Esa ternura y oscuridad encantadora que reconocemos en la obra de Tim Burton, se relaciona directamente con las pasiones de su infancia. Nacido un día como hoy de 1958, el pequeño Timothy empezó a sentir una atracción inusual por la muerte a muy corta edad. No solo pasaba el tiempo conversando con amigos imaginarios y mirando cine clase B, sobre todo adaptaciones de Edgard Allan Poe, también paseaba frecuentemente por el cementerio que estaba a metros de su casa en Burbank, California.
Entre sus pasatiempos se encontraba dibujar y en esos borradores ya se podía apreciar el germen de sus personajes taciturnos con ojos tristes que ahora tienen un lugar privilegiado en la cultura pop. A los 18 años, después de algunos filmes caseros con una cámara súper 8, recibió una beca del Instituto de Artes de California (fundado por Walt Disney) y se graduó tres años más tarde. Notando su talento, la Casa del Ratón le abrió sus puertas como aprendiz de animación.
En sus primeros trabajos para la poderosa compañía –que atravesaba una crisis profunda a principio de los 80-, Burton sacó a relucir todo su carisma freak en cortometrajes que fueron revalorizadas con el paso del tiempo como Vincent (1981) y Frankenweenie (1984). Pero los perros que revivían y los amantes de los cuervos no eran lo que Disney esperaba, y el cineasta fue despedido. Ese final abrupto le sirvió para buscar nuevos horizontes.
Su primera película como director fue La gran aventura de Pee-Wee (1985), un film que llevaría a la gran pantalla un programa infantil muy exitoso de HBO. Más tarde llegaría El Superfantasma (Beetlejuice, 1988), una genialidad en la que empezaba a notarse su impronta. El éxito de esa comedia negra (y excéntrica) hizo que Warner Bros. lo eligiera para liderar la gran apuesta del estudio: Batman (1989). Tras ese batacazo comercial, llegaría la que muchos consideran su obra maestra: El Joven Manos de Tijera (1990).
En 1991, la compañía no estuvo satisfecha con la oscuridad de Batman: Regresa (1991) y lo empujó a dejar la franquicia del encapotado. Burton sintió que se sacó un peso de encima y empezó a dedicarse a proyectos más personales como la maravillosa Ed Wood (1994), una biopic sobre el “peor director de la historia”.
La segunda mitad de los noventa no fue tan auspiciosa como su comienzo, pero su genialidad se mantenía en títulos fantásticos como Marcianos al Ataque (1996) y La Leyenda del Jinete sin Cabeza (1999).
A principios del milenio, tras el olvidable e impersonal Planeta de los Simios (2001), dirige un film más convencional que se convierte en una de sus obras más destacadas: El Gran Pez (2003). Luego seguirían Charlie y la Fábrica de Chocolates (2005), El Cadáver de la Novia (2005), Sweeney Todd (2007), Alicia en el País de las Maravillas (2010), y Sombras Tenebrosas (2012), las cuales contaron con su actor fetiche Johnny Depp como protagonista.
En los últimos años, el cineasta ha apostado en menor medida a sus intereses más genuinos, alineándose con los intereses de Hollywood. Desde Frankenweenie (2012) no filma un guión propio, pero se ha mantenido activo con sus trabajos detrás de cámara en superproducciones como Miss Peregrine y los Niños Peculiares (2016) y Dumbo (2019). A sus flamantes 62, Tim está tan vigente como en sus años de (sombrío) esplendor.
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