El extraño paisaje de la Copa América llama la atención. Sólo Brasil y Argentina llenaron el 50% de la capacidad en la primera jornada. Entradas prohibitivas y la comparación con Chile 2015

Desde los primeros días de la Copa América, una pregunta comenzó a repetirse: ¿tan poca gente fue a la cancha? El torneo que potencialmente tenía todo para estallar se quedó a medio camino y multiplica butacas vacías.

La tradición de Brasil con la número cinco hacía pensar que la Copa América iba a ser un éxito rotundo. Con estadios llenos y color en las tribunas. Pero por el momento, más allá de las ganas de algunos hinchas, los estadios están semivacíos, el color celeste de los asientos sobresale y el calor no se siente. Los precios, la disminución del salario mínimo en el país y la política cambiaria de Jair Bolsonaro son claves para explicar por qué aparecen los huecos. Esta situación contrasta además con lo ocurrido en las últimas competencias continentales en las que los estadios parecían reventar.

El mayor inconveniente es la imposibilidad de explotar la potencia que tenía Brasil como sede. Con estadios amplios y con muchas localidades, el contraste es claro cuando hay partidos que sólo alcanzan el 30% de su capacidad. Por ejemplo, al encuentro entre Perú y Venezuela sólo asistieron 13.370 en una cancha que tiene lugar para 60 mil espectadores. Es decir, sólo el 23% de los asientos estaban ocupados.

Contando los primeros partidos de los grupos, a excepción de los encuentros de Brasil y Argentina, ninguno pasó del 50%.

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El primero de enero de este año, en su asunción, el presidente de Brasil Jair Bolsonaro estipuló que el salario mínimo de los trabajadores sea de 256 dólares (en Argentina es 271). Las entradas más baratas para ir a un partido de la Copa América están 31 U$S, es decir, 119 reales. Este número es el quíntuple de lo que vale un ticket en ese país si se tiene en cuenta los 6 dólares (o 26 reales) que sale ir a ver un partido del brasileirao. El valor de las entradas, el 12% de desempleo que se extiende a lo largo del territorio y la crisis económica son la clave.

En los últimos días, el lateral de la verdeamarelha Dani Alves dijo en conferencia de prensa: “Soy del pueblo, siempre voy a predicar para el pueblo. El precio de las entradas se sale de nuestras manos, pero quiero que la gente esté en los estadios”. Sin embargo, más allá de algunos comentarios, los precios se mantienen.

Las fotos de cabezas en un mar de sillas celestes vacías se multiplican. Eso no pasó en Chile, por ejemplo. Si bien los estadios eran más chicos, en la Copa América de 2015 el precio de las entradas era de 12 U$S. Con un sueldo mínimo -en ese año- de 378 dólares, los valores no eran prohibitivos para los locales. Por esa razón las canchas estaban más concurridas, incluso en poblaciones muchos más chicas.

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Por ejemplo, la ciudad de Viña del Mar cuenta con 334 mil habitantes y en pleno invierno recibió al partido entre México y Bolivia. Al encuentro que se disputó en el estadio Sausalito -con capacidad para 23 mil personas- fueron 14 mil espectadores. Es decir se completó en un 70%. Mientras que, por ejemplo, en Uruguay Ecuador, hubo 17 mil espectadores en el estadio de Belo Horizonte, con capacidad para 60 mil. Si bien es verdad que los “números” parecen beneficiar a la ciudad brasileña, la diferencia es que allí viven 2.5 millones de personas. Es una sede ocho veces más grande que la ciudad chilena. La potencialidad salta a los ojos.

Más allá de esta situación, el presidente de la Conmebol, Alejandro Domínguez, sostuvo que “hay partidos que tienen muy buena venta y hay otros que lamentablemente tienen menos”. En ese sentido, agregó: “El balance es positivo y creo que va a ir mejorando”.

La organización no parece estar tan de acuerdo con el presidente. Por eso, antes del partido de Bolivia y Perú que abrió la segunda jornada, el comité organizativo salió a regalar 5 mil entradas a la secretaría de educación del Estado de Rio de Janeiro. Por lo menos para evitar los huecos.

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