En este transito farragoso y adverso de la Selección nacional por las Eliminatorias para el Mundial de Rusia 2018, es imposible no hacer una pausa y detenerse en la figura de Edgardo Bauza. En lo que expresa Bauza. En lo que dice y no dice. En los valores y disvalores que reivindica. En lo que elige. En lo que quiere. En lo que pide. En lo que cree. Y en lo que no contempla ni contemplará.
El hombre alto y flaco de 59 años arribó a la Selección sin ningún consenso. Y sin despertar emociones. Es cierto, es muy difícil despertar emociones. Son pocos, muy pocos los que son capaces de generarlas en el fútbol y en otros escenarios más o menos alejados del fútbol. La emoción está también vinculada a la empatía. Lo que no genera Bauza.
Si promueve algo en particular es indiferencias. No porque sea un desconocido. Pero no atrapa. No seduce. No cultiva adhesiones. No elabora ideas que acaricien sensibilidades siempre presentes en el fútbol. Es un hombre práctico, como tantos otros. Eso se le reconoce al Patón. Su búsqueda de la practicidad aplicada al fútbol. Y su mirada despojada de otros condimentos indispensables para disfrutar del aquí y ahora.
Así, sin embargo, con ese equipaje sin luces llegó a la Selección después de la partida de Gerardo Martino, luego de la Copa América Centenario realizada en Estados Unidos, cuando Messi anunció que no iba a jugar más para Argentina, frustrado por el desenlace y el desencanto nacional, mirando la nueva consagración de Chile en la instancia de los penales.
¿Qué podía ofrecer Bauza para atenuar los rigores del temporal? Apurar el regreso de Messi a la Selección. Messi volvió acompañado por aprobaciones masivas, pero el equipo que había dejado algunos aportes interesantes en Estados Unidos salvo en la final ante Chile, nunca terminó apareciendo. Y tampoco aparecieron cosechas generosas, cuando fue elogiado por amplios sectores del ambiente periodístico por ser un entrenador que sacaba buenos resultados. La realidad irrefutable marcó otro horizonte: en 8 partidos de Eliminatorias bajo la conducción del Patón, la Selección ganó 3, perdió 3 y empató 2. Sobre 24 puntos en disputa apenas conquistó 11. Convirtió 9 goles y le anotaron 10.
Esos mismos sectores, aplaudidores seriales de cualquier registro de exitismo por más fulero y desangelado que sea, hoy se ubican en primera fila denostando a Bauza porque se sienten defraudados. ¿Qué esperaban? Muy simple: buenos resultados para taparle la boca a todas las críticas. Y desnaturalizarlas por idealistas en un mundo saturado de pragmáticos.
No ocurrió. Bauza rápidamente naufragó. No solo por la influencia de los resultados negativos que conquistó la Selección. Naufragó en esa falsa virtud que le adjudicaban de ser un buen piloto de tormentas. Y de tener un gran conocimiento táctico para plantear los partidos de local y de visitante, como si la táctica abonara los caminos de la plenitud. Nada más falso. Las dos definiciones ligeras no dejan de ser dos lugares comunes que se invocan para instalar a un técnico. Y para venderlo a las audiencias sin pensamiento propio que compran lo que otros les sugieren.
No podía reinventarse Bauza como entrenador de Argentina. No podía ser lo que no es. No podía transformarse en otra cosa que lo que le indicaba su sentido común. Y así lo hizo. Hasta denunciar una confianza excesiva en sus condiciones. Hasta sobreactuar un triunfalismo gigante cuando repetía que ya veía la foto de la Selección consagrándose campeón del mundo en Rusia 2018, con Messi regresando a la Argentina con la Copa que supieron levantar Passarella en el 78 y Maradona en el 86.
¿Qué nos quería vender Bauza? ¿Seguridad? ¿Convicción? ¿Personalidad? ¿Fe? ¿Determinación? ¿Mentalidad ganadora? ¿Mística? Un dato que no admite dudas es que se fue inmolando en soledad.
Porque la Selección no registró nada. No incorporó nada. No sumó nada. Fue cayendo partido tras partido. Perdiendo puntos y resignando juego de manera abrumadora. Sin una idea futbolística para abrazar. Sin un rumbo para fortalecerse. Porque Bauza no defendió una idea. Nunca habló de una idea. Habló de ganar. Que es lo más parecido a no decir nada. O a decir algo que delata la fragilidad para interpretar los momentos y las necesidades.
Se fue quedando fatalmente desnudo Bauza con el correr de los días. Naturalizó que los jugadores lo iban a salvar. Y es muy probable que los jugadores hayan advertido que Bauza no estaba en condiciones de salvar a nadie. Ese vacío quedó entonces a merced de todas las miradas y todas las curiosidades. Un vacío demoledor. Que por otra parte la Selección fue manifestando con crudeza absoluta en la cancha, aun ganando.
El punto de quiebre, en definitiva, ya se produjo. Esta etapa que arrancó hace menos de un año se autodestruyó a máxima velocidad. Y no hay bombero, arquitecto o diseñador que repare lo que quedó severamente dañado. Hay que empezar de nuevo renovando la atmósfera. Bauza pudo haber sido un emergente directo de otras decadencias. Y por supuesto también de su mediocridad escondida detrás de algunos títulos valiosos a nivel de clubes.
La Selección quedó en el medio de decisiones apuradas y oportunistas. Se buscó un atajo con la contratación de Bauza. Los atajos a veces llevan a un buen destino. Y a veces al abismo. Las presuntas soluciones espasmódicas también. La realidad es que le queda muy poco hilo en el carretel a la Selección. Mientras que a Edgardo Bauza ya se le terminó.
Por Eduardo Verona