CLUBES CON NECESIDADES
Sentado detrás de su minúscula oficina del tercer piso, Julio Grondona recibía a los dirigentes que tenían algo para pedir. Algo privado, una necesidad a saldar individualmente. Así llegaron a una audiencia el presidente y vice de un club que había quedado acéfalo y sin dinero, en la previa de un torneo que tendría al equipo peleando por no descender a la Primera C. Tenían que presentarse y pedirle plata: para lo segundo tenían estudiado cuánto necesitaban y el detalle de cómo la devolverían. Eso les había recomendado el presidente de otro club que hizo de nexo. Sin embargo, después del “buen día” de rigor, Grondona comenzó a hablar de formaciones del club que representaban, que solamente podían completar aquellos fanáticos de los mismos colores. La charla se diluía en ese tipo de anécdotas y ellos no habían pronunciado la palabra “dinero”. Cuando Grondona los despidió, uno de ellos se animó y comentó que necesitaban ayuda económica para que los jugadores no reclamen ante Agremiados. “No muchachos, yo no manejo plata. Por esas cosas vayan a verlo a Raposo”, los sorprendió. Cuando llegaron a la oficina del gerente financiero, consiguieron lo que necesitaban, sin haberlo pedido.
“PERDIMOS, MAURICIO”
Las ínfulas del empresario Mauricio Macri lo habían conducido a la presidencia de Boca. Como tal, ocupaba un cargo en el comité ejecutivo y su visión del fútbol incluía la apertura a las sociedades anónimas deportivas. En cada ocasión las proponía y sus pares del comité miraban de reojo a Don Julio para conocer su postura y propiciar el debate o impedirlo. Cuentan los viejos dirigentes que el “sijulismo” no tenía que ver exclusivamente con decirle que sí a cada propuesta del presidente de la AFA, sino con interpretarlo. Las cosas también fluían según el conocimiento previo de una postura de Grondona. Es decir, si algún incauto sugería la abolición de los promedios, su entorno desactivaba la posibilidad sin molestarlo. Pero con el tema de las SAD, estaban desorientados. Grondona dejaba que el joven Macri hablara de las bondades del sistema que consideraba que le daría al fútbol argentino un salto de categoría. Tanto hizo el hombre de Boca y de Socma, que Grondona permitió que en la siguiente asamblea se sometiera a votación la iniciativa que Macri tanto ponderaba. Era inverosímil que un dirigente tan ajeno al fútbol, con tan poca experiencia y en una carrera tan corta por los pasillos de la AFA lograra llevar a instancias de asamblea una propuesta sensible que no era promovida por Grondona, quien tenía a su nombre todas las innovaciones posibles. En los días previos, el dirigente xeneize auguraba las inminentes Sociedades Anónimas y en los diarios se analizaba el futuro del fútbol argentino y la proyección que le daría el ingreso de capitales privados. Los asambleístas tenían el poder de cambiarlo todo. Con los votos necesarios, el paradigma sería otro. El día de la asamblea, Macri esperaba el recuento de votos junto a Grondona. La sonrisa no se le había desdibujado desde su arribo al edificio de Viamonte. Sólo el escrutinio final le cambió el semblante. Apenas un voto tuvo la propuesta del ingeniero y se correspondía con el sobre que él mismo había depositado en la urna. Rápido de reflejos, Don Julio -que sólo votaría en caso de empate- lo miró paternalmente y le dio consuelo: “Perdimos, Mauricio”.
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ARROZ CON POLLO, O POLLO CON ARROZ
Las reuniones de comité ejecutivo tenían debate. Grondona no era un déspota: los dirigentes ejercían su rol y algunas las discusiones eran calientes. Existían posturas antagónicas que terminaban decantando en un acuerdo. El famoso consenso. Cierta vez, la cosa no presentaba avances y el debate se extendía mucho más allá de la media de duración que tenían las reuniones de los martes. Ese día, Don Julio no abría la boca. Algunos dirigentes aseguran que incluso por momentos entrecerró los ojos y descansó mientras el resto se desgañitaba sin encontrar una solución. Extenuado, carraspeó y se hizo silencio. “Muchachos, hay arroz con pollo o pollo con arroz. Ustedes decidan”. En menos de cinco minutos la situación que llevaba horas sin resolverse, encontró solución. Y Grondona tuvo la última palabra, sin llenarse la boca.
CANCHA CON PESCADITOS
La “última palabra” no se pronunciaba únicamente en el ámbito del comité ejecutivo. Muchas veces las lluvias son tan fuertes y los drenajes de las canchas tan poco eficientes que las lagunas en el campo de juego impiden que ruede la pelota. El reglamento es muy claro e indica que en esas circunstancias un partido no puede comenzar o continuar, según el caso. Cierta tarde de domingo, un encuentro muy importante para aquel campeonato estaba atravesado por una tormenta que había comenzado temprano. La cancha no tenía metro cuadrado por encima del agua. Los árbitros salieron a recorrerla y mostraban tres horas antes del partido ante las cámaras que la pelota flotaba. El vicepresidente del club local -era vocero de Grondona-, se acercó al árbitro y le preguntó por qué no lo suspendía, que prácticamente no había público en el estadio y que era más sencillo anunciarlo en ese momento. El referi consideró que el partido era tan importante que no quería tomar la determinación, sin estar seguro que no despertaría malestar. Los ejecutivos de la televisión no aportaron demasiado y explicaron que ellos tenían todo dispuesto para la transmisión, a menos que alguna autoridad dispusiera lo contrario. Nadie lo decía, pero todos esperaban que no fuera otro que Don Julio quien asumiera el asunto. Entonces el directivo puso su teléfono en altavoz para que el árbitro escuchara la palabra autorizada y discó el número. Tenía pensado avisarle inmediatamente después del saludo que esa no era una conversación privada, que lo estaba escuchando el árbitro del partido e incluso un testigo de la empresa que tenía los derechos audiovisuales. Pero no hubo tiempo de presentaciones. Cuando del otro lado Don Julio atendió el llamado habló en plural y, sin saludar, hizo una pregunta: “¿Qué están esperando para suspender ese partido? Estoy viendo los pescaditos en la cancha”.
LA PÉRDIDA
El equipo había descendido a la B Nacional en la última fecha del torneo de Primera. Buena parte de la comisión directiva había renunciado y el presidente del club estaba con licencia y en la mesa de entradas de la AFA había un sobre cerrado con la renuncia indeclinable al cargo. En ese contexto se presentó en Viamonte quien sería elegido presidente en una asamblea convocada de urgencia y comenzó a tallar un salvataje. La acefalía institucional había permitido el éxodo de varios jugadores profesionales que habían quedado libres. El primer equipo estaba compuesto por juveniles y el cuerpo técnico había firmado sin avales económico. El nuevo presidente había logrado que el equipo comenzara el campeonato más tarde que el resto, pero principalmente algo mejor: una buena cantidad de dinero en concepto de adelanto de derechos de televisación en efectivo, sin cheques para reventar en una cueva. Parecía que su gestión se encaminaba con la bendición de Don Julio. La mañana del 30 de julio de 2014 se despertó con la noticia de la muerte de Grondona y fue quien más lloró ese día. Algunos guardianes de la memoria del “vicepresidente del mundo” no saben que las lágrimas derramadas tenían el valor de un año completo de pantalla, que nunca se hizo efectivo.