La experiencia puede ser angustiante, dolorosa. Pero en Réquiem por un Sueño (Requiem for a Dream, 2000), una adaptación cinematográfica de una novela homónima de Hubert Selby Jr, el director Darren Aronofsky se atrevió a cuestionar la fragilidad humana. "¿Cuántos de nuestros deseos y fantasías son elucubrados por el capitalismo?", se pregunta durante 100 minutos. Y, finalizado el metraje, la respuesta es contundente; los prohibidos y los obligados, los imposibles y los mundanos. Todos nuestros sueños.
Para quienes tengan ganas de volver a padecerlo o sufrirlo por primera vez, el film se acaba de sumar al catálogo de Netflix. Su visionado es inevitablemente activo: genera repulsión hacia actitudes en las que nos reconocemos, remueve frustraciones e invita al pesimismo. Pero es una experiencia que nos enriquece con una mirada crítica sobre las maniobras que somos capaces de hacer para escapar de la realidad que nos atraviesa o alcanzar los ideales de la tele –ahora podemos sumar las redes sociales, claro-.
Las historias del adicto Harry (Jared Leto) y su madre depresiva (Ellen Burstyn) nos llevan a analizar el paso del tiempo y nuestra permeabilidad a un entorno que continuamente ofrece píldoras para aliviarnos. No necesariamente se trata de drogas legales o ilegales, también pueden ser productos de belleza, la cerveza de moda o ese pantalón que no venden de tu talle. Y por supuesto, el anhelo universal de tener más dinero. Cosas que nos empujan a ser un "ganador", como resuena en la cabeza de los protagonistas.
Sin embargo, aunque tratemos de convencernos de lo contrario, ninguna de esas aspiraciones puede frenar las agujas del reloj o coimear la infelicidad. Sufrir es un sentimiento que genera el capitalismo para poder taparlo con sus artificios. Viéndola, quizás le ganés al sistema por un rato. O podés ver la serie de moda, también se trata de eso.
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