Se trata de producciones oniricas de naturaleza extrasensorial y por estar referidas únicamente a acontecimientos futuros, corresponden a la modalidad precognitiva.
En la clasificación de los sueños creada por el sabio suizo Carl G. Jung (1875-1961), notable médico psiquiatra, psicoanalista, parapsicólogo e investigador del campo esotérico, están lo que denominó "sueños proféticos".
Se trata de producciones oniricas de naturaleza extrasensorial y por estar referidas únicamente a acontecimientos futuros, corresponden a la modalidad precognitiva. No tratan de hechos personales. En estos casos el material versa sobre una o más situaciones externas que incumben a grupos de personas y, hasta, a toda una comunidad. (Pongamos como ejemplo el caso de un miembro de una tribu que sueña sobre lo que ocurrirá en la próxima temporada de caza, hecho esencial para la supervivencia de su comunidad).
Desde muy antiguo diversas civilizaciones tuvieron en cuenta los sueños como herramienta para prevenir hechos futuros no deseables. En América precolombina era costumbre azteca interesarse por los sueños del pueblo en épocas que los tonalpouhque (astrólogos) anunciaban como peligrosas. Así, a comienzos del Siglo XVI el emperador Moctezuma, el Chico, "dio órdenes de que los sacerdotes, los ancianos, las mujeres y los calpixquis o mayordomos provinciales le informaren de todos los sueños que se soñasen en sus dominios; y pronto fueron llegando uno tras otro sueños de mal agüero. El Emperador condena a muerte a los que los habían soñado". (de Madariaga, Salvador, en su libro “Hernán Cortés”).
Otro ejemplo típico de adivinación de hechos futuros a través de los sueños, lo constituye el famoso “sueño del faraón”, que narra el Antiguo Testamento. Recordemos que el faraón había soñado que estaba parado al borde del Nilo y veía siete vacas gordas que salían del río y pastaban en los campos. A continuación, otras siete vacas flacas y demacradas emergían y se devoraban a las vacas gordas, tras lo cual siguieron tan flacas y demacradas como antes.
El faraón despertó y volvió a dormirse, teniendo un sueño similar al anterior: siete espigas gordas crecían de un tallo y eran devoradas por siete espigas flacas y azotadas por el viento. A continuación el monarca egipcio soñó con el significado de estos dos sueños, pero cuando despertó, no pudo recordar esta interpretación. A los efectos de conocer qué hechos futuros estaban prediciendo sus sueños, convocó a sus magos y adivinos, pero ninguno logró darle una respuesta acertada. Nadie, en todo el reino, logró satisfacer al faraón, hasta que, como último recurso, se citó a Iosef, esclavo judío que había interpretado, anteriormente, sueños que había tenido el escanciador principal del reino.
Los egipcios consideraban a los sueños como portadores del mensaje de los dioses que advertían acerca de los peligros que acontecerían en la realidad y es por eso que el faraón necesitaba con urgencia que alguien le diera una correcta interpretación a los sueños que había tenido.
Al hacerse presente Iosef, el Faraón lo pone a prueba inventando un sueño. Pero Iosef lo corrige inmediatamente, narrándole los verdaderos sueños que habían tenido lugar. Y luego los interpretó diciendo que las siete vacas gordas y las siete espigas gordas significaban lo mismo: siete años de abundancia que la Divinidad llevaría a Egipto. Y las siete vacas flacas junto a las siete espigas flacas, representaban siete años posteriores de gran hambruna.
El hecho de que las vacas flacas y las espigas flacas se comieran a las vacas gordas y a las espigas gordas, era una clara señal de que el hambre sucedería repentinamente dominando la Tierra, haciendo que se olvidaran por completo los siete años de abundancia anteriores.
Luego le dijo al faraón lo que debía hacer para salvarse de los años de hambre. El monarca recordó, entonces, la interpretación que él mismo había soñado (enviada por los dioses), que coincidía exactamente con la de Iosef, por lo que, en recompensa, designó a Iosef como virrey y como encargado de resguardar el almacenamiento de cereales para los años de pobreza, considerándolo el hombre más sabio del reino.
Dice el Antiguo Testamento que lo que predijo Iosef se cumplió en la realidad y que Egipto logró salvarse gracias a su sabiduría. A través de este ejemplo se ve la trascendental importancia que se le daba a los sueños “proféticos” en la antigüedad, a tal punto que, en este caso, gracias a ellos, un esclavo logró gobernar Egipto.
Ya sea que la anécdota relatada anteriormente haya ocurrido o no en realidad, forma parte de la “realidad mítica” del pueblo hebreo, lo que le otorga igualmente validez y constituye una clara demostración del poder que los sueños proféticos ejercían sobre los hombres de las antiguas civilizaciones, de cuya correcta interpretación dependía el futuro de toda la comunidad. Al ser tan profunda y arraigada la creencia en ellos, era común que se dieran con mayor asiduidad.
Para concluir, debemos agregar que debe tenerse en cuenta que, para poder asegurar que lo analizado es un sueño profético, lo anunciado tiene que haber tenido –posteriormente- cumplimiento efectivo.
Estos sueños que Carl Gustav Jung clasificó como proféticos no parecen producirse con demasiada frecuencia en la actualidad, quizás debido a la poca atención que se les presta por parte de los mismos soñantes, producto de su descreimiento respecto a los temas parapsicológicos, o a causa del escepticismo generalizado en la sociedad occidental (mayormente materialista) acerca de la importancia que tienen este tipo de sueños aunque, claro está, existen excepciones que permiten que los sueños, en general, sigan siendo analizados por aquellos que nos dedicamos, día tras día, a profundizar y ampliar la obra del Maestro de Zurich, con la inestimable colaboración de aquellas personas convencidas de que la esencia de lo humano no está afuera, sino dentro de uno mismo.
Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social, magister en Psicoanálisis, parapsicólogo, filósofo e historiador. www.antoniolasheras.com