Carlos Tevez fue un crack, aunque ya no juega como un crack, más allá de la recuperación que expresó en el arranque de 2020. Recuperación que el ambiente del fútbol argentino clasificó como si fuera una versión extraordinaria de Tevez. Y no lo fue. Todo en nombre de la venta de humo para cautivar audiencias distraídas y confundidas.
Planteábamos que Tevez fue un crack. El tema es que él siempre creyó trascender el perfil de un crack y ser una auténtica estrella del fútbol mundial. Como Zidane, Platini, Ronaldinho, Van Basten, Romario, el brasileño Ronaldo, Cristiano Ronaldo o incluso Messi en su magnitud de jugador colosal.
Con Messi, en principio, en una puja absurda, quiso competir allá lejos y hace tiempo. Más bien que no le alcanzó ni para empezar. Pero su autoestima volaba muy alto. Y utilizó influencias en la prensa y en la arena política (su cercanía, primero con Daniel Scioli y después con Mauricio Macri no entran en la categoría de episodios inocentes) para encontrar respaldos extradeportivos que lo fortalecieran.
Esa habilidad sinuosa y oportunista de Tevez para arribar a otros escenarios no revelan precisamente a un protagonista desinteresado por los contextos ni por las caricias del poder. No da puntada sin hilo el hombre de 36 años. Consiguió como muy pocos saber combinar en proporciones equivalentes el fútbol y la política. Lo hizo con naturalidad. Y sin salir mal parado frente a los anónimos representantes del pueblo futbolero.
La realidad es que, luego del regreso desde China, Tevez estaba muchísimo más cerca del retiro que de la actividad plena. Hasta que en su ocaso aprovechó la posibilidad que le dio el entrenador Miguel Angel Russo en los siete últimos partidos del campeonato que terminó ganando Boca. Y ese pequeño salto de calidad, amplificado de manera notable por los medios, le permitieron recrear viejos tiempos de glorias recordadas.
Desde allí, intentó imponer condiciones taxativas a la administración de Ameal, Pergolini y Riquelme. Espacio político al que Tevez en las últimas elecciones de Boca en diciembre del año pasado, no apoyó. Su apuesta se direccionó para lo que en ese momento era la lista del oficialismo, integrada por Christian Gribaudo y Juan Carlos Crespi, alfiles reconocidos de Daniel Angelici y Macri.
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Con Riquelme nunca tuvo sintonía fina. Alcanzaría con reproducir lo que declaró en junio de 2017 desde China, cuando denunció un gran malestar con el ídolo número uno de Boca : “Yo hablo las cosas de frente y no me callo. Me banqué que durante un año y medio Riquelme hable de mí y de mis compañeros cuando Boca perdía y River ganaba. Tendrá la palabra autorizada, pero lo que les dice a los periodistas no le hace bien a Boca. Será un ídolo por todo lo que hizo dentro de la cancha, pero afuera deja mucho que desear”.
Aquellas durísimas palabras nunca quedaron sepultadas. Lo sabe Tevez. Y por supuesto lo sabe Riquelme. Cuando hace menos de siete meses asumió la nueva conducción del club, el caso Tevez no le pasó desapercibido a nadie. Riquelme y compañía no ignoraban que Tevez, más temprano o más tarde, iba a generarles dificultades en el marco del contrato que se vencía el 30 de junio de 2020.
El campeonato conquistado por Boca, postergando a River y los seis goles que convirtió Tevez en los siete partidos finales, precipitaron lo que se vive hoy: un conflicto que perturbó el día a día de Boca. Y que lo sacó de eje.
Que Tevez le va a hacer pagar un costo político a la actual dirigencia, no admite demasiadas dudas. Cualquiera sea la resolución del conflicto (hacer uso de su libertad de acción o firmar un contrato más extenso o más corto), queda claro que Tevez demolió el estado de bienestar que se había instalado en Boca.
¿Subestimó la dirigencia el espacio de poder futbolístico que aun conservaba Tevez? Es muy probable. ¿Subestimó Riquelme los daños colaterales que podría producir Tevez confrontando con el Consejo de Fútbol que le responde a Román? También es muy probable.
Decir quién gana y quién pierde en esta pulseada delataría un pensamiento muy lineal. Tevez sigue jugando al fútbol y es apropiado identificarlo como un cuadro político del macrismo. Le guste o no le guste esta consideración. Juega ahí. Con Macri y Angelici. Con lo cual no solo fue un crack que ya no tiene la inspiración clásica de un crack. Reúne otras particularidades.
Si la dirigencia obedeciera solo a sus instintos, Tevez ya estaría definitivamente afuera de Boca. Y si Tevez obedeciera solo a sus instintos, convocaría a una conferencia de prensa para destruir la figura de Riquelme.
En el medio de las dos pulsiones, se consolidan las diferencias irreconciliables. A Riquelme no le cierra más Tevez. Y a Tevez no le cierra más Riquelme.
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