El Tata aguantó hasta donde pudo. Fue a la Copa América Centenario, desamparado, con la AFA destruida, sin cabeza. Toleró la falta de respuestas, la acefalía. Soportó habitaciones desarmadas, aviones demorados. Se bancó, incluso, una nueva frustración futbolística: la caída nuevamente en la final del certamen continental. Ahora, con la
nula colaboración de los clubes para ceder juveniles para los Juegos Olímpicos, dijo basta y presentó la renuncia.
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La decisión la comunicó en
el almuerzo que mantuvo en el predio de Ezeiza junto al Chiqui Tapia. Originalmente, el encuentro iba a servir como tranquilizador para el rosarino: le iban a comunicar que trabajarían en conjunto para
convencer a que los clubes más rígidos en la postura de no ceder futbolistas cambien la decisión. Sin embargo, algo se rompió. Martino no encontró las respuestas que precisaba: la dirigencia, según trascendió, le iba a imponer con qué jugadores podría contar para el torneo que jugará en Brasil.
Tapia, en el desbande, se ocupó de la Selección. Fue el hombre que puso la cara, que acompañó a la delegación en Estados Unidos y quien, en viajes previos,
estuvo con el Tata eligiendo hoteles y campos de entrenamiento. Por eso, tomó la postura de poner la cara en el medio del vacío institucional. No sirvió. No alcanzó. Martino no da más.
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El ciclo de Martino en la Selección comenzó en agosto del 2014. Julio Grondona, antes de morirse, había dejado un mensaje claro: que el Tata sea el sucesor de Alejandro Sabella, después del segundo lugar en la Copa del Mundo. Una vez fallecido Grondona, con
Luis Segura en el poder, el deseo se hizo realidad. Martino comandó durante 29 partidos al seleccionado nacional. Los números, a grandes rasgos, fueron buenos: 19 triunfos, siete empates y tres derrotas. En el medio, dos finales de Copa América consecutivas, y está en la tercera posición de las Eliminatorias a Rusia 2018.
La Selección está en un momento oscuro. Sin Lionel Messi, la renuncia de Martino le abre las puertas a otra camada de futbolistas que tienen la idea de la deserción en la cabeza. ¿Qué pasará?