Parece que fue hace mucho tiempo, pero pasaron menos de dos años del día en que la Selección femenina de fútbol llamó a un paro. No les pagaban los viáticos y las hacían viajar durante la noche para no gastar en un hotel después de un partido. Eso fue un quiebre. Se organizaron, se hicieron escuchar, volvieron a los entrenamientos y acá están. A punto de jugar el Mundial de Francia 2019.
Es probable que, un rato antes de que arranque el primer partido contra Japón, a algunas de las jugadoras se les pase por la cabeza lo que estaban haciendo cuando se jugó el Mundial anterior. En 2015 Argentina no clasificó. Los problemas graves empezaban a surgir y a ser más visibles. El Juego Panamericano de Canadá de ese mismo año fue el último torneo que disputaron antes de la debacle. Estuvieron 18 meses sin tener competencias oficiales ni amistosos con la celeste y blanca. Sólo con sus clubes.
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Dejaron de cobrar los viáticos y la comisión en la AFA que quedó acéfala. En septiembre de 2017, la Selección volvió a la cancha. Viajaron a Uruguay en micro para jugar un partido contra la Celeste. Terminó, se bañaron y se subieron una vez más al colectivo. Esta vez para la vuelta. Todo de una, nada de pasar la noche en un hotel para descansar mejor. Ni hablar de los destratos más sutiles, como, por ejemplo, poner modelos para presentar la camiseta nacional en lugar de jugadoras. Messi y Agüero salieron en fotos. Belen Pottasa, por ejemplo, no.
En paralelo, la explosión del movimiento feminista a partir de la primera marcha del Ni Una Menos, justamente en 2015, empezó a ganar en otros espacios. Al respecto, Natalia Garavano, socióloga y representante de la agrupación River Feminista, aseguró a POPULAR: “El nivel de organización que se consiguió en asambleas y la calle generó el surgimiento de otras agrupaciones”.
Ese impulso, generado por el contexto social, llevó a que las jugadoras de la Selección femenina dijeran basta. Ante los destratos y ninguneos, las futbolistas fueron a un paro. Dejaron de entrenar, empezaron a desnaturalizar situaciones, comenzaron a visibilizar lo que les pasaba, a movilizarse y reclamar mejores condiciones
La lucha empezó a tener resultados. Primero, con reuniones que le garantizaban mejorar los viáticos y las condiciones. Así fue como la Selección volvió a juntarse y se clasificó al Mundial de Francia tras vencer a Panamá. Los reclamos crecieron hasta llegar a la profesionalización del fútbol femenino tras la lucha de Macarena Sánchez. Al mismo tiempo, las futbolistas del equipo nacional generaron empatía y empezaron a llenar canchas. Pero no sólo por los reclamos, también por el talento. Garavano, sobre esto, sostiene: "El fútbol ha sido la institución patriarcal por excelencia y lo ha sido toda la vida. Pero a la vez es un elementos constitutivos de la cultura popular argentina. Por lo cual, si nosotros queremos generar un cambio significatitivo tenemos que mirar todas estas instituciones".
Este avance de las jugadoras, hinchas y dirigentes no se mostró solo en el “fútbol formal". De a poco, empezó a generarse una visibilización femenina dentro de la cultura futbolística argentina, que no sólo incluyó el avance de agrupaciones feministas dentro de los clubes. Incluso, a nivel social, la disciplina creció como un ámbito de recreación. Ya es común ir a una cancha de barrio y que haya un grupo de mujeres jugando entre ellas. El fútbol como actividad de diversión femenina se instaló definitivamente.
Gambeta Femenina es uno de los torneos amateurs más antiguos. Están hace diez años y, actualmente, juegan más de 100 equipos en su organización. Es decir, aproximadamente 5 mil mujeres juegan con ellos. Martín, uno de los organizadores dijo a POPULAR: “Nosotros nos mantuvimos más o menos en la misma cantidad. Lo que sí cambió es la cantidad de torneos ofrecidos. Antes eran dos o tres y, ahora, hay torneos por todos lados”. Además, agregó: “En los últimos dos años vimos que muchas chicas que jugaban al hockey se pasaron al fútbol porque lo ven similar”.
El avance sobre el fútbol, además, abrió puertas a nivel social. A través de la Asociación de Clubes de Barrio se creó a principios de 2018 la liga “Nosotras Jugamos” como respuesta a una demanda que llegaba desde los propios clubes. Amira Stegman, quien forma parte de la Liga, indicó a este medio: “Esta es una liga social e inclusiva que trata de ser lo menos costosa posible. No busca generar ganancias, sino incluir y que todos puedan acceder”.
Esta liga está pensada para que todas las mujeres que juegan al fútbol puedan hacerlo. Si alguno no puede pagar, tiene la posibilidad de beca. Cuando se creó, a principios del año pasado, en su organización había 14 equipos y, ahora, ya son 24. Más allá de esto, Stegman sostiene que el crecimiento es “paso a paso” pero que lo más importante es haberse relacionado con “un montón de pibas que venían militando al fúbol desde sus espacio”. De esta forma, los vínculos entre ellas se reforzaron y se puede ver cómo desde diferentes agrupaciones confluyen.
Con este trasfondo, es lógico pensar que la Selección Argentina haya ganado en espacio. No solo ganó derechos laborales, también ganó en público y en visibilzación. Por supuesto, no hay que dejar de lado que, además, el equipo está compuesto por la única futbolista argentina que ganó la Champions League este año, Soledad Jaimes. Además de Estefanía Banini, una de las mejores jugadoras de la actualidad que llaman a ilusionarse con que el equipo cumpla el objetivo de pasar de ronda.
De esta forma, está claro que las consquistas obtenidas, los logros deportivos y la visibilización de la disciplina se puede explicar a través de la construcción en conjunto. Este es el resultado de una lucha colectiva de las mujeres que salieron a reclamar por sus derechos. Y ahora quieren más.
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