Aprovechar las vacaciones para hacer una buena pesca siempre es de lo más gratificante. Y si visitamos un destino nuevo y conocemos especies que nunca habíamos pescado, el placer es doble. Esto nos pasó en Porto de Galinhas, coqueta localidad balnearia a 50 km de Recife, Brasil, verdadero paraíso para amantes del snorkel, los paseos en jangada y las playas cálidas llenas de vida subacuática. Pero... al preguntar por la pesca deportiva, notamos que la industria de las salidas guiadas no está muy desarrollada y tuvimos que apelar a contactos de la dirección de turismo local y los prestadores turísticos de Luck receptivo para dar con “El” hombre de la pesca deportiva en este ámbito. Leo Blanke, de Noronha pesca, pescador comercial que también ama la pesca deportiva. Le contamos nuestro plan y nos derivó a Lula, un amigo con lancha deportiva que nos invitó a embarcar hacia uno de sus puntos secretos para pescar. Y lo de “puntos secretos” tiene que ver con una costumbre local que nos llamó muchísimo la atención: los pescadores tiran buggies viejos al mar, que al tiempo se convierten en pequeños arrecifes llenos de algas, cangrejos, y sardinas. Detrás de ellos, las especies mayores que consumen estos alimentos. Así las cosas, navegamos 5 km hasta la zona de pesca, perfectamente agendada en su GPS, y Lula bajó el ancla. Armamos líneas sabiki (símil lengue, pero con anzuelos “vestidos” con fioccos de colores brillantes y plásticos símil escamas), que con un plomo de 60 gramos trabajamos golpeando el fondo. Así, especies menores como la xira, las canguitos y piraunas, se fueron prendiendo de hasta tres o cuatro por vez, con lo cual nos munimos de carnada de forma inmediata. Tras trozar estas especies en pedazos sumandolos a los de sardinas que nosotros habíamos llevado, armamos un cajón de carnada que sirvió de cebos para el ariocó, la especie que fuimos a buscar: se trata de un símil besugo pero de gran porte, con pesos de hasta 3 kilos.
Usando cañas de pesca de jigging cortas, de 1,60, que permiten una pesca muy pegados al cuerpo, bajamos plomos de 60 gramos colgando de un mosquetón del que también pusimos una brazolada simple de 1 metro. Los piques no tardaron en llegar: el ariocó pica con gran fuerza y una vez clavados ofrecen una magnífica pelea arqueando nuestras cañas medium heavy y ofreciéndonos una magnífica batalla.
Uno tras otro fuimos izando ejemplares, que no podían ser devueltos pues en la pelea esta especie lo deja todo, y la descompresión al subirlos 22 metros, hace que exploten sus órganos internos. De todos modos, los guías locales aprecian el pescado porque pueden venderlos a frigoríficos o restaurantes, dado lo sabroso de su carne.
Lo curioso es que, a diferencia del mar argentino donde un baja un cebo al fondo y no sabe lo que trae, en ésta región costera de Brasil la pesca es de una especie por estación, sin que aparezca otra. Sin dudas, fue una experiencia enriquecedora que esperamos volver a repetir, en un marco de playas extraordinarias que por si solas merecen ser visitadas una vez en la vida..
Porque además de las bellas playas de Porto de Galinhas, son imperdibles los paseos por el pontal del Maracaípe (donde veremos caballitos de mar), Praia Dos Carneiros (un pedacito de Jamaica en Sudamérica) y las playas de Muro Alto, todas postales mágicas que hacen de Brasil un verdadero “abuso de la naturaleza”.