No es casualidad que Andy Muschietti se haya consagrado con una adaptación de Stephen King: él creció leyendo sus libros y admite que su pluma lo forjó como artista. Ese amor fue la clave para que los ejecutivos de Warner Bros apostaran a su visión en It (2017). Y el resultado no podría ser mejor: el film se convirtió en la película de terror más exitosa de todos los tiempos –superando a El Exorcista (The Exorcist, 1973)-, y su continuación promete repetir el suceso.
Hace unos días, el realizador se dio el gusto de presenciar el preestreno de It: Capítulo Dos (It: Chapter Two, 2019) en Buenos Aires en donde apreció cómo reaccionaron sus compatriotas a su nueva superproducción. Después de una conferencia de prensa en los que contó sus expectativas y detalló algunos datos del rodaje, Diario Popular tuvo la oportunidad de realizarle algunas preguntas al cineasta.
- ¿Cómo encaraste esta continuación?
Leí el libro cuando tenía la edad de los chicos o era un poquito más grande. Al volver a leerla, a los 40 años, me relacioné con ciertas cosas, eventos, emociones y personajes de manera distinta. Mi memoria me decía algo, pero la viví de otra forma, desde otro punto de vista y experiencia de vida. Descubrí un sentido más hondo, entendí mejor la narración y me di cuenta de que es una carta de amor a la infancia. Habla de la necesidad de mantener vivo a ese niño que alguna vez fuimos, es una historia fascinante. En cambio cuando tenés 14 años no te interesa cómo será la vida a los 40. Son dos miradas sobre los mismos eventos, es curioso cómo la vida está relacionada con ambas etapas.
- El miedo es el tema central, y en esta entrega se exploran aquellas cosas que nos aterran en la adultez. ¿A qué le temés en esta etapa de tu vida?
- Me acuerdo que mi miedo de niño eran las cucarachas y los espíritus, los fantasmas. No podía dormir porque vivía en una casa con techo expuesto y de vez en cuando se asomaba una. Esa casa tenía también una terraza en el barrio (Acassuso) donde había tipas, grandes árboles que son la casa de las cucarachas voladoras, de ahí planean. La terraza era un apocalipsis de cucarachas. Todavía me dan miedo las cucarachas y me inquietan los cuadros de Modigliani, pero cuando crecés le tenés miedo a cosas más profundas. La inminencia de la muerte, la soledad, perder a un ser querido…
- La película también exhibe los traumas, esos miedos que se pueden arrastrar desde la niñez
Cada uno de los personajes tiene un temor con el que nos podemos relacionar. Y en los casos de traumas, ves a los personajes repitiendo sus historias: Beverly se casa con alguien que abusa de ella como su papá, porque ella creció con esa visión distorsionada de lo que es el amor; Eddie se casa con alguien con su mama… ¡que es la misma actriz! Después en la película está ‘el olvido’ que es un poco una metáfora sobre la represión. Vos podés ser exitoso, pero si hay algo que no solucionás nunca vas a ser feliz.
- Uno de los aspectos más sorprendentes de este “Capítulo Dos” es el parecido entre los actores que interpretan la versión adulta de los chicos que conocimos en la primera parte. ¿Cómo se dio la selección?
Cuando veo un filme en el que hay dos líneas temporales y los actores no se parecen me saca. Quería encontrar intérpretes que tuvieran la misma energía. A Jessica (Chastain) ya le había mostrada la primera antes de estrenarla y se enganchó inmediatamente. La idea de McAvoy vino después, para mí es el mejor actor de su generación y está en la zona de similitud con Jaeden Martell. Bill Hader era indiscutible, es el tipo más gracioso del mundo. Me costó encontrar a Mike, un personaje destacado porque es una especie de guía, de líder. Finalmente pensé en Isaiah Mustafa, un tipo sin trayectoria en cine que había hecho comerciales de Old Spice. Le di la oportunidad y realizó un trabajo increíble, se puso al nivel de los otros.
- ¿Es más fácil trabajar con niños o adultos?
-Es más fácil con niños, definitivamente. Es una concepción falsa que los chicos dan trabajo. Si les hablás de la historia y el arco del personaje ya se ponen a actuar porque quieren jugar, están jugando. Los adultos no, van más profundo y hay otras implicancias. Están pensando en ellos, en cómo se van a ver en la historia, se mezclan cosas personales. Y además siempre quieren mejorarlo todo, tienen un instinto natural hacia el perfeccionismo. El actor adulto te mide, necesita confiar en vos como director, entonces si mostrás debilidades se sienten inseguros y empiezan a dirigirse a ellos mismos. Yo sabía esto, pero nunca había trabajado con seis actores adultos con el mismo nivel de protagonismo. La clave era empezar el día diciendo “esto es lo importante en la escena” y tener en claro qué lugar ocupaban los personajes.
- ¿Qué cosas sentís que cambiaste como director entre la primera entrega y esta continuación?
-En el capítulo uno estaba en medio de un proceso. Mamá fue mi primera película y yo siempre dibujé story boards, me ganaba la vida como storyboardista aparte de hacer cortometrajes. Iba al set con todos los dibujitos hechos de la noche anterior y hacía la mayor cantidad posible antes de empezar a filmar, porque es imposible dibujar toda la película. Era importante que los planos fueran esos y que los actores hicieran exactamente lo que estaba dibujado y hay fricciones ahí, los actores no quieren sentirse marionetas. Es el paradigma de Hitchcock, al que le chupaba un huevo lo que piensan los actores, pero él tuvo problemas con eso. La verdad es que hay que estar atento, ese es el crecimiento. Hoy al día todavía llego al set con mis story boards pero con la diferencia de que estoy abierto a los cambios, a modificar la geografía, lo contrario a Hitchcock. Esta vez incentivé la improvisación, que me permitía sobre todo un actor como Hader.
- ¿Cómo fue contar con Stephen King en el set?
-Me tranquilizó mucho. Pero la primera también la hice tranquilo porque él no estaba. No necesitaba otra voz, con todo el respeto del mundo y la admiración que le tengo. Tenía que volcar mi visión, la adaptación es una visión interna, no construida por las expectativas del público, por lo que te dice el escritor. El estudio te da esa oportunidad porque tenés una visión y experiencia emocional que estás tratando de volcar. En la producción de la primera película King no intervino para nada porque él entiende bien esto, mejor que nadie. Solo me advirtió: ‘mirá que soy yeta, todas las películas donde participo fracasan’.
- Ahora se toma con más tranquilidad las adaptaciones, ¿no?
Ya no es el mismo que detestó El Resplandor, que dijo ‘me hicieron mierda la obra’. Treinta años más tarde sabe que las adaptaciones son otra cosa que el libro. Una de las lecciones de mi viejo, que no son muchas, es la frase de que un camello es un caballo diseñado por un comité. Y eso es real y es una elección que siempre tuve en cuenta. Cuando el estudio me empieza a hacer observaciones son respetuosos en general, pero lo del camello se lo dije varias veces. ¿Quieren un camello o un caballo?
- ¿Ya podemos asegurar que el maestro del terror es hincha de Independiente?
¡Sí! (risas)
-¿Es una presión el éxito de la primera parte?
Me daba un poco de vergüenza cuando empezamos a sumar números y superamos a El exorcista. Y ahora hubo cero presiones de alcanzar de nuevo ese éxito, la presión era conmigo mismo para ver hasta dónde podía llegar con la calidad del filme. El único obstáculo son las limitaciones creativas. Me miré a mí mismo y me dije “¿Puedo hacer de esto una película que esté buena? ¿Soy capaz de adaptar algo tan querido?”.
- Antes de que te vayas… Sí o no: ¿vas a filmar en Argentina?
Tengo muchas ganas
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