Un 2 de agosto de hace 15 años, el hombre que ejercía como entrenador de Independiente se despedía, dejando atrás su perfil inconfundible que trascendía su actividad futbolística para comunicar sin dobleces una idea de participación real y solidaridad efectiva que siempre lo distinguió

En la dimensión existencial del hombre entretenido que vive sin interpretar lo que le pasa y sucede, José Omar Pastoriza entendía algo vital: sabía que estaban los que tenían todo o casi todo y decidían y estaban los que no tenían nada o casi nada y obedecían. Hasta que algún día en algún lugar, eligieron obedecer menos. O directamente no obedecer. Y comenzaron a construir.

Esa observación siempre central que el Pato reivindicó hasta que murió de un paro cardíaco en la madrugada del lunes 2 de agosto de 2004, lo terminó acompañando por encima de todas las adversidades que siempre se presentan. Adversidades de la vida y del fútbol que trascienden la propia aldea.

En otros espacios y en otros momentos en el que recordamos al Pato Pastoriza sosteníamos que no estábamos hablando de un tipo sin máculas. Las tenía como las tenemos todos en mayor o menor medida. Pero sus errores no significativos, quedaron tapados por la magnitud de sus virtudes.

¿Cuáles fueron esas virtudes? Entre otras, jugar muy bien al fútbol en el rol de volante que sabía armar, ver la geografía total de la cancha y encontrar en la latitud invisible del tiempo y el espacio el concepto inalterable y siempre vigente del juego colectivo.

No fue un super crack. Pero jugó como un crack, en especial, en Independiente durante el período que abarcó desde 1966 hasta 1972, cuando en octubre de ese año (el dictador Alejandro Agustín Lanusse era el presidente de la Argentina) tuvo que partir al Mónaco de Francia siendo secretario general de Futbolistas Argentinos Agremiados (FAA), ante las recomendaciones indirectas y directas que le hicieron llegar desde una AFA intervenida por Raúl D´Onofrio, padre del actual titular de River, Rodolfo D´Onofrio

¿Qué distinguía al Pato como jugador? Su pegada estupenda , su panorama integral, su inteligencia puesta al servicio del equipo, su jerarquía como conductor y su sensibilidad para ser un líder indiscutible que no sobreactuaba de líder. Sin sacar chapa de líder. Sin venderse como líder. Lo era con absoluta naturalidad. Y lo fue desde el arranque hasta el final sin dejarse lisonjear por los serviles y alcahuetes de turno que siempre están en todos lados dispuestos a sacar ventajas.

Como entrenador, le fue bien y mal como a todo el mundo. “Nadie está invicto, solo ustedes”, solía explicar ese jugador colosal que fue Daniel Passarella, refiriéndose en tono irónico o burlón a los periodistas. Pastoriza, por supuesto no estuvo invicto. Seguramente, perdió más de lo que ganó. Porque esta ley no escrita no la viola nadie. Salvo Pep Guardiola.

Lo valioso es que el Pato nunca abandonó su fidelidad a una idea de protagonismo en serio. La idea de un fútbol despojado de miedos y de inhibiciones. No jugaban con miedo los equipos que dirigió. Jugaban a imponer condiciones. A ganar los partidos desde el comienzo con una convicción que el siempre sostuvo en cualquier escenario y en cualquier contexto con una fortaleza inclaudicable, que a modo de ejemplo podría graficarse con la consagración de aquel Independiente que con ocho jugadores salió campeón ante Talleres de Córdoba del Nacional de 1978.

Tenía el Pato la capacidad innata de transmitir su mensaje y provocar un contagio colectivo sin grandes ni lucidas intervenciones. Lo hacía con un estilo casi minimalista. O casi con ausencia de palabras que revelaran dramatismo y excitación. No las necesitaba. No formaban parte de su credo. Convivía con ese don de dar en la tecla exacta muy poco extendido. Quizás por eso mismo sus palabras llegaban. Porque denunciaban que no estaban contaminadas por el verso. Y por la hipocresía tan difundida y reversionada en los tiempos actuales de las redes sociales, donde se hace y deshace el mundo cada cinco minutos.

En la charla cotidiana era simple pero rotundo. “Yo me fijo en los rivales, como se fija cualquiera, pero miro muchísimo más lo que podemos y tenemos que hacer nosotros”, sostenía convencido. Esa lectura que promovía la autoestima, también dejaba ver el rasgo de su temperamento y su independencia. No se bancaba ni por asomo que un jugador de su equipo o alguien de su entorno manifestara temores o inseguridades frente a un desafío futbolístico. “Conmigo los cagones no van”, aclaraba por las dudas.

Y era cierto. No se la daba de guapo. Para nada. Pero si advertía que le clavaban cuchillos por las espaldas, esperaba al ejecutor y lo encaraba de frente para saldar viejas cuentas. Y más de uno (periodistas y dirigentes que le jugaron cartas fuleras) en esa circunstancia, se puso más blanco que un papel de diario, abriendo el manual de las disculpas falsas.

Para aproximarse a su perfil de tipo sin dobleces, Ricardo Giusti le dedicó al Pato algunas frases en una edición de El Gráfico en 2016: “Era un crack como tipo. Era un compañero más, con mucha personalidad. Te hablaba desde un lugar de hermano mayor. No se destacaba por el trabajo táctico, pero armonizaba tanto el grupo que era fabuloso. Y muy solidario. Mucha gente que no tenía un mango iba a pedirle cosas a la pizzería y él les daba a todos”.

Algunas anécdotas en ese sentido que nos constan, por supuesto no alcanzan para registrar la totalidad de un hombre sensible a los acontecimientos de la vida social. La realidad es que Pastoriza adquiría compromisos de algún tipo de asistencia hasta con los que había conocido hacia diez minutos. Y lo hacía sin testigos. Sin circo. Sin show. Y sin demasiadas palabras. Le nacía. No careteaba. Y no se detenía en superficialidades.

Conocía los santos y señas de la gente del fútbol. Y conocía los santos y señas de la gente que caminaba por afuera del fútbol. Nos comentó en agosto de 1997 en una confitería muy próxima a Callao y la Avenida Santa Fe que “todos aquellos que me cagaron o me traicionaron no tienen cara para mirarme a los ojos. Son cobardes”.

Con los naipes arriba del paño verde, Pastoriza nunca escondió ninguna carta. Fue así. Implacable con los rastreros. Sutil y generoso con los que compartían la idea de ampliar siempre la mesa. Y la amplió hasta donde pudo. Llevó a Perón y a Evita en el alma. Y llevó a Independiente en el corazón. Por eso volvió en el arranque de 2004 a ejercer como técnico, luego de varios intentos frustrados, hasta la madrugada de ese lunes 2 de agosto cuando se despidió.

La aguda mirada futbolística y social del Pato Pastoriza vale la pena reivindicarse. Y por eso, la reivindicamos.

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