Después de jugar como una deidad inalcanzable y retirarse en aquel partido en que Boca venció 2-1 a River en el Monumental el 25 de octubre de 1997, Diego Maradona sigue buscando su lugar en el fútbol. Y si lo continúa buscando es porque no lo encuentra. Por lo menos hasta ahora, cuando tiene 57 años y está al borde de cumplir 58 el 30 de octubre.
No encuentra un lugar que lo colme. Que lo enfoque de manera permanente en un rol específico. La vocación enorme de jugador de fútbol no la perdió ni la resignó. Eso lo mantiene casi sin pausas, más allá de que las pausas puedan existir. Y de hecho existen. Pero podría decirse que Maradona todavía no direccionó de manera definitiva su vida profesional luego de su extraordinaria carrera como futbolista.
Hace unos años en una charla distendida, el Flaco Menotti nos comentó: “Diego conserva una pasión auténtica y notable por el fútbol, pero creo que le falta vocación para ser entrenador. Siempre tiene demasiados ruidos a su alrededor”. ¿A qué se refería Menotti? A la necesidad de ejercer una dedicación exclusiva para poder crecer. A sentirse entrenador todos los días. A descubrir misterios y cultivar conocimientos para volcarlos en esa labor. A dejar de lado otras opciones farandulescas que siempre se presentan.
Maradona, en cambio, eligió diversificarse. Fue técnico, brevemente manager en Boca, conductor de un programa de televisión (La noche del Diez), hombre de consulta y de marketing reivindicado por la nueva FIFA de Gianni Infantino y ahora presidente honorario del Dinamo Brest de Bielorrusia que se reformuló en una relación protocolar y diplomática por su vínculo como entrenador de los Dorados de Sinaloa (allí se retiró Pep Guardiola), club de la segunda división de México.
Esta larga variedad de actividades no le brindaron condiciones para ser más efectivo y constante en sus planes. Como si sus decisiones fueran por demás erráticas. Quizás por eso al universo del fútbol (su universo, sin dudas) posterior a su retiro nunca lo terminó consolidando. Porque está atento a demasiados estímulos. A demasiadas ofertas. Y a muchas voces.
Y todo indicaría que el gran estímulo de Diego continúa siendo el fútbol. Como el gran estímulo de Pelé después de su retiro el 1º de octubre de 1977 vistiendo la camiseta del Cosmos de Nueva York, fue consagrarse como un hombre del show business. Un hombre mundano que celebra sin contradicciones aparentes todos los perfiles ocultos o visibles del negocio.
Esa vida administrativa y muy rentable que eligió Pelé luego de abandonar el fútbol casi a los 37 años. Eligió o se la eligieron los amigos artificiales que el poder y el dinero siempre acercan. Pelé se reconfiguró como un exitoso emprendedor que prestó su cara y su palabra para llegar donde el fútbol no le había permitido llegar, salvo para convertir golazos infernales.
Siempre parecía estar ocupadísimo Pelé. Agenda completa. Viajes permanentes. Reuniones de negocios con los inversores de turno. Hasta su primer encuentro en el Copacabana Palace con Maradona en Río de Janeiro en abril del 79 fue más breve de lo que él deseaba porque sus abogados invocaron que tenía que partir de inmediato a San Pablo para “firmar unos papeles muy importantes”.
Ese Pelé capturado por los ofrecimientos de distintas empresas, auspiciantes e inversores que lo llevaron de aquí para allá como si fuera un objeto que adorna las marquesinas de Wall Street, terminó viendo el espectáculo del fútbol detrás de un vidrio que distorsiona las imágenes. Y se resignificó como una postal liberal y decadente del sujeto mercantilizado.
Maradona no fue por esos rumbos, aunque muchas de sus compañías transitaran por aquellas avenidas urgentes. El perfume sagrado del fútbol nunca lo perdió. Siempre lo llevó con él. Incluso en las pequeñas y grandes adversidades.
¿Qué le faltó y le falta entonces para estar en una cancha conduciendo a un equipo sin tantas interrupciones? Quizás más estabilidad. Más tranquilidad. Más perseverancia. Y menos entusiasmos repentinos.
El expresa la síntesis perfecta del mejor fútbol. Y es más que evidente que el fútbol debería ser su lugar en el mundo. El lugar del que ese genio complaciente que fue y es Pelé, hace muchos años se alejó.
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