Cayó Boca ante River 3-1 en La Bombonera y el que quedó enfocado como un protagonista de la derrota fue Fernando Gago. Cayó Racing 2-0 frente a Independiente de visitante y las miradas sensibles al efectismo apuntaron como gran responsable al arquero Agustín Orión.
La búsqueda casi desesperada de chivos expiatorios para explicar un mal rendimiento y por supuesto una gran frustración, es un signo evidente de la ausencia de un análisis más profundo, más inteligente y más totalizador. Quedarse con un jugador y tirarle el fardo de la derrota de un equipo es propio de una actitud y un pensamiento reaccionario. Y más aún si ese jugador no se constituyó en el artífice de ningún derrumbe.
Gago y Orión no fueron los actores centrales que precipitaron los duelos futboleros que están padeciendo Boca y Racing. Pero el ambiente del fútbol los señala. Los marca. Les cae encima. Y lo peor es que fronteras adentro de Boca y Racing también se expresa esa misma corriente de decadencia intelectual.
Como si Gago y Orión fueran los responsables excluyentes del colapso que sufrieron sus equipos el pasado domingo. Tanta superficialidad y oportunismo solo se puede interpretar desde el perfil inocultable de la mediocridad. Y del dolor de quien emite esas opiniones para la tribuna o desde la tribuna.
Esto no significa desconocer que Gago es un volante demasiado errático en sus producciones y quizás por momentos indolente. Tampoco significa ignorar que Orión nunca se graduó de buen arquero. Y a sus 35 años muy difícilmente lo logre. Pero de ahí a condenar a ambos y a ponerlos en fila para humillarlos en público, es un fiel reflejo de las estupideces cotidianas siempre presentes.
Boca y Racing no perdieron por las influencias y acciones negativas que durante el partido irradiaron Gago y Orión. Perdieron porque fueron superados por River e Independiente. Esto lo sabe cualquiera que frecuente el fútbol. Pero aunque lo sepa, la pulsión de salir a cazar en la soledad de la noche y victimizar a alguien, siempre es más fuerte. Y más fácil de realizar. Es casi como un acto de liberación. O un simulacro de liberación que intenta esconder insatisfacciones propias.
La aldea mediática por supuesto hace su aporte. Un aporte no menor. Y levanta la temperatura de las audiencias. En especial en la televisión. O crack o demonio. Esta parece ser la opción. Como si estuvieran agotadas otras posibilidades y otros desarrollos. En el reparto indiscriminado de elogios y castigos cualquiera puede ser muy favorecido o muy denostado según lo que hayan indicado los resultados de la fecha.
La confusión no es nueva. La lógica inaceptable de los chivos expiatorios ya se había cargado, por ejemplo, a esa leyenda del arco que es Amadeo Carrizo después del Mundial de Suecia en 1958. Amadeo fue un rehén del fracaso de Argentina, eliminado en primera ronda y goleado sin atenuantes por Checoslovaquia. Y pagó las consecuencias recibiendo el rechazo explícito de los hinchas.
Más cerca en el tiempo, Jorge Olguín, después de la mala perfomance de Argentina en España 82, cayendo ante Italia y Brasil, fue señalado por los hinchas y amplios sectores de la prensa como uno de los principales promotores de la derrota de aquella Selección que dirigía el Flaco Menotti. El calvario que vivió ese brillante defensor que fue Olguín durante largos meses nunca lo olvidó.
Los dos casos descriptos, naturalmente, no son los únicos. Hay decenas y decenas de hechos similares o peores. Todos unidos por un mismo patrón subcultural: la descalificación naturalizada. Y consumida por el ambiente, arrasando con todo lo que encuentra a su paso.
Aunque Gago despierte muy pocas simpatías y Orión menos aún, el estigma de ser considerado un chivo expiatorio habla muy mal de quien suelta en público esa ficha con desprecio y rencor. Sea periodista, entrenador, dirigente o hincha más o menos anónimo.
Aquel que con perseverancia notable busca chivos expiatorios en el fútbol y fuera del escenario del fútbol suele tener la pretensión de ser un justiciero. Y no es otra cosa que un mamarracho.
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