Los caminos futbolísticos de Juan José Pizzuti y de Racing alguna vez se cruzaron y, desde entonces, siempre estuvieron unidos por dos lazos: el de los éxitos y el del cariño. Con la camiseta albiceleste, Tito Pizzuti dio dos vueltas olímpicas (en 1958 y 1961) durante su destacada trayectoria como jugador, pero la idolatría, el respeto y la admiración que le demuestra siempre el hincha académico se consolidaron cuando el gran José, ya en su función de técnico, armó y dirigió el inolvidable plantel que logró el campeonato local de 1966 y que al año siguiente levantó la Copa Libertadores y la Copa Intercontinental. Ese Racing mostró juego y resultados como para ganarse un lugar entre los mejores equipos de la historia futbolera de nuestro país. Y las particularidades que rodearon su construcción, partiendo desde las dudas hasta llegar a la gloria, realzan las virtudes de su entrenador...
Pizzuti asumió la conducción del plantel a mediados de septiembre de 1965, en reemplazo de José García Pérez. Tras colgar los botines, había tenido una experiencia al mando de Chacarita y sabía que la chance que se le presentaba era tan tentadora como complicada, porque el Racing que iba a manejar andaba a los tumbos y por los últimos puestos. Transcurridas 18 fechas -ya había arrancado la segunda rueda-, el resumen de la campaña indicaba apenas dos victorias (sobre San Lorenzo y Argentinos Juniors), nueve empates y siete derrotas, con 16 goles a favor y 24 en contra. Además, el nuevo DT, hombre de perfil bajo y de convicciones firmes, sabía que en el club no había dinero para lanzarse al mercado de pases, entonces agudizó el ingenio, optimizó los recursos con los cuales contaba, fortaleció la unión del grupo y apeló a recetas simples.
También hizo retoques que dieron sus frutos rápidamente: Roberto Perfumo era segundo zaguero central y pasó a jugar “de 2”, Alfio Basile bajó del medio y acompañó al Mariscal en la defensa y sobre el final del certamen fue promovido Rubén Díaz, quien se adueñaría del puesto de lateral izquierdo. Pero Pizzuti creía además que el aspecto físico sería fundamental en lo que él pretendía de sus jugadores, por eso fue clave la tarea del profesor Rufino Ojeda.
Desde el debut de Pizzuti (3-1 sobre River) y hasta el final del campeonato, Racing modificó notoriamente su imagen. Ganó ocho partidos, igualó siete y perdió uno solo, ante San Lorenzo. Así terminó en la quinta posición... y sentó las bases para lo que vendría: el invicto de 39 jornadas, la consagración en el ‘66, la Libertadores del ‘67 y la corona de campeón mundial de clubes en ese desenlace frente al Celtic escocés que ahora, al cumplir 50 años, nos invita a desempolvar recuerdos. Todo gracias a un equipo que sacudió las estructuras de la época, que era un torbellino, que arriesgaba en cualquier cancha, que desbordaba a sus rivales y al que no le faltaban ni tregua, ni equilibrio. Y todo con el sonido de fondo de un famoso cantito que se hizo himno: “Y ya lo ve, y ya lo ve, es el equipo de José...”.
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