En las horas siempre inciertas y urgentes del diluvio, cuando los agoreros y los apurados intentan desde su subjetividad vislumbrar lo que puede suceder luego de la pandemia, se eleva la sospecha que nada seguirá funcionando de la misma manera. ¿Será realmente así?         

Es una pregunta simple: ¿cambiará el fútbol después del diluvio que provoca la pandemia? Es cierto, es muy amplio el interrogante. Pero es válido, considerando que ya existen no pocos anticipos que sostienen que nada será igual luego del COVID-19.

Cuando apelamos a esa convicción no confirmada en ningún libro ni en ningún escenario de que “nada será igual”, nos referimos a las relaciones interpersonales, al turismo internacional, a las economía más fortalecidas o más debilitadas, a las burbujas financieras tan extendidas en la aldea globalizada del capitalismo salvaje, al toma y daca que se esconde en los pliegues ocultos de la política, a las solidaridades proclamadas por aquellos que nunca fueron ni serán solidarios, a las libertades sexuales y a otras libertades, entre ellas las de ser parte de una sociedad de consumo cuando lo que suele faltarles a cientos de millones de personas en el mundo es dinero para poder consumir.

Dicen los ignorantes de siempre y los sabios ausentes que pretenden en vano adelantar los tiempos, que todo se va a modificar. Que la propagación catastrófica del coronavirus marcará un antes y un después que terminará revelando otro paisaje universal. La derecha y la izquierda hacen pronósticos. Elaboran hipótesis. Arriman tesis. Buscan aliados. Imaginan adhesiones. Ilusionan y se ilusionan. Con un mundo para pocos. O con un mundo para todos.

El fútbol, naturalmente, sigue ahí. Donde ya estaba. Quieto y manso. Esperando que le abren las puertas del circo organizado. Porque la FIFA que conduce el italo-suizo Gianni Infantino continúa siendo un circo que va y viene subordinada al show business. Que es lo mismo que afirmar que es un rehén tan aplicado como obediente de una de las tantas burbujas que se mantienen en la superficie. Burbujas o papelitos en el aire que no ofrecen nada, ni se les ocurre nada, salvo correr sin pausas ni olvidos detrás de las corporaciones aguardando limosnas millonarias.

A pesar de todo, es un fenómeno cultural el fútbol. Uno de los fenómenos culturales más impresionantes que quedaron en pie. La muerte tantas veces anunciada del fútbol se resignificó como un lugar común sin visos de realización efectiva. No murió nunca el fútbol. Y por lo tanto nunca renació. Se mantuvo sin generar cambios estructurales. Apenas le tocaron el maquillaje. Solo el VAR, en nombre de una perfección que ya naufragó en muchas oportunidades, intenta cortejar a los tecnócratas que están en todas partes disfrazados de eficientes administradores de justicia y equidad. Una mentira realmente pavorosa que únicamente sirve para bajarle la temperatura al juego. Y para entretener a los amantes de los diseños virtuales.

Lo que queda claro es que si al fútbol lo quisieron matar, hasta ahora esos sicarios no pudieron. Pero está vigencia arrolladora que se expresa en un Boca-River definitorio o en un partidito despojado que no decide nada, delata que todos queremos ver lo que alguna vez ya vimos. Vamos persiguiendo lo que alguna vez vimos. Esa jugada, ese gol, esa victoria, ese perfume existencial intransferible.

¿Cambiará el fútbol después de la pandemia? ¿O cambiaremos nosotros? ¿Y lo veremos con otros ojos? ¿Con otras sombras? ¿Con otras luces? No lo sabemos.

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