Corría 2009, habían pasado 26 años de su debut en primera, estaba en el fin de su carrera, y sentado en el piso del césped del Monumental, Gallardo le contaba a Diario Popular que le estaba picando el bicho de ser entrenador. Hablaba del Barcelona de Guardiola, de las posesiones largas, de los laterales como los viejos punteros que veía de chico, de los pases cortos y largos, de la gambeta como recurso y no cómo método. Soñaba.
Pero no había modo alguno que esas ilusiones le revelaran que podía ganar la Libertadores como DT de River dos veces;que una de ellas iba a ser ante Boca, al que además iba a eliminar dos veces en otra competencias internacionales; que llegaría a 13 finales en los primeros 6 años de trabajo como DT; que dirigiría al equipo que fue su casa de chico en dos mundiales de clubes ante el mejor Barcelona y quizá ante el Real Madrid y que sería el más grande de la historia del club.
Pero la realidad le fue dejando chicos los sueños y en un tiempo récord de trabajo se convirtió en uno de los pocos nombres indiscutidos para la baqueteada selección nacional, está en la mira de los más grandes de Europa y ya no quedan dudas de que para River habrá un antes y un después de su exitosa estadía como técnico del club. La gran pregunta es ¿cómo lo logró? Hay seis aspectos que podrían explicarlo.
Desde jugador, Gallardo se mostró inclaudicable en sus metas. En la primera ocasión, cuando tenía 9 años y se quería probar en River, lo demostró. Se hacía de noche, hacía frío y el DT se había olvidado de ponerlo en la cancha. Su padre “Maxi” se lo quería llevar pero él se negó y lo encaró al entrenador para preguntarle por qué no lo había incluido. Entre la personalidad y la categoría se ganó el lugar. Llegó a Primera con esa misma conducta testaruda y a pesar de poseer un físico que en general no lo ayudó.
En sus tiempos de profesional tuvo que lidiar primero con las críticas a Passarella, el mismo que lo llevó a la selección. Al él le llegaban de rebote pero se las bancó. Las sombras de la era post Maradona también caerían sobre su 17 años recién cumplidos cuando debutó con la celeste y blanca. Ganó, perdió y empató pero siempre estuvo. La tenacidad estaba forjada y la aplicaría como DT al sostener luego sus ideas de juego y con figuras como Ramiro Funes Mori, Ponzio, Pity Martínez, Pratto o Driussi entre algunos ejemplos.
Su carrera como jugador tuvo un dato muy singular: todos los equipos que lo contrataron fueron campeones. En River ganó 8 títulos; en el Mónaco, 2; en el PSG, 1; en el DC United de EEUU, 1; en Nacional, 1 y en la selección nacional los Panamericanos 1993. Un triunfador nato que debutaría en Nacional de Montevideo como entrenador ganando el torneo local. Luego vendrían las 9 coronas en el banco Millonario.
El gusto por ganar se traslada a cada una de las competencias en las que participa. Desde las partidas de cartas en las concentraciones, pasando por el golf que despunta junto a Francescoli y D´Onofrio, siguiendo por los picados informales contra dirigentes o amigos o periodistas y en su nuevo gusto por superar sus propias marcas con la bicicleta en el ciclismo callejero que viene practicando desde mediados de este año.
Hay una frase que suelen repetir los DT: “Juegan los que están mejor, nadie juega por el apellido”. Claro que eso entra en una nebulosa cuando los apellidos tienen muchos kilajes. Esa frase, Gallardo la cumplió sin correrse un milímetro. En Uruguay lo hizo con el Chino Recova, quien fue su compañero primero y su dirigido después. Y fue el mismo que le agradeció en público que lo haya tratado igual que todos porque eso lo hizo mejor jugador. Ni que hablar cuando tuvo que mandar al banco a jugadores como Maidana o Scocco o a Rojas cuando bajaron su nivel, y hasta a Alario cuando estaba por irse al exterior.
Cuando lo llamaron de River y estaba por firmar con Newell´s, el Muñeco no lo dudó. “Vamos por más”, avisó y otra vez las palabras se certificaron en los hechos.
Su detalle, su memoria, su capacidad de ubicación en circunstancias y sus horas de estudios le fueron dando un plus de alto kilaje. Como ejemplo esta Pisculichi. El club se incendiaba en la economía y la quiebra daba vueltas. Entonces pidió a Sánchez y a Mora que se fueron a préstamo, dejó a Ponzio y trajo un jugador: Pisculichi. “Tiempo y saber”, dijeron los dirigentes. Tiempo porque se arregló con lo que había, y saber porque se acordó de un zurdo que había visto jugar de sparring cuando estaba en la selección de Bielsa. Pisculichi no tardó nada en decir que sí y los resultados luego estarían a la vista. Posteriormente, tendría buenas y malas elecciones en todas sus compras, pero las buenas dejaron una marca imborrable por los beneficios económicos y deportivos para el club.
Años viviendo como chico del club, andando de un lado a otro porque la institución no tenía centros de entrenamientos, y viendo proyectos de pibes madurando más rápido que lo debido, le masajearon las ideas.
Todos los DT dicen lo mismo: “Hay que apoyar a las inferiores” y luego, a la hora de los bifes, juegan los grandes y no tienen idea de quién es el preparador físico de la octava. Gallardo otra vez sostuvo con el cuerpo lo que decía con su boca.
En cada uno de sus equipos siempre hubo jugadores de inferiores en la base titular: Ramiro Funes Mori, Kranevitter, Pezzella, Mammana, Driussi, Montiel, Palacios y Martínez Quarta son algunos de esa lista. Pero el proyecto fue por más y tuvo muestras como el rediseño de Ezeiza, pensado íntegramente por el Muñeco en función no de los profesionales, sino más bien en los chicos de entre 14 y 18 años que hoy tienen a la Primera a un paso.
Los triunfos en Brasil, los grandes partidos en la Bombonera y los elogios de todo el mundo futbolístico para los equipos del Muñeco, dan muestra del mismo perfil de sostener en la realidad lo que se dice.
Gallardo lleva 4 años y medio y tuvo unos pocos momentos malos y casi todos exitosos que incluyeron llamados para irse. “Ya ganaste todo”, le dijeron una vez y él habló del proyecto de inferiores porque eso era ganar. Por eso firmó un vínculo hasta el 2021 y en cualquier otro escenario y con otros protagonistas nadie hubiera creído eso que los contratos están para cumplirse. En este caso, la teoría se puede cumplir.
“¿Por qué debería taparme la boca para dar indicaciones tácticas o para decirle algo a algún jugador o al línea?, ¿Qué secreto tremendo podría ocultar?, es fútbol no es un drama esto, es un partido”, dijo ante esa consulta varias veces en charlas informales.
Al respecto, un jugador y un dirigente, ambos de mucho peso e historia en el club, le contaron a este diario casi con las mismas palabras: “Nunca lo escuche decir en privado algo diferente a lo que dice en público y eso no pasa mucho en un fútbol donde existe por demás el doble discurso”. En este sentido es casi homogénea la idea entre los periodistas que nunca en una conferencia de prensa dijo del partido jugado algo muy diferente a lo que todos vieron. Ese detalle no es muy normal cuando es una constante.
Lo sucedido en el primer partido suspendido en el Monumental es otro ejemplo irrefutable. Fue quien más pesó para respetar a los jugadores de Boca y no jugar el partido. Cuando ya no quedaba gente y aun el plantel de Boca estaba allí y salía respirar un poco, Gallardo fue a ver como estaban, saludó a Guillermo con un abrazo y charló un rato con los jugadores. Si bien la recepción no fue buena, el Muñeco. no se movió de su idea.
Gallardo levantó uno nueva copa pero sus triunfos más resonantes no brillan en las vitrinas, no tienen medallas que los engalanen y no se cuentan en las estadísticas. Gallardo escribe con el cuerpo lo que dice con la lengua y eso quizá sea una de las piedras fundamentales de su carrera.