Dos versiones. Argentina mostró dos caras contra Nigeria. Fue un equipo extraño. Fue prolijo y voraz en el primer acto. Dominó la pelota e impuso condiciones. Se deshizo en la segunda mitad: los africanos revirtieron un 0-2 para aplastar al conjunto de Jorge Sampaoli por 4-2. Sergio Agüero y Éver Banega convirtieron los goles de un seleccionado bipolar.
El partido fue un ensayo. El entrenador probó variantes. Le dio lugar a futbolistas que habitualmente no son titulares. Jugaron, así, Giovanni Lo Celso y Cristian Pavón, y atajó Agustín Marchesín. El primer tiempo se pareció a lo que Sampaoli debe tener en la cabeza. Argentina dominó la pelota, abrió la cancha y llegó por los costados. Dybala se hizo protagonista. Agüero reivindicó su nueva faceta: es un delantero hambriento dispuesto a importar la jerarquía que derrama en Inglaterra.
La circulación y la presión alta funcionaron bien. Argentina se dedicó a controlar la pelota cerca del área, a tener paciencia, a vascular, a esperar el hueco. Y a salir con prolijidad: de una salida desde abajo, de una combinación mansa de pases, llegó el segundo gol, el de Agüero, después de un pase —otro pase— de Cristian Pavón. Pavón parece que llegó para quedarse. Banega, que capitalizó un tiro libre para abrir el resultado, también: le dio movilidad a la pelota.
El problema se desató en el segundo tiempo. Ya en el final del primero, Nigeria descontó con una falta increíble que Iheanacho clavó en el ángulo. Y la segunda mitad fue el descontrol. Una masacre. Argentina tambaleó, cayó a la lona y le contaron hasta diez. Dejó espacios enormes en defensa: estancias enteras para que los delanteros africanos —físicos, veloces, ágiles— disfruten. Y disfrutaron: en ocho minutos del segundo tiempo, el resultado se había dado vuelta.
El balance dejó una confirmación: las ideas de Sampaoli se afianzan con el correr de los partidos. Lentamente aparece un estilo. Un idioma. Argentina intenta jugar a algo. Argentina —lo sabíamos, no debería sorprender nadie— toma más riesgos de lo recomendado: la línea de tres defensores es endeble, la línea de volantes deja mucho espacio detrás suyo, y a los extremos se les complica hacer toda la banda. Será cuestión de tiempo.
Fue el octavo partido de Sampaoli como entrenador del seleccionado. El más raro: mostró su mejor versión en la primera mitad y su cara más terrorífica en la segunda. Le hicieron cuatro goles, dos más de los que había recibido hasta entonces. Ahora tiene cuatro meses para pensar antes de volver a reunir a los convocados. Y siete para regresar a Rusia.