Están muy cerca los dos próximos partidos de la Selección nacional por las Eliminatorias. El primero, es local en el Monumental el jueves de 23 de marzo ante Chile. El siguiente es frente a Bolivia, en La Paz, el martes 28.
Repetir que la Selección está por ahora en zona de repechaje, que tiene muy comprometida la clasificación al Mundial de Rusia 2018 y que restan jugarse 6 fechas de las Eliminatorias en las que Argentina (más allá de los cruces inminentes contra Chile y Bolivia visitará a Uruguay, recibirá a Venezuela y Perú y cerrará la competencia ante Ecuador en la altura de Quito) tendrá por delante un camino sembrado de grandes dificultades con un final abierto, parece una obviedad. Pero es una obviedad instalada que no se sabe hasta qué punto puede perturbar a un plantel siempre sospechado de cultivar debilidades en trances decisivos.
Por eso quizás suenan fuera de contexto las declaraciones reiteradas del entrenador Edgardo Bauza sosteniendo un triunfalismo a futuro que lo manifiesta con estas palabras: “Estoy seguro que vamos a salir campeones del mundo en Rusia. Ya se los dije a los jugadores. Ellos se lo merecen más que nadie”.
Para lograr lo que el Patón Bauza viene anticipando desde el mismo momento en que lo confirmaron como el técnico de Argentina en reemplazo de Gerardo Martino (ahora dirigiendo en la liga de Estados Unidos), primero habrá que clasificar. Y esto, hoy, no lo puede garantizar nadie. No solo por lo que arroja la tabla de posiciones siempre permeable a cambios bruscos según los resultados de cada jornada de Eliminatorias, sino por los rendimientos erráticos y en algunos casos desconcertantes que expresa la Selección.
En este panorama alejado por completo de cualquier certeza futbolística, queda en primer plano una pregunta que no puede ignorarse: ¿a qué quiere jugar la Selección de Bauza? La respuesta es una hoja en blanco. No se sabe a qué quiere jugar. Esta indefinición estratégica que trasciende cualquier sistema o esquema táctico (los sistemas más ofensivos o más defensivos son siempre secundarios) es lo que, en principio, Bauza debería resolver antes que se precipiten todas las urgencias.
Queda en evidencia que hasta ahora no lo pudo hacer. Con Messi de titular o sin Messi, lesionado. Falta la idea, más allá de algunos triunfos y un par derrotas. La idea para alcanzar algo cercano a un funcionamiento. Es cierto, que no tiene tiempo Bauza para juntar a los jugadores durante dos semanas. Los jugadores llegan de Europa, hacen dos prácticas, participan de los compromisos y se van. No se pueden esperar milagros. Lo que sí puede esperarse es que Bauza confirme que es lo que quiere, por encima de su repetida búsqueda del equilibrio, que por otra parte Argentina no viene mostrando con regularidad.
Bauza habla de los jugadores que convocó y de los que mañana podría convocar (por ejemplo, el mediático Icardi) pero no habla del juego. Esa deuda no es menor. Es la deuda que hace tambalear a la Selección de cara a los próximos desafíos. Sospechar que con la presencia de Messi (este apagado Messi de los últimos partidos frente al París Saint Germain y Deportivo La Coruña, cuando se lo vio sin aceleración ni cambio de ritmo) van a aparecer otros brillos simultáneos es una apuesta al más puro voluntarismo.
Messi podrá entrar en escena, como lo hizo en el 3-0 a Colombia en San Juan, pero esa foto del paisaje es insuficiente. Lo tiene que acompañar el equipo, vieja demanda pocas veces satisfecha. Y el equipo, por encima de los recursos individuales con los que cuenta, no se siente seguro. ¿De dónde surge esa inseguridad que, por ejemplo, en el 0-3 piadoso ante Brasil terminó abrazando a todos, incluso al cuerpo técnico? De la ausencia de una estructura. Del bendito funcionamiento que no está.
Es verdad que Bauza asumió en la emergencia de una AFA totalmente devastada. No contó con Messi después del 1-0 a Uruguay. Y tuvo la necesidad de ir bancando una crisis que aunque no estalló directamente en la Selección, provocó daños colaterales. Pero es hora de que asomen algunas fortalezas colectivas en el equipo. Algo que sirva para protegerse bien y para atacar bien.
El partido ante Chile marcará cuál será la auténtica temperatura futbolística de la Selección. No es un partido final. Pero puede definir un comienzo. O una debacle.
Por Eduardo Verona
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