Salí de Dharamsala totalmente desilusionada. El lugar de residencia del 14° Dalai Lama, no alojaba a su Santidad. Parece que la agenda de este señor es muy apretada. En ese momento se encontraba en Ladahk, al norte, bien al norte de India, pareciera que se quiso escapar del caluroso verano y se fue a los Himalayas.
Allá fuí entonces. Llegué a Ladahk, después de 3 días de viaje en bus. Agotada pero con muchas expectativas. Eran las 7 de la tarde. cuando el colectivo me dejó en la terminal de Leh, la antigua capital de Ladahk, el “Pequeño Tibet”. Caminé por 2 horas en busca de un hotel pero todo estaba ocupado. Afortunadamente, al borde de la ciudad, encontré una casa de familia que me podía alojar por unos días.
Aquí, en la tierra menos poblada de India, pensaba encontrar al respetado y venerado Dalai Lama, la gema que concede todos los deseos. Su nombre significa Océano de Sabiduría.
Me levanté temprano para llegar a tiempo. La conferencia estaba programada para las 8 de la mañana. Tomé un colectivo que en 15 minutos me dejó en el predio. Cuando entré me sorprendió la multitud: había más de 20.000 personas. Toda la ciudad estaba allí. Todos los habitantes de Leh y alrededores acudieron con sus mejores atuendos. Familias enteras sentadas sobre lonas plásticas, algunos bajo sombrillas de colores. El sol era muy intenso y se sentía abrasador en los 3.500 mts de altura que se encuentra emplazada la ciudad.
Al llegar, la organización me dio la bienvenida con un cálido “Julley” -“Hola” en lengua Ladhaki- y me ubicó en un sector privilegiado; ¡junto a otros gringos, detrás de los monjes y muy cerca del escenario, donde el Dalai Lama se encontraba derrochando sabiduría!
Gracias a la traducción simultánea en inglés pude escuchar su discurso sintonizando el dial con mi celular y los auriculares. Había traducción en inglés, ruso, hindi y chino! Su Santidad hablaba solo en tibetano.
Tenzin Gyatso, el 14° Dalai Lama, fue reclutado cuando tenía 2 años. Varios monjes llegaron a su casa anunciando que él era la reencarnación del 13° Dalai Lama, muerto días antes.
Después de unas pruebas de rigor, en la que Tensin Gyatso tuvo que identificar unos objetos pertenecientes al Lama anterior y distinguirlos entre varias falsificasiones, los monjes determinaron que estaban en lo correcto. El niño era “El elegido”. Lo llevaron al monasterio y cuando tenía 5 años lo instalaron en el trono. Allí comenzó su vida como representante religioso y político del Tíbet.
El nuevo Lama, tenía sólo 15 años, cuando la República Popular China invadió el Tíbet. Un par de años después, luego de una negociación fallida en Pekín, huyó a caballo con toda su comitiva y se exilió en el norte de India. Mientras tanto las tropas chinas destruían su palacio y masacraban a los tibetanos.
En aquella mañana calurosa, su Santidad se encontraba sentado en una especie de trono. Tenía las piernas cruzadas en posición de loto. Alrededor de él había varios monjes y algunos traductores. Un asistente con una tetera gigante y me ofreció té, que inesperadamente es salado. Después me enteré que éste té se hace con manteca de yak. Al rato pasan otros asistentes ofreciéndome unas bolas pegajosas de arroz dulce. Y lo hacen con cada uno de las 20.000 personas.
Algunos de los temas abordados por el Dalai Lama fueron la meditación y sus beneficios. La compasión hacia aquellos que nos lastiman. También comentó que nuestro cuerpo sufre por causa de nuestra mente.
Precisamente mi cuerpo estaba sufriendo el calor y la altura. Me levanté para dar una vuelta entre la multitud y sacar unas fotos. Veo un grupo de señoras con unos sombreros muy especiales. El sombrero tenía unas orejas negras grandes y muchas piedras turquesas. Me contaron que es símbolo de status y riqueza. Generalmente tiene entre 5 a 7 líneas de turquesas. La octava línea sólo está reservada para la realeza.
Seguí caminando y unos señores mayores me llamaron la atención. Tienen lentes de sol súper modernos que no son compatibles con sus trajes color marrón oscuro tibetano de hace 100 años. Llevaban en la mano izquierda una especie de rosario de madera. Lo utilizaban para repetir el mantra OM MANI PADME HUM y no perderse en la cuenta. En la otra mano una rueda de oración que da vueltas al mismo tiempo que sus plegarias.
El Dalai Lama no paraba de hablar. Pasaron más de 3 horas y él como si nada. De vez en cuando interrumpía su propio discurso para reírse de algo. Se escuchaban sus carcajadas de niño travieso. De pronto llegó la hora del almuerzo. Los mismos voluntarios repartián unas galletas de arroz y algo de verduras. A esta altura al traductor no se lo entendía lo que decía, parecía que tenía comida en la boca. Los nenes se aburrieron de estar sentados y salieron a corretear por los pasillos. Yo seguí sacando fotos y encontré a una señora muy fotogénica que parecía de otra tribu. Tenía un tocado de flores plásticas en la cabeza y unos adornos de plata. El rostro apergaminado. No podría decir que edad tenía. El sol del verano y el frío del invierno, que puede llegar a 30 grados bajo cero, hacen de Ladahk un lugar hóstil para vivir.
El único que parece no envejecer es el Dalai Lama, tiene 82 años pero su energía y vitalidad contagian. Su piel estaba tersa como la de una persona de 50. Dudo si se hizo algún lifting. Serán las 8 horas de meditación diaria o su rara costumbre de dormir sentado que lo rejuvenece. En fin, no sé cuál es el secreto. Dijo que el año que viene volverá a Ladahk y que se siente súper bien de salud.
La que no se sentía bien era yo, que de pronto comencé a marearme. Tomé mucho líquido pero parecía empeorar. Le pedí a Karel, mi compañero, que me levante y me lleve a la salida. Sentía que me iba a desmayar, y de pronto me bajó la presión y comencé a ver todo blanco. Me arrodillé porque ya no podía caminar. Me recosté en el medio de la calle, debajo de un auto, en el único lugar donde había un poco de sombra.
Vinieron otros mochileros y me ayudaron. Una italiana me dio agua con sal, un canadiense me ofreció almendras, un chico de no sé dónde, me brindó sombra con su poncho. Poco a poco me fui recomponiendo. Karel intentó detenter un auto y pide que me lleven hasta el hostel. El chofer no quiso cobrarnos. Llegué a la puerta del hostel y muy débil y me asusté un poco porque el mal de altura puede derivar en un edema cerebral. Me sentía muy mal, muy cansada. Dormí toda la tarde y toda la noche.
Afortunadamente, al despertar del día siguiente estaba renovada. Me encontraba lista para recorrer las calles de Leh: su cultura budista tibetana, seguir las huellas de la Ruta de la Seda, sus lagos y monasterios en el Himalaya indio.
¡Buena Ruta!
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