El caluroso verano del ‘95 preparaba una de las noticias más trágicas del deporte argentino: un 8 de enero como hoy, hace 24 años, cerca de las 17:50 y víctima de un accidente automovilístico, fallecía Carlos Monzón, el púgil más emblemático y referencial del boxeo argentino, el Más Grande de todos.
Los medios radiales y televisivos de la época, enterados por un cable de la agencia Télam después de que un productor rural llamado Abelardo Saratti encontrara el cuerpo sin vida del ex campeón mundial de los medianos, reprodujeron con tristeza y asombro la noticia incansablemente.
Con su Renault 19 gris, patente B 2705773, mordió la banquina y se despistó de la Ruta 1 del paraje Los Cerrillos, Departamento de Santa Rosa de Calchines, en sentido Norte-Sur a 35 km de la ciudad de Santa Fe y a unos 500 km de Buenos Aires, dando 7 tumbos antes de detener su incontrolable marcha a casi 140 km/h.
¿Pero cómo olvidar sus epopeyas sobre el cuadrilátero, con una carrera de 99 peleas (87-3-9, 59 KO) y 14 defensas mundialistas? ¿Cómo no evocar siempre aquel terrible escopetazo a Nino Benvenuti en Roma, que pareció mandarle la cabeza a la tribuna en lo que quizás haya sido el mejor KO de la historia, o uno de ellos?
Qué paradojal vida de hambre, pobreza, gloria, dinero, tragedias y muertes lo envolvió como a nadie, delineando la parábola del marginal que encuentra en el boxeo su balsa salvadora, pero que luego tiende a volver a su lugar de origen, o terminar como lo hubiera hecho de no haber boxeado jamás.
Balance boxístico 2018: dos cuatros y una negra
De las inundaciones en su rancho con piso de tierra del barrio La Flecha en sus pagos de San Javier, a codearse con presidentes, artistas y el jet set internacional de Roma y París, o la creme de la creme de la farándula argentina y las mejores vedettes del Maipo y El Nacional. El Gran Carlos tenía 52 años, y en el accidente (nunca se pudo determinar las causas, cuyas hipótesis fueron desde un paro cardiorespiratorio, hasta exceso de alcohol, que le hizo perder el control y hacer una riesgosa maniobra), murió su amigo Jerónimo Mottura, de 63 años, mientras que la otra acompañante, su cuñada Alicia Fessia, salvó su vida aunque estuvo internada con serias lesiones y estado desesperante.
No llevaba puesto el cinturón de seguridad y se dirigía a cumplir su régimen penitenciario en la cárcel santafesina de Las Flores, donde gozaba de salidas transitorias los fines de semana por buena conducta, tras haber cumplido 5 años y 6 meses, -más de la mitad de la condena de 11 años luego de haber sido encontrado culpable del asesinato de su esposa Alicia Muñiz-, y le faltaban 7 meses para obtener la libertad.
“Estaba acelerado en los últimos tiempos”, había confesado su ex DT, amigo y consejero Amílcar Brusa, que hacía poco lo había ido a visitar a la prisión, y no le gustaba verlo así.
Ese día había ido a comer un asado a la vera del río, a un lugar que él denominó “Calacaya”, y a las 20:00 debía presentarse en el penal, en donde gozaba de liderazgo y un respeto que se había ganado tras haber protagonizado más peleas que en todos los rings del mundo para defender su honor y repeler provocaciones de los reclusos.
Lo despidieron 60.000 almas en su último adiós antes de sepultarlo en el Cementerio Municipal de Santa Fe. Murió su cuerpo, pero su mito se hizo eterno.