La última vez que Carlos Bianchi pateó una pelota como profesional, corría 1984 y estaba en Francia. Era una época en la que los televisores en Buenos Aires no tenían más de cinco canales y todos de acá: ver algún gol del ex delantero de Vélez era una tarea imposible. Más testigos tuvo Mostaza Merlo, que dejó las canchas el mismo año con el Monumental como escenario y si queda registro del retiro del Coco Basile, es en blanco y negro porque fue en 1975 cuando colgó la de Huracán.
¿Qué tiene que ver todo esto? Justamente que explica porque el fútbol terminó de jubilar a una generación de técnicos por la sencilla razón que la distancia generacional no logra ascendencia sobre un grupo de adolescentes o jóvenes que no los registran con el bronce que pueden tener.
Entre Bianchi y Luciano Acosta, el 10 de Boca post Riquelme, hay 45 años de diferencia. Cuando el chico nacía, el Virrey se alzaba su primera Copa Libertadores como entrenador en Vélez y hacía 10 años que se había retirado del fútbol. Al Vasco Arruabarrena, su nuevo técnico, tampoco lo vio jugar mucho y a lo sumo se puede quedar con un vago recuerdo, pero en el inconciente -solo por ver fútbol- seguramente asocie al nuevo DT con la campaña milagrosa que salvó a Tigre del descenso, cuando ni el más optimista lo esperaba. La cercanía con el nuevo entrenador es palpable, contemporánea.
El año pasado le tocó el turno a Reinaldo Merlo en Racing, donde tampoco encontró respuesta en un plantel con muchos jóvenes. Mostaza, por más ingrato que suene, no le representa nada cercano a -por decir al azar- un jugador como Rodrigo De Paul, pese a que ese técnico disfónico había cortado una racha de 35 años sin campeonatos locales para el equipo que jugaba. Cuando eso pasaba, el chico tenía tres años.
Antes, le había pasado al Coco Basile, de manera escalonada: primero en selección -las copas América del 91 y 93 no fueron suficiente mística- y luego en Racing, donde hasta había perdido el respeto de hinchas más jóvenes, que solo lo conocían por la estatua. Hasta la Supercopa que le había dado antes que se acaben los 80.
Así, con la salida de Bianchi, solo quedan en Primera división entrenadores sub 60. Es más, si se excluyen a Miguel Angel Russo (58) y Edgardo Bauza (56), el promedio de edad que quedó en 45 años, bajaría drásticamente. Pero el Patón demostró que no necesita los 39 de Gallardo, los 40 de Almeyda -campeón con Banfield en la B Nacional- o los 41 del Mellizo Barros Schelotto -campeón sudamericano con Lanús-, para lograr ascendencia y resultados con un grupo: San Lorenzo salió campeón por primera vez de la Libertadores, gracias a su experiencia. A veces, viejos son los trapos.