Después de la dolorosa caída ante River por 3-1 en La Bombonera, Boca intentó reformular por completo su estructura. Y apeló a un sistema netamente conservador. El miedo a perder lo hizo retroceder varios casilleros en todos los rubros. El miedo que también interpeló al cuerpo técnico. La autoestima debilitada. El cambio de rumbo que delató grandes inseguridades. Y la necesidad ahora de volver a cambiar.

Modificar sistemas, estructuras y nombres propios en función de atender distintas circunstancias y necesidades siempre ha sido en el fútbol un escenario que delata inseguridades y temores.

Los buenos equipos, aquellos que siempre pretenden imponerles condiciones a los adversarios, no cambian su idea y su estrategia por un resultado negativo o por contar con un jugador suspendido o lesionado. Juegan como venían jugando. Porque están convencidos de lo que quieren y de lo que desarrollan.

Aquellos que cambian como, por ejemplo lo hizo Boca después de la categórica derrota ante River por 3-1 en La Bombonera, revelan que no se graduaron de buenos equipos. Boca, de hecho, en esta temporada que está por finalizar, no lo fue ni lo es. Esas buenas producciones que alcanzó en el cierre de 2016 cuando venció con argumentos convincentes a San Lorenzo, Racing y River (estaba Tevez en el plantel), fueron episodios irrepetibles.

Después de aquel mazazo que le propinó River hace algunas semanas, no pocos periodistas sensibles al sentimiento boquense le reclamaron a Guillermo Barros Schelotto que tenía que reformular el armado del equipo, incluirlo al colombiano Barrios (muy sobrecalificado por el ambiente) y darle más respaldo defensivo a un funcionamiento precario e insolvente.

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¿Qué hizo Guillermo de cara a las urgencias? Lo que le pedían. Casualidad o no, análisis parecido o no, Boca cambió. Es cierto, se hizo un poco más fuerte atrás, pero adelante fue una auténtica lágrima. Como para recordar la famosa manta corta que inmortalizó el brasileño Tim en aquel San Lorenzo campeón de 1968.Pavón y Benedetto pueden dar fe. Jugaron solos arriba. Casi perdidos en la noche. Y de no ser por las dos maniobras aisladas que protagonizó Benedetto (es un punta que sabe autogestionarse aún en inferioridad numérica) en el 1-0 ante Newell’s y en el 1-1 frente a Huracán, la cosecha de puntos hubiera sido desalentadora.

¿Qué hizo Guillermo de cara a las urgencias? Lo que le pedían. Casualidad o no, análisis parecido o no, Boca cambió. Es cierto, se hizo un poco más fuerte atrás, pero adelante fue una auténtica lágrima.

Podrá argumentar Guillermo que le faltó la gambeta de Centurión, desgarrado en los primeros minutos contra River, que tampoco tenía la pausa del pibe Bentancur integrando el Sub-20 de Uruguay en el Mundial juvenil, que lo están acosando imprevistos no deseados, que al plantel en la recta final del campeonato lo acompañan algunos fantasmas, pero lo que se ve es que Boca está jugando con miedo. Y el miedo es un factor que termina condicionando todas las respuestas. Incluso la del cuerpo técnico. De allí los cambios en el sistema. Y los jugadores que entran y salen.

Por supuesto que nadie del campamento de Boca lo va a admitir. Porque estas cosas no se admiten ni en público ni en privado. Y es lógico que así suceda. El miedo o “el cagazo” como lo definían sin sutilezas Roberto Perfumo y el Loco Gatti, nunca fue ajeno a la dinámica propia del fútbol. Hasta los jugadores más guapos y templados en determinadas circunstancias tuvieron miedo. El tema es como lo afrontaron. Y como lo resolvieron. Mal o bien. Pero el miedo estuvo ahí. Visitándolos en la intimidad.

Y como el miedo suele resignificar la verdadera acepción de la palabra disciplina y la convierte en falta de iniciativa, los equipos atacados por los temores quedan a merced de cualquiera. Resignan algo sustancial de su autoestima. Se encogen. Se achican. Y juegan menos de lo que podrían jugar. Algo de este tenor le está sucediendo a Boca en el crepúsculo del torneo.

Por eso Guillermo apeló a cambiar la estructura luego del 3-1 de River. Porque no fue un cambio cosmético. Fue un cambio radical. De atacar mucho pasó a no atacar nada. Y a ofrecerle un chip totalmente conservador al equipo. Semejante transformación en plena travesía si expresa algo en particular es un susto mayúsculo.

La realidad que nunca puede ocultarse es que no le sirvió a Boca pretender reciclarse como un equipo especulador para que el ambiente del fútbol lo califique como una opción inteligente. De inteligente no tiene nada.

La realidad que nunca puede ocultarse es que no le sirvió a Boca pretender reciclarse como un equipo especulador para que el ambiente del fútbol lo califique como una opción inteligente. De inteligente no tiene nada.

Ahora, en la inminencia del cruce del próximo domingo ante Independiente, estará obligado otra vez a cambiar. A volver a ser el que fue hasta el espasmo que le provocó River. Y dar vuelta la manta corta. Por lo menos para descansar (después de los partidos) con la conciencia tranquila. ¿Podrá?

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