Dos cuestiones que parecían antagónicas conviven en Apocalipsis Now (Apocalypse Now, 1979), una obra maestra que se estrenó un día como hoy hace cuarenta años: la innovación en los métodos de representación y la necesidad moral de un artista de encarnar fielmente los horrores de la guerra.
Y esta ambición solo se puede entender por el momento pletórico que vivía Francis Ford Coppola, quien ya había alcanzado el cénit del Nuevo Hollywood con El Padrino (The Godfather, 1972) y no se rendía en su afán de volver a correr los límites del séptimo arte.
El éxito lo había vuelto muy pretencioso, se sentía el único capaz de refundar el cine. Para lograrlo, el italoamericano decidió revivir un guión sobre la Guerra de Vietnam que le había encargado a fines de los ’60 a su amigo John Milius.
El material no era otra cosa que una versión muy libre de El Corazón de las Tinieblas (Heart of Darkness, 1899), una novela breve de Joseph Conrad que Orson Welles ya había intentado adaptar sin éxito. Coppola conocía esa anécdota y, en el fondo, su intención era superar al hombre que concibió las bases del lenguaje cinematográfico moderno.
Aunque el libreto no estaba pulido –al cineasta nunca le cerró el último acto-, la producción se puso en marcha. Lo más parecido a la selva vietnamita fue el bosque tropical filipino donde además podrían contar con equipamiento técnico norteamericano y mano de obra barata.
Hasta ahí, a excepción de algunos cambios imprevistos en el reparto como el reemplazo de Harvey Keitel por Martin Sheen, las cosas iban como esperaba el realizador. Todo se desmoronó a partir de sus obsesiones y su afán de controlar absolutamente todos los aspectos del rodaje. Actores y técnicos ya no lo veían como genio, sino como un déspota enceguecido.
“Estábamos en mitad de la jungla, éramos demasiados, tuvimos a nuestra disposición muchísimo dinero y demasiado equipo. Poco a poco fuimos enloqueciendo", admitió el día que presentó la película en Cannes.
No solo lo enloquecieron los problemas financieros –hipotecó su casa para terminar el rodaje-, las filmaciones tuvieron más contrariedades de las estimadas por rodar en un lugar hostil. Gran parte del equipo se drogaba y alcoholizaba para sobrellevar las jornadas lejos de su familia, pero sobre todo para soportar las órdenes de un tipo que cada vez tenía más barba y menos cordura.
Algunas cuestiones forman parte de las trivialidades más populares del cine: el inesperado sobrepeso de Marlon Brando (¡40 kilos de más!) y su desconocimiento total de sus líneas, el ataque al corazón que padeció Martin Sheen o el huracán que devastó todo lo que se encontraba en el set…
Pero hay otros detalles aún más extraños y casi desconocidos como la solución que encontró el realizador después que el ejército de los Estados Unidos se negara a participar del film: un acuerdo con el dictador Ferdinand Marcos, quien cedió para varias escenas los helicópteros con los cuales sus fuerzas masacraban rebeldes en el Sur.
Casi sin darse cuenta las adversidades y su ego condujeron a Coppola por un camino similar al del Coronel Kurtz -hasta amenazó con suicidarse en tres oportunidades-. Su esposa, y autora del documental Corazones en Tinieblas (Hearts of Darkness: A Filmmaker's Apocalypse, 1991), lo describió mejor que nadie.
“Es la metáfora del mismo viaje del director. Toda aventura lleva consigo el miedo a fracasar, a la muerte, a volverte loco. Y, en verdad, tienes que fracasar un poco, volverte loco un poco, morir un poco, para alcanzar el otro lado”, retrató.
Finalmente, aquél rodaje que se estimaba duraría seis semanas demoró 16 meses, y el realizador llegó a la sala de edición más de 250 horas de celuloide. Inevitablemente, su estreno se postergó y la prensa ya empezaba a hablar de la superproducción –el presupuesto inicial era de 13 millones, pero se triplicó -como una película maldita. Un mote que se remarcó en su estreno en el Festival de Cannes donde parte de la crítica la destrozó a pesar de ganar la Palma de Oro.
Sin embargo, esa fama no tardaría en mutar parcialmente. El director cambió para siempre tras aquella experiencia en tierras asiáticas, pero eso era lo que necesitaba para cumplir su misión de revolucionar Hollywood. Ya no volvería a emprender una odisea tan pretensiosa en gran parte porque lo había conseguido: puso el cuerpo y concibió un clásico vivo e imperfecto.
Como ninguna otra superproducción, Apocalipsis Now demostró que se podía concebir una pieza de arte viva –el espectador puede sufrir el calor y hasta oler el napalm- donde también subyaga una declaración de principios. Los sinsentidos de la guerra, la obediencia estúpida del ser humano, y la locura misma… Coppola tuvo que vivir todo eso en carne (y mente) propia, solo así podía cumplir con su misión de refundar el cine. Perdió la cordura, pero ganamos todos.
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