Bajo el microclima tan particular que suele expresar Boca y que el ambiente del fútbol argentino supo bautizar como el “Mundo Boca”, a pocos días del cruce decisivo frente a River por una de las semifinales de la Copa Libertadores, se van revelando día tras día pensamientos y palabras que apelan a épicas, hazañas y hasta violencias más o menos encubiertas o directas para dar vuelta el rotundo 0-2 en el Monumental del 1 de octubre.
Ahora entró en escena Alfredo Cascini para relatar y recomendar cómo hay que jugarle a River en La Bombonera: “Si los jugadores de Boca tienen que agarrarse a piñas, hay que hacerlo. Es el partido. Termina el primer tiempo y si no se hace esto o aquello, hay que discutirlo, porque vamos todos en cana después de este partido. Acá no se salva nadie. Vamos todos adentro de una bolsa o salimos”.
En una aparición anterior a la de Cascini, otro ex jugador de Boca, Enrique Hrabina, se enfocó en una explicación de tono intimidante y voluntarista: “A River hay que meterle garrote. No sé la tenés que dejar tocar. Si le hago un gol, le hago tres. Dejá la vida. El jugador que se rompa por Boca queda marcado, queda en la historia”.
Por su parte, Angel Clemente Rojas, uno de los grandes ídolos de Boca de todos los tiempos y que siempre se destacó por jugar al fútbol reivindicando la magia del potrero, en esta ocasión se fue por las ramas cuando antes de disputarse el primer partido frente a River, dio una clase práctica de cómo la confusión y la demagogia perturba el razonamiento: “A River hay que ganarle como les ganamos siempre. Cagándolos a patadas y trompadas”.
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Si a este nivel de vulgaridades explícitas se le suma la presencia de una especie de brujo amable en el campamento boquense para irradiar bonanzas para un lado y malas ondas en la vereda de enfrente, se describe, sin entrar en cuestiones más privadas, un panorama y un tinglado capturado por la decadencia.
No es que planteamos que el equipo de Boca sea decadente. No. Lo que es decadente es el cuadro de situación. Es decadente cómo algunas voces quizás influyentes pretenden preparar el terreno para recibir a River. Es decadente la línea de valentías insuperables que se quiere exponer en nombre de epopeyas del pasado. Ese combo de superficialidades y simplificaciones variopintas que por estos días vienen acompañando a Boca, si delatan algo en especial es miedo.
Miedo a perder. Demasiado miedo a perder. Como si una nueva claudicación ante River (podría ser la quinta consecutiva si tomamos como referencia la semifinal de la Copa Sudamericana 2014, los octavos de final de la Copa Libertadores 2015, la final de la Supercopa Argentina 2018 y la final de la Copa Libertadores 2018) desataría una auténtica conmoción de magnitudes y dimensiones insospechadas. O muy sospechadas de antemano.
Esta carga de dramatismo exacerbado (también compatible con una presión gigantesca) que se posa sobre las espaldas de Boca, en el caso de que River vuelva a imponer una superioridad futbolística que hoy es indiscutible, adquiere un peso y una significación imposible de relativizar o subestimar.
Boca está obligado por ese núcleo duro que le reclama y exige triunfos épicos, a ser el victimario de este River potente, versátil y convencido que dirige Marcelo Gallardo. Pero el gran problema que interpela al sentimiento xeneize que por supuesto incluye a su prensa adicta, es que como pocas veces, Boca es claramente inferior a River. Y esa inferioridad evidente es la que le abrió las puertas a las consideraciones desafortunadas de Rojitas, Hrabina y Cascini, entre otros apologistas de actitudes que no hacen pie en el juego.
Da toda la sensación de que a los jugadores de Boca los están alentando y empujando a una victoria a cualquier precio. Y es muy peligroso ese componente. Porque nadie sabe precisar cuáles son los límites. Es un campo difuso. Incierto. Abierto a las subjetividades de cada uno. De cada jugador y de cada hincha que asista el próximo martes a La Bombonera.
Padece Boca circunstancias negativas ante River que el ambiente, una y otra vez, inscribe en el altar de las grandes tragedias nacionales. Si el combustible se llega a derramar, no va a alcanzar con los bomberos.