito.
Aún hoy hay quienes comentan que las pirámides, así como las grandes construcciones varias veces milenarias, que se encuentran en Egipto fueron erigidas utilizando miles y miles de esclavos. Quienes así opinan desconocen que la institución de la esclavitud apareció en esa cultura recién con los faraones guerreros; los Ramses y – para entonces – aquellas grandes obras ya hacía mucho que estaban en pie.
De manera tal que hubo que utilizar otra hipótesis: la de que las construcciones fueron hechas utilizando al pueblo egipcio que, obedientes al faraón, empujaban bloques de varias toneladas.
El problema está en que aun tomando esto en cuenta sigue sin ser respondido cómo pudieron cortar bloques en ángulos perfectos, ajustar uno al otro, llevar esto hasta los 160 metros de altura que tiene la pirámide de Kheops y, lo hasta ahora imposible de explicar es ¿cómo pudieron realizar un correcto estudio de suelos confirmando, previamente, la resistencia de los mismos para que ninguna parte de la superficie piramidal cediera y toda la obra se desmoronara?
He aquí una cuestión que rara vez se menciona, tal vez por el hecho de que los egiptólogos no son arquitectos ni ingenieros civiles. Antes de edificar es fundamental hacer una investigación geológica que asegure que el suelo sobre el cual habrá de construirse podrá resistir –a través del tiempo, y aquí hablamos de unos cuatro a cinco mil años– los cientos de miles de toneladas que tendrá que soportar.
Recuerdo haber tomado clases de Egiptología, en la Sociedad Científica Argentina, que estuvieron a cargo del Prof. Dr. José Álvarez López (1914-2007, argentino) quien, cuando los alumnos le preguntábamos sobre el secreto de las pirámides nos decía: “Yo a mis colegas, egiptólogos, les voy a aceptar todo. Que me digan que subieron bloques de cien toneladas sobre una embarcación de papiro, la llevaron por el Nilo y no se hundió. Que miles de egipcios arrastraban los bloques con cordeles – muy resistentes esas sogas, ironizaba el profesor – mediante caminos empinados y resbaladizos. Acepto todo. Pero, claro, lo que ninguno me puede aclarar es ¿cómo aquellos constructores hicieron el estudio previo de suelos necesario para asegurar que en ningún sitio donde apoyaran los bloques el terreno habría de ceder y la pirámide derrumbarse? Y comprendo a mis colegas… porque ninguno de ellos es, como yo, Ingeniero Civil.”
En efecto, Álvarez López, además de doctor en Física y egiptólogo que participó en varias expediciones a Egipto, era Ingeniero Civil. Y eso permitió poner en el tapete un aspecto que nunca antes había sido mencionado.
Precisamente lo que el Abate T. Moreaux (Théophile Moreux (Argent-sur-Sauldre, 20 de noviembre de 1867 – Bourges , 13 de julio de 1954; astrónomo, egiptólogo y meteorólogo francés) denominó “La Ciencia misteriosa de los faraones”; puesto que –en verdad– todo esto implica una Ciencia desarrollada que, por alguna razón, centurias más tarde había desaparecido.
Pequeñas pirámides –de no más de 30 metros de altura– hechas mil años después hoy se encuentran convertidas en bloques dispersos sobre la arena. ¡No resistieron! Porque quienes las construyeron no tenían la menor idea de cómo lo habían hecho sus ancestros. Si es que fueron ancestros de los egipcios. Y no una civilización de otro mundo. O, como también fue hipotetizado, atlantes que huían del hundimiento de aquella isla grande rodeada de otras más pequeñas a las cuales refirió Platón en dos de susdiálogos.
Moreaux, en su libro, efectúa una serie de afirmaciones muy importantes, puesto que llega a ellas a través de adecuadas investigaciones. Así, por ejemplo, nos dice: “La Gran Pirámide no es una tumba. Entonces, ¿con qué objeto fue erigida? He ahí el misterio.”
Esta pirámide es el edificio más grande del mundo. Se trata de una estructura de 148,208 metros de altura –según consigna Moreaux– por 230 metros de lado en su base. Se calcula que se necesitaron más de dos millones de bloques de piedra para construirla. Su volumen es de 2,5 millones de metros cúbicos y pesa más de 5.700 millones de toneladas.
Es como mínimo curioso el hecho de que la altura de la Gran Pirámide multiplicado por un millón da la distancia promedio entre el Sol y nuestro planeta, la Tierra.
Cual si esto fuera poco, las tres pirámides situadas en la zona de Guiza, a poca distancia de El Cairo (atribuidas a los faraones Kheops, Kefrén y Micerino de la IV Dinastía) están alineadas con gran exactitud, pese a su monumentalidad, con el cinturón de la Constelación de Orión (donde se encuentran las familiarmente llamadas “Tres Marías”); es decir, forman una imagen de sus estrellas en la Tierra.
Tenemos conocimiento –en especial quienes hemos estado en el lugar e ingresado a la pirámide de Kheops– que no es posible asociarla con una obra funeraria. En primer lugar, debido a que nunca se encontró momia, ni cadáver alguno ni en la Gran Pirámide, ni en Kefren, ni Micerino.
En el caso específico de Kheops, cuando se llega a lo que los egiptólogos han llamado “la cámara funeraria” lo que puede verse no es un sarcófago sino lo más parecido a una tina de baño hecha en un único bloque de piedra que hasta tiene desagüe. ¡Lo más parecido a un sitio de iniciación en los antigüos misterios!
Somos unos cuántos los que estamos convencidos que estas descomunales obras tenían como utilidad la de transformar a un profano (el que está delante del templo) en un iniciado (el que ya conoce los saberes básicos del orden cósmico) para lo cual debe atravesar –y salir con éxito- una serie de rituales y ceremonias.
Como todo esto permanecía oculto al pueblo y sólo conocido por el faraón, sus sacerdotes y alguna que otra persona, y ya que los conocimientos y saberes eran transmitidos con el método “de la boca al oído” –esto es, no quedaba constancia alguna – nunca fueron hallados papiros, ni punturas que refirieran a esto.
Moreaux llega más lejos y se interroga: “¿Cómo lograron los sabios de tan lejanos tiempos conocer la forma de la Tierra, medir y pesar nuestro planeta? ¿De qué medios disponían para escrutar las profundidades del cielo y para tener idea de la distancia del Sol a la Tierra? ”
Si. Todos esos datos –y otros igualmente sorprendentes– eran utilizados por los sacerdotes egipcios. Ya no hay duda alguna de ello. ¿De dónde obtuvieron esos conocimientos?, es el interrogante queaún continúa…
Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social, filósofo e historiador. “Masonería en la Argentina: Enigma, secreto y política”, es su más reciente libro. www.antoniolasheras.com