“Ir de casa al entrenamiento es muy difícil. Tenés que hacer frente a muchos problemas, te enfrentas entre otras cosas a taxistas que te gritan que no deberías jugar al fútbol porque es un deporte de hombres”, dijo Shabman Mobarez, capitana de la selección femenina de Afganistán. Acaso por el reflejo, porque el relato puede ajustarse a día a día afgano o al argentino que el plantel de Racing cursó una ofrenda.
Fue Florencia Romero, emblema del equipo de Racing, quien promovió la iniciativa: en Afganistán el fútbol femenino no vive el mismo reverdecer que en la Argentina, en donde el fin de semana que pasó comenzó su primer torneo profesional. En el país asiático, la pelota es una excusa para denunciar la opresión de la mujer: el año pasado el presidente de la Federación Afgana de Fútbol fue acusado de abusar de varias futbolistas.
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Mobarez recibió un premio por parte de la World Football Summit, pero también la camiseta de Racing que le envió el plantel. Fue la manera que las futbolistas entendían que debían apoyar al fútbol afgano, que vive la indiferencia que ya no experimenta el argentino.
Tras el agradecimiento de la afgana y la foto de rigor en las redes sociales, las futbolistas argentinas tendieron el desafío. “¿Cuándo vienen para Buenos Aires? Estamos con ustedes. Todas somos parte de la misma historia y de la misma lucha”, escribió en castellano e inglés Mili Menéndez, futbolista de la Academia, como respuesta al posteo de la capitana con la casaca del club de Avellaneda. “Cuenten con nosotras. Juntas somos irrompibles”, completó el posteo Luciana Bacci.
El puente quedó establecido y la camiseta que viajó desde el predio de Tita Mattiussi y quedará en Kabul es más que un símbolo y representa mucho más que un premio: es otra de las maneras que tiene el fútbol de tender puentes, incluso cuando no es cosa de hombres.
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