El autor tuvo la posibilidad de dialogar con el destacado escritor en Buenos Aires. Los conceptos fundamentales de esa conversación se reproducen en esta columna.

Se cumple, este mes, dos años de la visita del escritor y Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa (recientemente fallecido) a la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. En esa ocasión, merced a la gentil intervención de Alejandro Vaccaro (entonces presidente de la Fundación El Libro, entidad organizadora de la feria y presidente de la Sociedad Argentina de Escritores) pude tener un tranquilo diálogo privado con este notable autor.

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Mi intención no fue hablar de Literatura, sino de Filosofía y de cómo él veía la situación de Occidente en ese momento.

Uno siempre tiene esperanzas –me dijo, de inmediato– pero en la forma en que van sucediendo los acontecimientos cualquier persona pensante y bien informada advierte que las cosas no están bien. Sobre todo en lo que hace a la cultura. El rumbo de la Humanidad se ha vuelto muy errático. Fíjese, Las Heras, que en nuestros tiempos juveniles teníamos figuras que se destacaban y fueron nuestros referentes en todas las áreas de la actividad humana. Hoy no existen. ¿De dónde se nutren los jóvenes? ¿Será que la cultura ya no tiene ninguna función que cumplir en esta vida?

Llegado a ese punto le pregunté qué opinaba del auge de los celulares y la comunicación cibernética.

Respondió con esa serenidad que comprendí enseguida que le era característica. “Es como todo en el desarrollo de la Ciencia y la tecnología en la historia humana. Según cómo vaya a utilizarla sirve para crecer, pensar mejor y evolucionar… o son cosas que terminan idiotizando y alejándolo del mundo real. Es que la cuestión esencial es preguntarnos si estamos educando para que la gente tenga pensamiento propio o termine haciendo lo que otros le van inculcando”.

Allí le recordé la frase de Carl Gustav Jung:Todos nacemos originales y la gran mayoría muere siendo copias”. Y eso lo dijo el sabio suizo allá por 1940. De manera que no es algo nuevo.

“Claro -me contestó– pero nunca como hoy hubo tal intensidad de estímulos externos. Si uno no es cuidadoso con esto, está recibiendo a través del celular una cantidad de propuestas que le son ajenas y termina convirtiéndolas en propias. Ese es el punto clave. ¿Está la mayoría de la gente capacitada para diferenciar lo propio de lo inducido sin buscarlo?

Le respondí que yo estaba seguro que no. Me contestó con una sonrisa, como de quien dice: “exacto”.

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¿Estamos evolucionando, entonces, o involucionando?

-“Como le dije, uno siempre tiene esperanzas. Pero como yo lo veo, estamos en un período de involución… y eso hay que denunciarlo cada vez que nos sea posible. No hay que quedarse callados en este asunto.” Y agregó: “Como ya he dicho en otras ocasiones, en tiempos pasados, la participación social solía estar motivada por convicciones fuertes, intensas, decisiones concretas producto de lecturas, estudios y seguimiento a grandes pensados –con los que unos estaban de acuerdo y otros no; surgían polémicas muy interesantes. En la actualidad es diferente. Las cosas se hacen de manera más superficial”.

¿O sea que coincide con Zygmunt Bauman cuando este filósofo habla de la “sociedad líquida”, le pregunté.

- “Si, puede llamarlo de ese modo, si prefiere. Pero lo cierto es que hay poco pensamiento propio, original. Lo que también se explica por el hecho de que se lee menos, hay menos concurrencia a actividades culturales. En esto ustedes, los argentinos, pueden estar contentos. Conozco que aquí el interés por lo cultural se mantiene bastante vigente.”

Entonces le pregunté si coincidía con mi idea de que el sistema vigente mundialmente también se ocupó en quitar los conceptos de trascendencia, de lo espiritual, del sembrar para que otros continúen aún después que nosotros ya no estemos en esta vida. Que están buscando hacernos creer que los humanos somos sólo el resultado de reacciones físico/químicas.

-“¡Pero por supuesto que es así! –me dijo de inmediato, y esta vez con un énfasis que no había surgido en todo el diálogo– Todo es inmediatez, banalidad e intrascendencia. Hay que buscar la manera de combatir estas cosas.

Estos son los momentos que más me interesa destacar del diálogo. Y agregar que, tiempo después, conversando con el destacado filósofo Francisco García Bazán, me señaló que –a su juicio– por primera vez en la Historia de la Humanidad, en lugar de estar evolucionando estamos involucionando. Recordé, en ese momento, que era exactamente lo mismo que me había transmitido Vargas Llosa.

Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social y magister en Psicoanálisis. www.antoniolasheras.com

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