Cambíó el foco conceptual en Independiente en la inminencia de la revancha ante Libertad por la Copa Sudamericana. Ya no espera que lo rescaten las individualidades. Ahora puede rescatarlo el funcionamiento. Vale la pena internarnos en esta dinámica.
Hasta hace unos meses, el equipo crecía cuando entraba en escena el desequilibrio errático de Martín Benítez, algunos goles de Leandro Fernández (en una etapa oscurísima hasta su reencuentro con el gol que le convirtió a Racing), la polenta y la búsqueda de los espacios ofensivos por parte de Fabricio Bustos y algunas apariciones muy interesantes de Ezequiel Barco, por ahora sin terminaciones claras.
El otro argumento influyente lo viene expresando Sánchez Miño, denunciando versatilidad y lectura del juego para arrancar por la banda izquierda, llegar hasta el fondo y habilitar a los que deberían llegar de frente, pero que en realidad llegan poco. O muy poco considerando las oportunidades de gol generadas a favor de la circulación de pelota que promueve el equipo.
Lo que queda en evidencia es que Independiente en el segundo semestre del año no encontró respuestas individuales determinantes. Como las tuvo Boca, por ejemplo, con Benedetto o con Pablo Pérez y Pavón. Esos relieves encarnados (en el equipo que conduce Ariel Holan) en otros jugadores, fueron perdiendo gravitación por distintas circunstancias.
Le quedó, entonces, el funcionamiento a Independiente como pieza clave para sostener sus aspiraciones en la Copa y en el campeonato. No es menor la virtud de revelar un funcionamiento (acá no está en consideración el mix alternativo que presentó frente a Racing), cuando son muchos los equipos que no lo encuentran. Y seguramente debe ser un motivo de orgullo para su entrenador.
Si el funcionamiento es la aplicación de una idea, el equipo logra plasmarla en la cancha. Porque define una línea. Atrapa cierto estilo. Y lo hace, incluso, en la adversidad. Porque no solo la adversidad objetiva es ir en desventaja desde el mismo arranque del partido, como le ocurrió frente a Libertad en Asunción, sino la adversidad emotiva de tener la pelota, ser superior al rival, sumar situaciones muy favorables y no convertir.
Ese nivel de frustración que el equipo viene delatando por la impericia y la torpeza de sus puntas (Emmanuel Gigliotti, Lucas Albertengo y Fernández, reivindicado en el clásico de Avellaneda ), pueden provocar algo muy próximo al desaliento. Sin embargo ese potencial desaliento el equipo no lo padece.
Esto no significa que Independiente sea un muy buen equipo. No lo es. Por lo menos hasta el momento. Le falta jerarquía. Nos referimos a la jerarquía individual. La que enriquece cualquier proyecto. La que hace la diferencia en partidos más cerrados o más abiertos. Esa jerarquía no la entrega durante los desarrollos de los partidos porque no la tiene.
Es en el plano colectivo donde Independiente se fortalece. En este plano, es indudable que experimentó un crecimiento sostenido. Allí se apoya el equipo. En esa estructura en que manda la pelota, como acostumbraba a decir Alfredo Di Stéfano cuando le preguntaban por las virtudes del equipo que integraba.
En Independiente manda la pelota, aún sin eficacia ofensiva. O sin la eficacia que debería expresar en relación al juego que construye. “Le falta un nueve que termine la jugada”, se repite con razón. Lo que quizás no se reconoce es que es un equipo con funcionamiento. Es cierto, le falta algo importante. Pero tiene el paisaje.