Sir Anthony Hopkins pertenece al exclusivo club de predestinados que festejan sus cumpleaños mientras el resto del mundo celebra el Año Nuevo, en este 2017 nada menos que 80. Nacido en Margam, Gales, el 31 de diciembre de 1937, el gran actor británico, ahora naturalizado estadounidense pero celoso de sus raíces y del título nobiliario que le concedió Isabel II en 1993, es hijo de panaderos y vivió las penurias de la Segunda Guerra Mundial y la crisis minera.
Es hijo único y fue un niño malhumorado, disléxico y solitario, marcado por la figura imponente de su abuelo, y también por esto tímido y rebelde contra todo tipo de autoridad.
En 1980 la fortuna se materializó en su encuentro con David Lynch y el Doctor Treves de “El Hombre Elefante”. Esta obra maestra de su carrera marcó un hito que lo naturalizó como ciudadano de Hollywood sin renunciar a la notoriedad en su patria. Luego se cruzó con el personaje de Hannibal Lecter en “El silencio de los inocentes” de Jonathan Demme, papel que le dio el Oscar en 1991 y con el que se construyó una máscara que no abandonaría más, hecha de amenaza y seducción, violencia y racionalidad, hielo exterior e interior tumultuoso.
Trabajó con Francis Ford Coppola (“Drácula”) y con Attenborough (“Chaplin”), elaboró personajes memorables en “El Inocente” de John Schlesinger y “Lo que queda del día” de James Ivory. Acarició el Oscar con “Nixon”, de Oliver Stone y “Amistad”, de Steven Spielberg. Y su popularidad quedó ratificada por “La máscara del Zorro” de Martin Campbell o sus dos secuelas de Hannibal, dirigidas por Ridley Scott y Brett Ratner.
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