Cada aparición de Marcelo Bielsa es una clase magistral. Habla de fútbol, pero habla, en realidad, de otra cosa: habla de la vida. El domingo participó del "Encuentro Perugia", una serie de charlas con figuras del mundo intelectual, en este caso, hispanohablantes. El Loco fue uno de los invitados. Y durante una hora dio cátedra. Como es imposible sintetizar sus conceptos en pocas líneas, acá, en crudo, elegimos las 17 ideas que dejó el rosarino en su discurso.
El fútbol es un oficio que se ejerce con un componente amateur. Si el jugador no es muy amateur, no es un buen profesional.
En la diferencia, no molesta el color de piel, o que sean extranjeros. Lo que molesta es la pobreza. Porque si el extranjero tiene petrodólares no hay ningún problema. En los equipos de fútbol pasa exactamente lo mismo: el débil está al servicio de asumir la culpa, de ser estigmatizado. El equipo de fútbol es un grupo humano en cuya norma es dar y recibir. Funciona de ese modo: hay que dar y hay que recibir. Y como el carenciado, el débil, no puede dar, se lo protege.
La idea de justicia no es distribuir a todos por igual, si no distribuir en función de las necesidades. El mejor es el que llega más alto con independencia de considerar de donde partió cada uno que está comparándose. Y con una cosa muy perversa: el mejor es el que tiene más derecho y menos obligaciones. El mejor es el más vanidoso: no logra entender que la genética y la pasión para el desarrollo de su genética la heredó sin merecerlo, sin hacer nada para que le sucediera. Un jugador de fútbol es exactamente eso: una carga genética positiva y una gran pasión que permite su desarrollo, jugar mucho, para que la genética prospere. Entonces, el futbolista cree —o le hacemos creer, o no le indicamos— que no hizo nada por eso. A mí me parece justo que el mejor sea el que más honorarios perciba, pero no que luego le demos privilegios en vez de aumentarle las obligaciones... que es lo que pasa. Si no se desarticula ese proceso provoca un gran individualismo. Y si bien que un grupo esté unido no significa que va a triunfar, lo que es seguro es que si está desunido es imposible que triunfe.
Muchas veces, decidir e ignorar lo que le conviene a la mayoría para elegir lo que le conviene al más débil probablemente disminuya las posibilidades de un grupo. Pero el combustible que orienta la conducta de quienes eligen por el más débil en lugar de por sí mismos vuelve a un grupo invencible en el plano emocional.
Los jugadores no son educados para ser mejores, si no para ser individualistas. Todo apunta hacia allí.
En los vestuarios no se escucha al que más tiene, ni al que más títulos ganó, ni al más famoso, ni al más rico, sino al que ha protagonizado episodios humanos íntimos, internos del grupo, que a todos nos produce placer recordar. Los dolores del alma o las alegrías del alma no tienen prácticamente nada que ver con las posesiones materiales.
Los que estamos en el medio del fútbol sufrimos de ansiedad. La ansiedad es la intolerancia a la espera de que los hechos se produzcan. Uno quiere que pasen y no está dispuesto a esperar. Y ese proceso degenera en angustia porque de las diferentes formas que uno imagina que pueden suceder las cosas, elige la peor. Entonces los ansiolíticos son casi indispensables. Hay de todo tipo. La asistencia psicológica es una forma de neutralizar la ansiedad, como la actividad física, las sustancias químicas, la farmacología, los ejercicios respiratorios pautados y conducidos. Pero la mejor de todas, la más efectiva, es la dedicación al dolor ajeno.
Al fútbol se gana según los mejores jugadores. Cuando esa disputa es pareja, se gana según la preparación física; cuando esa disputa también es pareja, se gana según la organización y el orden; y cuando esos tres partidos salieron empatados, se gana según las emociones multiplicando las herramientas.
Imagínense al poderoso de turno contactando a un jugador: le va a dar lo que no merece si le conviene, y le va a negar lo justo cuando deje de ser imprescindible. De algún modo, el mensaje que recibe es "te quiero solo si ganás". Y el jugador interiormente responde: "Yo necesito que me quieras para ganar, no solo si gano. Tu afecto me fortalece y me autoriza al éxito". El hincha también quedó entrampado porque como solamente la inclusión depende de la condición del triunfador.
Todos estamos constituidos por fruto y maleza. La mayoría de los medios de comunicación estimulan lo peor de nosotros, y no cambiamos de canal. Porque nos proponen que cambiemos de canal pero para eso hay que tener sensaciones que no propician, sino lo contrario. Lo que pasa es que hay que saber, que yo no sé, cómo los medios de comunicación manipulan a las personas. Uno a veces no se explica por qué en un plató de repente hay un ruido fuerte, porque cuando ya no queda nada que decir hay que llamar la atención. Porque no hay contenido para tanto tiempo. Y no hay talento para generar contenido valioso aunque el tiempo fuera menor. Entonces la consecuencia es que somos cada vez más de lo peor que nos constituye.
Cuando uno quiere captar al otro, actúa con bondad. Cuando lo captó, y esa captación te convirtió en exitoso, aumenta la autoestima del conductor, del líder, y dice 'no, ya no voy a seguir siendo bueno. Puedo ser justo porque ya tengo un prestigio que hace que ya no vaya hacia el futbolista a través de la concesión, si no a través de la justicia'. Pero los líderes verdaderos no se quedan en ninguno de esos dos estadíos y se convierten en líderes humanos. Esa es la mejor versión del conductor.
Yo aprendí lo que es un líder cuando empecé a trabajar. Había un jugador muy carismático y querido en el equipo que dirigí en mi primera experiencia. El nombre es Gerardo Martino. A este hombre lo conocí como jugador. Y tiene tres aspectos que distinguen al líder: cuando entra a un lugar con mucha gente —el vestuario, por ejemplo—, desciende el nivel de sonoridad del lugar: no vaya a ser que quiera decir algo y que no lo escuchemos. En segundo lugar, casualmente, habla poco el líder, y siempre habla en voz baja. Y finalmente, en comparación con cualquiera de nosotros, se le festeja y reconoce lo que a los estándares no se nos festeja ni se nos reconoce.
Hay dos grandes tipos de entrenadores: hay entrenadores que intervienen y otros que acompañan e intervienen. Hay entrenadores que corrigen y otros que estimulan. Hay entrenadores que trabajan en el error, y otros en el acierto. Otros que trabajan en la autocrítica y en la corrección. Y otros que trabajan en el olvido: olvidemos lo malo, saquémoslo de la memoria. Si usted hace una tabla, ganan en igual proporción unos y los otros. Eso quiere decir que las dos fórmulas son exitosas. Lo que no sucede es que gane uno disfrazado con la vestimenta del antagónico, del otro. El futbolista no se deja engañar. Percibe al impostor. El engaño puede tener efecto inmediato y positivo, pero no duradero.
No pueden competir de igual a igual el que busca el acierto corriendo el riesgo de sufrir errores con aquel que prefiere no crear antes de someterse a la posibilidad de la equivocación. Y no estoy hablando de trampa. Estoy hablando dentro del reglamento, lo que legitima cualquier postura. Pero hay una incisión que indica que no razono absurdamente: que si juegan dos equipos que juegan a no correr riesgos, no hay partido. Y si juegan dos equipos que juegan a correr riesgos, sí hay partido. A veces me digo frente a mí mismo esto: prefiero obtener ningún punto buscando obtener tres, que obtener uno sin ninguna posibilidad de obtener tres. Entonces, hay una cosa que es muy injusta comparativamente con otra cosa que es muy peligrosa: si usted merece ganar un partido y no lo logra, no es peligroso que no haya rédito a una búsqueda infructuosa, pero si se premia un triunfo inmerecido y se lo reconoce, si se lo valora, eso sí es peligroso.
Cuando yo era chico y vivía en un barrio de mi ciudad, había un Mercedes Benz. Si el propietario era un levantador de juego ilegal o un proxeneta, no tenía valor. Tenía mucho más valor un auto estándar de un trabajador. No era lo mismo acceder ignorando el procedimiento y el origen. Hoy es al revés. Y eso es algo que lo hemos permitido todos nosotros. El prestigio es lo que el otro te atribuye sin que vos tengas que demostrar. Para mí hay dos palabras que daría cualquier cosa por poder actuar según esa calificación: integridad, que es que no adolece de ninguna de las partes trascendentes, y prestigio, que uno no necesita ponerlo en evidencia para que el otro te imagine de ese modo. Pero hay que pagar un precio caro si uno aspira, que no es mi caso, a conseguir esas dos cosas.
Las decisiones tienen dos formas de mirada: hay un efecto que es la decisión respecto al círculo cercano que la toma, y una mirada sobre la decisión después del paso del tiempo. Si usted quiere que lo inmediato sea placentero, es muy probable que con el paso del tiempo no esté conforme con la mirada a distancia.
Hay una situación habitual que es cuándo uno decide responder, polemizar, y uno decide dirimir posiciones con un interlocutor. Uno tiene la tentación de saldar cualquier injusticia cuando habla alguien de algo que tiene que ver con uno y no es justo. Pero no es la justicia de lo que se dirime, si no la fiabilidad del interlocutor. Uno solo debe enfrentar la polémica si el interlocutor es tan creíble como que en caso de que yo no la afronte se afecta mi propia credibilidad.