No porque Independiente más allá de conquistar su cuarto triunfo consecutivo (convirtió 6 goles y no le anotaron ninguno) después de la derrota ante Defensa y Justicia por la Copa Argentina haya puesto en marcha una maquinaria futbolística estupenda.
Pero se advierte algo que puede definirse en un concepto: es cierta fortaleza colectiva para afrontar los partidos. Esa fortaleza que insinúa y que deja ver a favor de algunas señales que no deben subestimarse, seguramente es producto de los buenos resultados que está cosechando y además de una presencia que revela una solidaridad elogiable para cubrir la cancha y condicionar las respuestas y virtudes potenciales de los adversarios.
La realidad es que crece Independiente. Porque crece el equipo. Y cuando nos referimos al equipo no es una apreciación irrelevante. Es el equipo que sostiene esta actualidad de Independiente. Porque se advierte una actitud muy generosa de todos para bancar las dificultades que ofrece cualquier rival y cualquier desarrollo.
Por eso no parece una casualidad que en los últimos 4 encuentros no le convirtieran goles. Ni que el arquero uruguayo
Campaña (sobrio, seguro, eficiente y confiable) no tenga que erigirse en figura para sostener el cero. El equipo defiende bien. Y el equipo defiende bien porque la participación es colectiva. Desde la presión que ejercen sobre la salida rival
Benítez (mostró signos de recuperación ante Lanús, por encima del buen gol que anotó con un derechazo preciso y potente),
Vera, Rigoni y hasta el pibe
Barco, siempre activo para tapar lo que Lanús pretendía elaborar desde el fondo con todas las dificultades insalvables que no logró evitar.
Barco (le falta fortalecerse más físicamente y lo va a ir logrando con los partidos) se perfiló como un ejemplo valioso a la hora de jugar sin la pelota, aunque su fuerte, naturalmente, es cuando entra en contacto con la pelota. Sin ella, sin embargo, no miró el paisaje. Se comprometió. Y en muchas oportunidades fue a presionar bien arriba para provocar el error en la entrega. Y lo consiguió.
En esos movimientos de Barco sin la pelota, se manifestó la convicción que está alumbrando al equipo. Que está directamente relacionada con el auxilio permanente a un compañero. Con la colaboración efectiva. No con mirar el partido. Con participar. Con ir y volver.
Este es, precisamente, el mayor logro parcial de este Independiente que conduce Milito. No se para el equipo. No se quiebra. No se atomiza. No regala espacios. Aún poniendo en la cancha a 4 jugadores con alma de delanteros como Benítez, Vera, Rigoni y Barco. Ellos van pero también vuelven. Lo hicieron frente a Lanús y expusieron la impotencia del equipo que dirige Jorge Almirón, sin posibilidades de construir algo valioso en ataque.
El mérito indiscutible de Independiente no puede ocultarse. Ni con 11 jugadores ni con 10 luego de la expulsión en el segundo tiempo de
Toledo.
Lo que no significa que su producción haya sido brillante ni mucho menos. El déficit sigue estando en función ofensiva. Le falta más elaboración en esa zona. Más juego.
Hay que considerar que el aporte del Cebolla Rodríguez es demasiado errático. Son más los partidos que está afuera que los que está adentro de la cancha. Las lesiones sucesivas lo persiguen sin pausa. No hay que perder de vista que Barco recién arrancó. Y que su evolución está en marcha. Pero lejos está de consolidarse, aunque brinde respuestas futbolísticas muy interesantes, como la que protagonizó en el contraataque fulminante que derivó en el gol de Benítez, cuando abrió a la izquierda y al espacio para que la velocidad siempre superadora de Rigoni meta el centro.
Parece ir armándose Independiente de atrás hacia adelante. Con Figal y Cuesta haciéndose muy
fuertes y potentes como centrales. Con Toledo cometiendo los errores de siempre y con Tagliafico en el otro lateral, ya definitivamente afirmado. Como el volante de corte Diego Rodríguez y Ortiz, de destacadísima labor ante Lanús en la recuperación y en la progresión de la jugada.
Lo que queda como saldo a favor de Independiente es, sobre todo, el concepto colectivo. Allí radica lo que, sin ninguna duda, Milito reivindica. Es el valor del equipo. Sin brillos. Sin flores. Sin tirar manteca al techo. Y hasta sin jugar como le gustaría a Milito que jugara su equipo en relación a sus ideales. A los ideales que, en definitiva, suele expresar desde que asumió como entrenador del club.
Lo evidente es que el equipo sigue dando pasos positivos que hablan de una evolución. Como si se estuviera convenciendo de algo valioso.
Y mientras tanto gana. Habrá que ver como continúa. Y si esa fortaleza incipiente que muestra la puede seguir conservando.