La historia tiene un final cantado. Por más que el Vasco Arruabarrena haya anunciado que hoy estará en la práctica matutina y que tiene fuerzas como para seguir, lo cierto es que ya no le queda crédito como para poder sostener este momento crítico de Boca. La decisión de retirarse de la Bombonera sin hablar, el respaldo a medias de los jugadores en sus palabras y el silencio de los dirigentes dejaron picando la sensación que su salida es sólo cuestión de horas.
La paupérrima demostración futbolística de su equipo que lo llevó a una nueva derrota sólo fue el último empujón para caer en un abismo que ya estaba señalado desde la goleada ante San Lorenzo por la Supercopa Argentina. No hay lugar para más chances, no existe, porque los propios jugadores que lo respaldaron con un "discurso blando" al final del encuentro fueron los mismos que le soltaron la mano adentro de la cancha, donde además de jugar muy mal pasearon una imagen indolente, lejos de un compromiso para prolongar el ciclo del entrenador. Y porque el propio presidente Daniel Angelici, que en Córdoba lo había respaldado antes de la final, esta vez prefirió no hablar porque las presiones de sus pares de directiva son cada vez más fuertes para que tome la decisión de echar a Arruabarrena.
La tercera pata de esta historia, la principal, es la que tiene que ver con el propio Vasco, quien también sumó más cuestiones negativas en noventa minutos de juego. Su equipo jugó decididamente mal, sin una idea de juego, dependiendo de las individualidades, y éstas, una vez más, volvieron a defraudarlo. Para colmo de males, volvió a errar con el planteo y también con los cambios. Temeroso en su apuesta, ante la lesión del colombiano Frank Fabra y abajo en el marcador, decidió poner a César Meli para sostener la línea de cuatro en el fondo, cuando en realidad lo que se reclamaba era asumir más riesgos para intentar dar vuelta el resultado.
Sin juego en el medio, por el flojo rendimiento de Fernando Gago y las pocas luces del juvenil Rodrigo Bentancur, el partido exigía el ingreso de Nicolás Lodeiro o Pablo Pérez, para administrar mejor el balón y encontrar a alguien al que se le caiga una idea o al menos metiera un buen pase entre líneas a los delanteros. Nada de eso ocurrió. Puso a un inexpresivo Federico Carrizo que se enredó solo con la pelota y luego a Andrés Chávez en una sumatoria de atacantes que, como era de esperar, no dio ningún rédito.
El Vasco volvió a fallar, su equipo jugó tan mal o peor que contra San Lorenzo, sus jugadores no lo ayudaron en la cancha y, en ese contexto, los dirigentes parecen tener tomada una decisión. Por más que quiera escribir otro capítulo, su historia ya está sentenciada.
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