Cuando arrancó la segunda mitad, River se despertó. En los pies de Rodrigo Mora tuvo dos situaciones. Boca dejó de atacar. Bajó el ritmo. El partido parecía morirse en un empate, hasta que los dos técnicos movieron sus fichas: el Vasco puso a Fernando Gago y desarmó el tridente ofensivo; mientras que el Muñeco sacó a Teófilo Gutiérrez y Sebastián Driussi para poner a Fernando Cavenaghi y Gonzalo Martínez.
Ahí, la mesa estaba servida para River: en un partido de posesión, podía imponerse con comodidad. Pasó todo lo contrario: Gago se hizo amo y señor de la mitad de cancha, el Millonario no encontró la pelota y, con el ingreso del ex Colón, Boca fue a jugar el partido en el área rival.
La localía y las pelotas paradas trasladaron el escenario del encuentro cerca de Marcelo Barovero. La efervescencia de la gente y la necesidad de ganar un clásico después de dos años y medio generaron una tormenta de pelotas aéreas. Alguna iba a quedar. La agarró Pavón: aprovechó el descuido del primer palo por parte de Trapito para pasar al frente.
Después, con más vocación que ideas, River fue a buscar el empate. Y en el golpe por golpe, mordió la lona. Pérez conectó un rebote que dejó Barovero, y Pezzella la terminó de meter en contra. No había tiempo para nada más.
Este clásico, más allá de la disputa de la punta del campeonato, tenía un aliciente especial: ofrecía la chance de darle un golpe a quien cayera derrotado. Esa es la gran victoria "Xeneize": llegar mejor parado en la previa del cruce copero.
El jueves volverán a medirse. La revancha, esta vez, llegará rápido.
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