La muerte de Julio Humberto Grondona, por supuesto promueve todo tipo de especulaciones respecto al futuro inmediato de AFA. La pregunta ingenua pero real se condensa y replica en apenas tres palabras: ¿Y ahora qué? El duelo por Grondona no invalida ni invisibiliza la gran incertidumbre del día después.
Los interrogantes se amontonan fácilmente: ¿Hay algún dirigente en el fútbol argentino con vocación de poder y capacidades objetivas para reemplazar a Grondona al frente de AFA? ¿Quién tiene consenso, más allá de la transición que protagoniza el inefable Luis Segura? ¿Quién goza de adhesiones políticas que trasciendan al ambiente del fútbol? ¿Habrá en carpeta otra figura con el peso y la influencia decisiva que tenía Grondona? ¿La AFA precipitará su crisis? ¿Se descubrirán pozos negros bajo la gestión de Grondona o habrá una puesta escena para licuar cualquier línea revisionista? ¿Grondona encarnó al último caudillo imposible de ser heredado? ¿Cómo calificar la administración de Grondona durante 35 años de conducción intransigente? ¿Fue óptima, discreta o pésima? ¿Qué fue en definitiva?
Las preguntas podrían multiplicarse en varias direcciones sinuosas o previsibles. Lo real es que el escenario que se le presenta a la AFA es complejísimo. No porque Grondona sea irreemplazable, sino porque los mismos dirigentes que se subordinaban a su mandato inquebrantable sin abrir la boca, creen fervientemente que lo es. Ellos naturalizaron la omnipotencia de Grondona. Y se empequeñecieron renunciando a la palabra y a la acción.
Salvo excepciones que no lograron construir absolutamente nada, como los casos de Raúl Gamez y Daniel Vila, las cúpulas dirigenciales se alinearon como infantes de marina a la lógica de poder imperial que ostentaba el hombre de 82 años. Así disfrutaron o padecieron las órdenes, las contraórdenes y todas las determinaciones de Grondona. Lo que se hacía y lo que no se debía hacer. Lo que había que comentar a los medios y lo que se debía callar, ocultar, tergiversar y negar.
"Yo soy verticalista", admitía Grondona, por si hiciera falta, en una virtual declaración de principios funcional al pragmatismo. Precisamente en las cumbres del verticalismo extremo se formaron los dirigentes amparados por Grondona. Nunca existían objeciones. Nunca prosperaba ni un mínimo cuestionamiento. Nunca un "no" rotundo. Siempre ganaba por goleada la sumisión, aunque el fútbol se desangrara por la desorganización imperante y por un toma y daca de enorme alcance.
"Toda la responsabilidad no es de Grondona. A los dirigentes, Julio no les pone una pistola en la cabeza para que actúen como actúan", sostuvo el Flaco Menotti en varias oportunidades, ampliando el abanico de las culpas compartidas.
Ahora, 35 años de una AFA grondonizada hasta la médula, quedaron atrás. Y se abren otros capítulos en la historia del fútbol argentino y otros interlocutores, en general de muy poca monta y grandes limitaciones para elaborar pensamientos propios, tendrán línea directa con el gobierno nacional.
Mientras los fantasmas de Grondona seguirán soplando en el viento (Blowing in the wind) como aquella vieja canción de Bob Dylan, prevalecerá el desconcierto y un vacío de poder irrebatible. El duelo, inevitablemente, generará varios frentes de conflicto. La pulseada entre ganadores y perdedores, ya empezó.
¿Y ahora qué? Ahora va a comenzar otra película. El género se desconoce: puede ser de acción, de amores no correspondidos o traicionados, de denuncia, de suspenso o de terror. La única certeza es que habrá un final abierto. A consumo de cada espectador. Y de cada interesado.