Rubén Gill, su esposa y sus cuatro hijos representan una de las historias más oscuras del país. Vivían en un predio rural de Entre Ríos y ya pasó más de una década sin que se sepa nada de ellos. Hipótesis, muchas; certezas, ninguna.
Cuando se lo vio por última vez, Rubén Gill tenía 56 años. Le decían “El Mencho”, como a muchos peones rurales de la provincia de Entre Ríos. Este puestero de hablar pausado, ató unos terneros para poder ordeñar las vacas con las primeras luces del día siguiente. Después, con su mujer Norma Margarita Gallego (26) y sus hijos María Ofelia (12), Osvaldo José (9), Sofía Margarita (6) y Carlos Daniel (3) emprendió un viaje corto hasta la ciudad de Viale, donde estuvieron en un velorio. Era ya de noche cuando regresaron al campo. Desde ese momento, hace ya más de diez años, nada se sabe de la familia.

Los Gill representan una de las historias más oscuras de la Argentina. Se trata de una misteriosa desaparición que, a más de diez años, nadie puede llegar a explicar. Nunca se encontró el más mínimo rastro del matrimonio y los chicos. Sólo se han tejido decenas de versiones, algunas de ellas incluso disparatadas.

El Mencho Gill vivía con su familia en una casa del campo La Candelaria, un predio rural ubicado cerca del cruce de las rutas provinciales 32 y 6, en el Departamento Nogoyá, en la zona central de Entre Ríos. Es un campo de alrededor de 500 hectáreas, propiedad del ruralista Alfonso Goette. Al paraje se lo conoce como Crucecitas Séptima.

Hasta que el misterio cubrió a la familia, los Gill eran un típico grupo familiar del campo entrerriano. El hombre era el puestero del campo, el encargado de realizar las tareas rurales. Su mujer trabajaba cocinando en una escuela rural, donde además concurrían los chicos. No tenían enemigos ni conflictos con nadie. O al menos eso era lo que se creía.

Los familiares, especialmente un hermano de Rubén, se enteraron de la desaparición casi dos meses después. Ellos vivían en otra localidad, aunque mantenían contactos periódicos. Cuando preguntaron al dueño del campo, el empresario rural les dijo que se habían marchado, que de un día para otro habían decidido dejar todo para afincarse en otra localidad. Fue raro, demasiado. Más aún cuando dejaron en la casa todos los electrodomésticos y algunas ropas de la familia. Ni siquiera habían pasado a cobrar el sueldo de la mujer por su trabajo en el colegio.

La primera búsqueda se encaminó a la provincia de Santa Fe, donde tenían familiares. Supuestamente se habían ido allí buscando un mejor destino. Pero en ese lugar no sabían nada. Es más, la versión pareció más un intento de desviar la investigación. La causa, desde ese momento, fue por averiguación de paradero, y está a cargo hasta hoy del juez de instrucción de Nogoyá, Jorge Sebastián Gallino.

La investigación caminó, aunque con muy poca fuerza lo que generó constantes y valederos reclamos de los familiares de los desaparecidos, incluyó búsquedas de pistas en Córdoba, Corrientes, Chaco, así como también en Paraguay y Brasil. Todo fue inútil. Lo más extraño fue que, en los primeros meses, poco y nada se hizo por regresar al punto de partida, el lugar que es la clave del caso: la estancia La Candelaria. Goette, el propietario, siempre sostuvo que su ex empleado se marchó con la familia. Si bien estuvo y está en la línea de sospecha, jamás fue imputado de delito alguno.

Pero si faltaba algún ingrediente para sumarle a esta historia, hace un par de años surgió un dato que generó interrogantes. “El Mencho” y sus hijos figuraban en el listado oficial de la Asignación Universal por Hijo. Aunque, luego se sabría, se trataba de un “error”.

La causa se movió con pasos de tortuga. Fue tan lento que la primera inspección al campo se hizo más de un año después de la desaparición. Y la primera búsqueda medianamente seria fue a casi cinco años de iniciado el misterio. Demasiado tiempo para que se pudiera llegar a lograr algo relevante. Se analizó un teléfono, se rastrilló el campo y, cuando llevaban más de siete años de desaparecidos, se hicieron excavaciones en la estancia. No hace mucho tiempo se usó, por primera vez en este expediente, Luminol para detectar rastros en la casa. También se vaciaron aljibes y pozos, así como también rastrillaron la zona de montes del campo. El resultado fue poco y nada.

Lo único de interés que ha surgido en la causa, a más de diez años de la desaparición, fue una reacción positiva del Luminol, que es un químico que se activa al entrar en contacto con posibles manchas hemáticas. Después se debe determinar si es sangre humana y, por último, tratar de conseguir el perfil genético para hacer el cotejo. Se sabe que había un perfil incompleto de un hombre, pero no se le ha podido poner nombre. A tanto tiempo, según los especialistas, será casi imposible lograrlo.

En cuanto a las hipótesis, se han manejado decenas. Primero investigaron una desaparición no forzada, después surgieron versiones sobre un presunto enfrentamiento con el dueño del campo y hasta un conflicto de índole sentimental. Pero, cabe aclararlo, con el poco avance que ha tenido la causa, ninguna de las líneas de investigación ha llegado a buen puerto.

Aunque resulte increíble, toda una familia integrada por un matrimonio y cuatro chicos desaparecieron una noche de verano en un campo del centro entrerriano y, a más de diez años, todos los caminos se pierden en encrucijadas que no llegan a ninguna parte. En definitiva, se trata del mayor misterio de los últimos años.

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