Tercera fecha de la sobreestimada Superliga. Y se confirma una tendencia: faltan en los equipos más poderosos y más vulnerables jugadores que hagan jugar. Jugadores que potencien las capacidades de sus compañeros. Jugadores que le presten su talento al equipo. Ese rol tan preponderante como influyente, hoy no está cubierto. No aparecen los intérpretes. El último que lo expresó como heredero virtuoso de una función muy libre y creativa, fue Riquelme. Y Riquelme dejó de jugar hace casi cuatro años vistiendo la camiseta de Argentinos en la B Nacional.
El fútbol argentino no está al margen de lo que sucede en otros escenarios y en otras geografías. “Nadie más juega con enganche. Ni Zidane en aquella selección de Francia que salió subcampeona del mundo en Alemania 2006 jugó de enganche. Es un puesto que las tácticas hoy no lo consideran”, nos dijo Diego Simeone cuando ya se había convertido en entrenador. Las evidencias le dieron la razón al Cholo. Los enganches tuvieron que resignificarse para encontrar un lugar en la cancha. Los sistemas tácticos utilizados por los entrenadores los terminaron empujando a frecuentar responsabilidades distintas a las de un clásico conductor.
Riquelme se mantuvo fiel a sus principios futbolísticos. Como se mantuvieron tantos otros en décadas pasadas. El costo de esta pérdida se ve con claridad: los equipos que participan de la Superliga tienen severos problemas para elaborar juego. Porque no es que pasaron a retiro los enganches y ahora se juega mejor. Esa ausencia no se logró reemplazar con otras presencias quizás más generosas en el despliegue o más atentas para el retroceso defensivo. Esa ausencia no promovió mejores condiciones para abastecer a los delanteros. Por el contrario; los perjudicó. Porque el pase ofensivo claro y desequilibrante no es una cualidad que cualquier volante o mediapunta puede expresar.
El freezer al que fueron destinados los enganches, si acercó algo en particular fue una confusión descomunal. Con este criterio si Riquelme (como Bochini, Beto Alonso, Gallardo y D’Alessandro, por citar algunos casos) hubiera surgido hoy, los técnicos le habrían recomendado dejar de lado su convicción de iluminar con su fútbol a un equipo. Hablar de un despropósito sería suave. Modernizar el fútbol no significa arrojar a los enganches por la ventana. Esa decisión revela una actitud dogmática. Y el fútbol siempre superó cualquier dogma.