Cruyff vivió para el fútbol. Tuvo una conexión casi mística, un amor profundo. Como futbolista, brilló en el Ajax, en la década del '70. Con la mayoría de los futbolistas que en el
Mundial '74 cambiarían el deporte para siempre, ganó tres Copa de Campeones —actual Champions League— y una Copa Intercontinental, ante Independiente de
Ricardo Bochini. Ajax, en ese entonces, brillaba. Desplegaba un juego dinámico, veloz, imposible para los rivales, que quedaban desprevenidos cada vez que se enfrentaban con ellos.
La famosa
"escuela holandesa" que tanto influenció al fútbol, salió de ahí,
de los pies de Cruyff. Su compromiso con el deporte iba más allá de ser titular, hacer un gol o ganar un Mundial:
Cryuff pretendía que sus equipos tengan una búsqueda estética, tomaran riesgos, no mantuvieran posiciones fijas, atacaran con mucha gente. Buscaba, sobre todas las cosas,
hacer un gol más que el rival. Veinte años después, en el '95, ya con una sólida estructura de divisiones inferiores diseñada por Cruyff,
Ajax volvería a ganar la Champions League.
Antes de eso, pasó por
Barcelona. Y cambió la historia. En el año previo al Mundial '74, el club catalán lo compró.
Ganó una Liga y una Copa del Rey, antes de regresar al Ajax y retirarse en Feyenoord. Pero en el medio, hizo la revolución más importante de la historia del fútbol hasta la irrupción del
Barcelona de Pep Guardiola. Con la selección de
Holanda, en la Copa del Mundo que se disputó en Alemania, impusieron el fútbol más bello que jamás se había visto. No solamente bello, sino también, efectivo: alcanzaron la final ante los locales, que finalmente perdieron por 2-1, después de hacer el primer gol sin que los rivales tocaran la pelota.
Argentina, dirigido por
Vladislao Cap, lo padeció. Lo sufrió. Holanda masacró a Argentina: fue un 4-0 que quedó en la memoria de los futbolistas argentinos porque no pudieron dominar el partido en ningún momento. Cruyff, esa tarde, convirtió dos goles. Estuvo intratable.
Inteligente, curioso, interesado por aprender e incorporar conceptos, Cruyff mutó rápidamente en un director técnico espectacular. Otra vez: no se quedó en el molde. Se metió hasta el fondo. Arrancó en Ajax, explotó en Barcelona: le dio al club la primera Champions League de la historia, que no había podido darle como jugador. Armó La Masía y dirigió a Pep Guardiola, su mejor discípulo. Juntos, ganaron cuatro ligas. El proceso se acabó en el '96.
Y su fuerzas, también. Se transformó —sí, volvió a mutar— en un filósofo del fútbol, un analista brillante, uno de esos sabios cuyas opiniones retumban en los oídos de cualquier futbolero. Cruyff murió, pero como se dice de los líderes políticos más importantes de la historia, sus ideas están más vivas que nunca.