Después de la traumática caída ante River en Madrid, Boca pretendió encontrar con el sistema de Gustavo Alfaro el orden, la organización y la seguridad que el equipo no logra transmitir, aunque los resultados por ahora son satisfactorios .

¿Cómo juega Boca bajo la conducción de Gustavo Alfaro? Mal. En general juega mal. Aunque en la suma de puntos su cosecha sea favorable, considerando que solo perdió 2-1 ante Atlético Tucumán en La Bombonera.

Pero en el plano del juego, poco y nada. Y lo sugestivo es que no sorprende que Boca juegue mal. En la etapa anterior, cuando los técnicos eran los Barros Schelotto, el equipo ganó mucho más de lo que perdió (de hecho fue bicampeón del fútbol argentino y disputó la final de la Copa Libertadores ante River), pero nunca logró conquistar un funcionamiento. Dependía de las apariciones individuales de sus hombres de ataque. Era, en definitiva, un equipo de apariciones, sin estructura ni volumen de juego.

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Ahora, con Alfaro, el panorama es peor. Boca sigue sin tener funcionamiento, pero además encuentra menos relieve ofensivo. Menos desequilibrio. Menos llegada. Aunque conserve un potencial envidiable en relación a otros equipos. Ese potencial es el que le permite imponer algunas condiciones que se reflejan en la chapa final y no así en los desarrollos.

Pero queda una sensación muy potente: a Alfaro parece costarle demasiado definir su búsqueda futbolística en Boca. El siempre fue un entrenador táctico. Más orientado al contraataque y la especulación que a la idea de proponer un concepto ofensivo. Así fue construyendo su carrera profesional, sin pasar por alto que cuando dirigió a San Lorenzo y a Rosario Central el saldo fue muy negativo.

En Boca, no puede promover lo que, por ejemplo, realizó en Arsenal y recientemente en Huracán. Allí, sin jugadores de alto calibre, diseñó equipos sobrios, modestos, austeros y eficaces. Pero ese perfil no le cierra a Boca por ningún lado. Salvo en el rubro de la eficacia que será una cuestión que se irá viendo sobre la marcha.

No le alcanza a Boca ni con la sobriedad (que no tiene), la modestia y la austeridad. La apuesta tiene que ser más amplia, más generosa, más versátil, más elaborada. ¿Encuadra Alfaro en esta demanda? En principio, no. Debería reformularse para adaptarse a este nuevo contexto. Esta dificultad que de ninguna manera es menor pone en foco la decisión de la dirigencia y de su manager Nicolás Burdisso de elegir a Alfaro como entrenador de Boca en un momento de gran complejidad, después de la caída frente a River, en Madrid.

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Esta decisión de poner al frente del plantel a un técnico mucho más sensible al sistema que a la calidad de los jugadores, encierra un riesgo fenomenal que fue subestimado. Vale la pena hacer una consideración: Carlos Bianchi, multicampeón con Boca, no fue un técnico de sistemas. Fue un técnico capaz de explotar al máximo el talento de los jugadores. Incluso Juan Carlos Lorenzo, otro héroe xeneize de los 70, no fue tampoco un técnico de sistemas. Fue un técnico estratégico, que es otra cosa.

Alfaro, en cambio, es un hombre de sistemas. En ese territorio de la teoría se fortalece. Allí puede hacer la diferencia. Pero esa inclinación de Alfaro a protegerse en el sistema, en Boca hoy parece una meta inalcanzable. Como si hasta Alfaro desatendiera su propio libro. O interpretara que ese libro es de muy difícil aplicación entre tanto tumulto declarado y evidente.

El orden, proclama o bandera que Alfaro siempre privilegió casi como un testimonio de su pensamiento futbolístico, tampoco se advierte en Boca. No denuncia Boca jugar a favor de un orden. Por el contrario: es desordenado el equipo, por encima del dibujo táctico que pretenda emplear. Desordenado como expresión colectiva. Lo revela en el campeonato y también en el último partido por la Copa Libertadores frente a Jorge Wilstermann, en Cochabamba.

Plantear que Boca se está armando es una frase de ocasión muy utilizada en situaciones como la actual. Pero la realidad es que no deja de ser un lugar común para salir del paso. Todos los equipos siempre se están armando y rearmando durante la competencia. En el fútbol nada está armado. Todo sucede.

El dilema de Alfaro no es de poca envergadura: es saber que quiere hacer con Boca. Y a qué quiere jugar. La indefinición que por ahora muestra el equipo es la misma indefinición que manifiesta Alfaro. Es la que transmiten los jugadores, entrando y saliendo del equipo partido tras partido, como si todos fuesen piezas intercambiables, subordinados a los rigores abstractos del sistema.

Por eso y por otros episodios del juego no resueltos, Boca contagia varias inseguridades. Puede ganar como ya ganó con Alfaro cinco partidos en la Superliga, pero no denuncia algo en particular. Y esta es una marca. O un rasgo que interpela su mediocridad. Aunque los números, siempre insuficientes y relativos, le den una mano. O una manito.

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