Es fácil asumir el papel de víctima. Es fácil y sobre todo es cómodo. Siempre existieron celebridades y ciudadanos anónimos que interpretaron ese rol. Algunos convencieron, otros defraudaron. Ocurrió y ocurre en cualquier actividad: política, económica, sindical, religiosa, artística. Y el fútbol nunca estuvo al margen.
La Selección intentó no victimizarse por el pésimo arbitraje del ecuatoriano Roddy Zambrano, muy funcional a defender la camiseta de Brasil durante todo el partido. Tan funcional que junto a ese invento berreta del nuevo tiempo que es el VAR (un verdadero show del desacierto organizado), terminó dándole al scratch una mano muy favorable en el 2-0 frente a Argentina.
La realidad es que en esta oportunidad la Selección fue víctima de un árbitro que no le otorgó dos penales en el segundo tiempo (el VAR se borró en ambas situaciones), que amonestó a los jugadores argentinos con un rigor que no tuvo con los brasileños y con una clarísima tendencia a inclinar la cancha en favor del equipo que conduce Tité.
Considerados estos episodios irregulares que no pueden pasarse por alto, porque fueron factores muy influyentes, quedó sobre la superficie una sensación inequívoca: la Selección jugó su mejor partido en la Copa América. Y Brasil se llevó un premio demasiado generoso en relación a la oferta de fútbol que expresó. Claro que Brasil desde el fondo de su brillante historia futbolística siempre fue capaz de mostrar un nivel de eficacia ofensiva implacable. Dispuso de tres chances y concretó dos. Esa altísima proporción de contundencia le simplificó lo que en plano del juego fue deficitario.
Porque Argentina por largos pasajes fue más que Brasil. Esta buena respuesta colectiva para ocupar los espacios y generar una circulación de la pelota que hasta el momento no había manifestado, tuvo una deuda tan gravitante como decisiva: faltó una mayor resolución en el área adversaria.
Es cierto, estrelló en la primera etapa un cabezazo de Agüero en el travesaño y en el complemento un bombazo de Messi en el palo derecho del arquero Allison, más allá de otras aproximaciones que se desvanecieron en el último toque. Pero igual no contó con lo que Brasil suele distinguirse: la capacidad para transformar en gol lo poco que fabrica. Porque ante Argentina, Brasil fue austero, conservador, pero muy certero. Tan certero que a partir de esta virtud construyó la victoria que le dio el pasaje a jugar la final de la Copa.
El Uno x Uno de la Selección Argentina ante Brasil
Los contenidos de la derrota argentina dejaron bien parada a la Selección y a su cuerpo técnico liderado por Lionel Scaloni, acompañado por sus colaboradores Pablo Aimar, Walter Samuel y Roberto Ayala. El equipo fue creciendo durante la competencia. No es que reveló perfiles destacadísimos. Pero supo trascender la adversidad del arranque cuando había caído 2-0 frente a Colombia y empatado 1-1 con Paraguay.
Al borde de un naufragio que el ambiente del fútbol argentino anticipaba, la silueta de la Selección fue apareciendo en los triunfos con Qatar y Venezuela. Brasil, en los papeles, despertaba muchísimas inquietudes. Y Argentina superó la prueba desactivando teorías desestabilizadoras respecto a su entrenador y dibujando en el aire que esta Selección tiene futuro si se la cuida y se diseña un calendario internacional que fortalezca a jugadores que denunciaron estar a la altura de circunstancias complejas.
Como por ejemplo, Foyth, de gran actuación contra Brasil. Y Paredes, un volante con panorama, pase y recursos técnicos no frecuentes en esa posición. Y Lautaro Martínez, de discreta producción ante Brasil, chocando más que ganando en el área, pero con chapa para seguir evolucionando. Y De Paul, con su aporte valioso. Y Acuña, muy impreciso frente a Brasil, pero para tenerlo presente.
Agüero continúa siendo un jugador de Selección. Y Messi, apenas levantó un poquito con Brasil. Nada muy significativo. Scaloni se deshizo en elogios con Messi. Parecieron muy exageradas sus palabras. Jugó para cinco puntos Messi y siendo muy benevolente y fan de su figura, alguien que no somos nosotros, podría calificarlo con un seis. El tema central es que otra vez sus participaciones no fueron decisivas. Y de Messi siempre se espera que sea decisivo. Que haga lo que otros no hacen. Y no lo hizo, aunque se haya mostrado activo.
Por supuesto que duele la derrota. Le duele al plantel y al técnico. El equipo no se guardó nada. Esta es la sensación que arrojó el partido. Como para poder dormir tranquilo. Brasil, como suele suceder, no precisa ser superior para quedarse con todo. Argentina lo comprobó. Y de paso también comprobó que un árbitro parcial y muy sensible a pitar en sintonía con los intereses del scracht (al igual que esa abstracción ya contaminada por los espacios de poder que es el VAR), está en condiciones de imponer su discrecionalidad e inclinar la balanza.
Esto pasó en Belo Horizonte. No hablamos de triunfos morales ni cuestiones por el estilo. Hablamos de lo evidente. Que no solo fue el resultado. Fue la película completa.
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