La Superliga pasó por Mar del Plata. Llevó hasta allí a miles de hinchas de Tigre y Racing para ser testigos de un partido trascendente, que le dio al Matador la chapa de llegar de la Primera Nacional a jugarle de igual a igual a la Academia. Una estrella entre campeones, una excusa para cerrar el año a 400 kilómetros de distancia. El Minella repleto, con un espectáculo previo atípico al de los partidos regulares y con algunas particularidades que se van convirtiendo en sello de la nueva era del fútbol de Primera.
Este verano difícilmente haya copas, superclásicos o triangulares. La Unión Argentina de Rugby tiene abrochado un partido para los Jaguares allí el 17 de enero y el partido pendiente entre Independiente y River es el 19, a menos de una semana que se reanude el torneo. Antes, los futbolistas tienen vacaciones y los planteles retomarán el trabajo la primera semana del año. No hay tiempo –ni ganas- para sumar compromisos estivales.
Tal vez haya algún amistoso, sin cruces de pesos pesados, pero los tradicionales torneos de verano no parecen tener lugar en Mar del Plata. Los $700.000 que invirtió la Superliga para tener el campo de juego y las instalaciones necesarias para un partido de nivel, parecen haber sido los últimos que le da el fútbol grande al estadio municipal.
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El último evento parece haber sido el que protagonizaron de manera oficial Tigre y Racing, con el sello de la Superliga. Con un sector denominado Fan Zone, el espacio donde se demostró que la convivencia entre hinchas puede darse incluso a horas del partido. En la previa, la ciudad balnearia había recibido la “invasión” de 35.000 personas que en cuestión de horas se mezclaron con los marplatenses sin problemas.
Apenas una mirada despojada de cualquier análisis sociológico indica que si a los individuos con una u otra camiseta se los trata como sujetos que forman parte de una sociedad civilizada, puede convivir en el mismo espacio sin asesinarse o intentar hacerlo. Si en cambio se espera hostilidad y se diferencia a las masas por los colores que llevan puestos con vallados y policías que entienden que los espectadores son potenciales barras bravas, se dan las condiciones para las agresiones y posterior represión.
Igual que en la ciudad, un par de horas antes de que comience el partido, con camisetas de Tigre o Racing, la gente compartió el espacio. Como en la llegada en las terminales de micro y trenes, la ruta y de regreso. El fútbol, parece haber dejado Mar del Plata como escenario extraordinario, sin rastros de violencia.
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