Villa La Ñata revolucionó el futsal argentino en tres años. El club pasó de jugar atrás de la casa de Daniel Scioli —en una cancha de pasto sintético que armó el gobernador— a disputar la Copa Libertadores que empieza hoy en Asunción, Paraguay. Hay un jugador que vivió toda la transición. Es un 10 mágico, diferente, talentoso. Eduardo Maldonado es, para Guillermo Freire, su técnico, un futbolista "letal en el mano a mano". Diego Giustozzi, el seleccionador nacional, pone la vara más alta: "Es uno de los jugadores más determinantes del campeonato".
Maldonado es de La Ñata, municipio de Tigre. Por la zona, todos sabían de sus gambetas: jugaba torneos por plata y marcaba diferencia. Pero el fútbol era una utopía; y para darle de comer a Valentín, su hijo, trabajaba en un aserradero. Un amigo suyo le contó que Scioli estaba armando un equipo para jugar desafíos contra rivales excéntricos: desde Alberto Samid y sus chicos; hasta Carlos Tevez y los suyos.
Scioli quería acercar al barrio, que los vecinos se conocieran entre sí. Todos iban a ver los partidos, que eran shows. La gente se acercaba, comía un choripán y disfrutaba de un buen "picadito". Y de la elegancia de Maldonado. Scioli se enamoró de él desde la primera pisada. Con sus gambetas cortas e imprevisibles, el Gobernador no lo soltó más.
Se sumaron Lucas y el "Pony" —hermano de Edu—, actuales jugadores del plantel "Ñatero". Bautizaron al equipo como "Los Piqueteros de La Ñata". Alrededor de ellos, se armó un mito: en su fortaleza, eran invencibles. Scioli se envalentonó y empezó a desafiar equipos de futsal. Vencieron a Pinocho, histórico dominador en AFA. Y Maldonado, el diez de pelo corto, la seguía rompiendo.
Una tarde, Scioli juntó a sus jugadores. Les dijo que quería construir un club, meterse en AFA y competir por los puntos. Y que jugaran ellos, los "Piqueteros".
Se animaron. El primer año, en la "B", Maldonado sorprendió a todos. En un partido formal, hacía lo mismo que en el potrero. Los defensores quedaban desorientados. Sus salidas eran impredecibles. La Ñata consiguió el ascenso. Y Edu fue convocado a la Selección. Todo así, fugaz.
—El barrio no me enseñó de táctica, pero me dio ese plus de no achicarme contra nadie. Todo el plantel de La Ñata es así. Quizás por eso marcamos la diferencia— cuenta.
Giustozzi recuerda cuando lo dirigió: "Es un jugador de muy buen pie. Vertical, concreto y espectacular. Conmigo funcionó bárbaro. El problema es su escasa formación juvenil: eso le resta variantes muy necesarias".
Si bien Maldonado no tuvo problemas para adaptarse, con los partidos empezó a mostrar deficiencias. El potrero da desfachatez, pero quita recursos. Nadie le enseñó las especificidades del futsal. Freire confiesa que trabaja muchas cuestiones tácticas para que sea más completo: "Queremos que suelte la pelota más rápido, que sea opción, que busque la devolución".
Giustozzi comparte. Dice que es difícil inculcarle cosas a un jugador de 30 años, como Edu. Pero jura que si lo hubiese tenido de joven, hoy sería "uno de los cinco mejores jugadores del mundo".
Si bien no volvió a citarlo, el entrenador del combinado nacional afirma que "lo tiene en la órbita". "Yo sé qué me puede dar Eduardo Maldonado: un mano a mano único. Cuando mi equipo necesite eso, por supuesto que lo voy a llamar", apunta.
Maldonado es el estereotipo del jugador argentino. Luce tatuajes con los nombres de sus hijos en los brazos, dibujos en las piernas, pelo cortito y aritos. Tiene un discurso "cassettero", con los típicos latiguillos de futbolista. Como capitán, destaca la importancia de sus compañeros. Repite la frase muchas veces: "Somos una familia, un grupo humano bárbaro. Sin ellos no estaríamos donde estamos".
Pony, su hermano, es el goleador del equipo. Él, con la impunidad de quien lo conoce desde siempre, suelta críticas entre elogios: "Es calentón. A veces se hace sentir en la cancha. Son cosas que le quedaron del potrero y le saltan", dice.
Edu quiere cambiarlo. Confiesa que mira otros capitanes para imitarlos y ver cómo manejan los grupos. Su grupo, sin embargo, es especial: son los amigos del barrio, de la vida.
Juntos llegaron a lo más alto: se medirán contra Brasil Kirim, el equipo de Falcao, uno de los mejores jugadores de la historia del futsal.
Maldonado sigue igual: anda por las mismas calles, vive con la misma mujer, con la que tuvo a Benjamín, su segundo hijo. Su familia va a verlo siempre. Y por ellos jura que no se iría a Europa.
—Mientras siga La Ñata quiero quedarme acá, y el día que me retire quiero entrenar a los chicos. No sé dónde estaría sin La Ñata, pero seguro que no como ahora, que estoy enfocado en un sueño: jugar la Libertadores.
A pesar de su corta existencia, La Ñata pelea todos los campeonatos. Salieron segundos en el Nacional de Clubes y ganaron el derecho de medirse contra los mejores del continente. Pero el club sigue ahí, repleto de chicos del barrio que sueñan ser como los de Primera. Como Edu.