En la inminencia del arranque de la Copa América (Brasil juega frente a Bolivia el viernes en San Pablo y Argentina debuta el sábado ante Colombia en Salvador de Bahía), la Selección despierta indiferencias, más allá del acompañamiento previsible y masivo que tuvo el pasado viernes en San Juan cuando goleó 5-1 a la débil e inoperante Nicaragua.
¿Por qué se da esté fenómeno de escepticismos e indiferencias que por otra parte se viene manifestando desde hace varios años con distintos técnicos y jugadores e incluso con Lionel Messi como atracción fundamental? Porque la Selección con el paso de los años se fue aislando, jugando poco y nada en el interior del país ante adversarios de cuarta categoría, reconvirtiéndose casi en una abstracción documentada por la TV.
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Y plasmada en un equipo lejano, distante, con severas dificultades para conectar con los hinchas anónimos y provocar empatías simultaneas que fortalecieran las relaciones. Y esta es uno de las metas que se trazó el Flaco Menotti cuando asumió en enero como Director de selecciones nacionales: “Los dos objetivos son el Mundial y recomponer la relación con la gente”.
Sin esa conexión imprescindible que solo parece reconstruirse cada cuatro años durante el desarrollo de los Mundiales, la Selección navega entre reclamos, nostalgias, melancolías y eventuales resplandores que se desvanecen rápidamente sin dejar rastros, señales valiosas ni legados.
Es cierto, el nuevo siglo alumbró un fútbol de clubes y no de selecciones. Este microclima se revela claramente en Europa. Importan e influyen mucho más la dinámica empresarial y mercantilista que imponen los clubes transformados en sociedades anónimas que las representaciones nacionales, menos protegidas y desfinanciadas por el show business del capitalismo futbolístico que se revitaliza con dinero en blanco y sobre todo en negro.
Aquí, a pesar de varios intentos frustrados que promovieron las capas superiores de los espacios de poder, no prosperaron las sociedades anónimas enquistadas en los clubes. Sin embargo la Selección se fue resignando a ser un simple partenaire de la aldea globalizada del fútbol.
Este episodio de una Selección alejada y distante es una versión de los jugadores desparramados por el mundo. La diáspora interminable de los jugadores que se van de la Argentina hasta sin saber adónde van ni con que se van a encontrar. Pero quieren irse.
Como, por ejemplo, lo hicieron Emiliano Rigoni y Sebastián Driussi, transferidos por Independiente y River hace un par de años al Zenit de Rusia. Ni a Rigoni ni a Driussi les interesó formar parte de la Selección, aunque Rigoni tuviera chances concretas de ser convocado para Rusia 2018, considerando que en la última recta participó de las Eliminatorias.
No enfocamos a Rigoni y Driussi para descargar sobre ellos una crítica particularizada, sino para observar el paisaje en general. Y la dimensión del paisaje es universal. Los jugadores son pasajeros en tránsito. Van y vienen. La Selección les interesa poco. Como a los entrenadores. Y en algunos casos, nada, aunque proclamen fidelidades eternas y amores envueltos en celofán. Pero no es cierto. Es papel picado para la tribuna. Es demagogia en estado puro para consumidores inocentes.
La percepción de esta realidad con las excepciones del caso (Messi es una de ellas porque siempre se resistió a abandonar a la Selección), terminó por bajarle la temperatura a ese viejo romance del hincha y la camiseta argentina.
La fractura de carácter simbólico y real se hizo cada vez más evidente. Dejó de estar la Selección en el centro de la realización de los futbolistas y de los espectadores. Quedó afuera de esa celebración conjunta. O de ese ritual con aires bien amplios y comunitarios que podía contener a todos.
El presente, en cambio, parece estimulado por amores muy definidos. Los clubes en primerísimo plano. La Selección como un actor de reparto más o menos calificado. Pero claramente un actor de segunda línea. Esto es lo que se ve. Lo que se transmite, aunque desde los contenidos mediáticos se intenta amplificar a gran escala la lógica del negocio futbolístico eligiendo intérpretes patéticos que gritan con la voz quebrada hasta un saque lateral. Esa mentira organizada aturde, confunde, perturba y acaricia la falsa emoción.
Si la Selección resiste o no estos embates de los tiempos actuales, es otra historia. Claro que igual interesa verla en acción. A pesar de todo
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