Se hace difícil disfrutar adentro de la cancha. Mucha presión, mucha tensión. No se puede hacer nada. Y no va a cambiar. El fútbol empeoró en eso. Antes jugar a la pelota se disfrutaba más. Ahora todos quieren matarse para tener un mejor contrato para sacar a la familia de la pobreza o de lo que sea. No te podés relajar nunca. Siempre hay uno que va a dar más que vos por esto. Eso te meten en la cabeza. Es una presión que hay que saber manejarla y el único que disfruta algo es el que hace la diferencia”.
Las palabras son del mediapunta de Boca, Mauro Zarate, en el marco de una extensa entrevista que el 31 de marzo del año pasado le concedió al suplemento deportivo Enganche que acompañaba la edición de Pagina 12 una vez por semana.
Con Gallardo como actor principal, River estrena su film histórico este jueves
Quizás el contenido de la respuesta que brindó el ex jugador de Vélez tres meses antes de su arribo a Boca, sirvan para aproximarse a la versión de este Zarate desubicado, inoportuno y agresivo que ante Godoy Cruz casi desata un escándalo gritándole desaforadamente cara a cara el gol de la victoria (conquistado por Emmanuel Mas con el brazo, previa posición adelantada de Wanchope Abila) al arquero Roberto Ramírez del equipo mendocino.
La presión y tensión que planteó Zarate que impera en el fútbol no habilita ni legitima conductas patoteriles y de bajísima densidad deportiva. No le falta experiencia al futbolista de 32 años que abandonó Vélez de la noche a la mañana unos meses después que una procesión de hinchas, agrupados en familias, lo había ido a recibir a Ezeiza como a un hijo pródigo y a los que terminó dejando a todos en banda para llegar a Boca, en nombre de un profesionalismo bastardeado, revelando un comportamiento por demás mercantilizado que el ambiente naturalizó.
En Boca, Zarate parece sobreactuar de jugador que lleva la camiseta xeneize tatuada en el alma y en el corazón. Estas actitudes especuladoras podrán dejarlo bien parado frente a audiencias muy inocentes. O muy distraídas. La realidad es que Zarate viene caminando por los bordes y haciendo equilibrio. Porque no es la primera vez que hace un stand up desagradable jugando para Boca. Y vendiendo humo como si fuera un joven que recién empieza y pretende colocarse en alguna vidriera para emigrar a un club europeo.
En Vélez, el entrenador Gabriel Heinze, lo mantuvo a distancia. Fue titular y fue suplente. Entró y salió del equipo. Zarate, según lo que comentó por aquellos días, nunca pidió explicaciones. O no se animó a pedirlas. “A mí me mata la ansiedad, es mi punto débil y me hizo tomar malas decisiones”, explicó en un segmento de la nota que reproducimos en el arranque.
En el amplio rubro de las malas decisiones, confiesa que son sus apuros en irse de un club a otro cuando interpreta que no lo valoran lo suficiente. En Boca, por ejemplo, tampoco encontró respaldos absolutos. Ni antes cuando al plantel lo dirigía Guillermo Barros Schelotto (de hecho no jugó ni un minuto en los dos partidos por la final de la Copa Libertadores ante River), ni ahora bajo la conducción de Gustavo Alfaro, aunque por el momento está muy bien considerado, ganando un espacio como un intérprete influyente en el equipo.
Lo que deja ver Zarate es que siendo un buen jugador, él cree que es un jugadorazo. Y no lo es. Esta mirada muy sobredimensionada respecto a sus verdaderas condiciones también lo empuja a frecuentar las urgencias. Y a visitar lo que un jugador con su trayectoria no tendría que visitar: las canchereadas y ciertas provocaciones a los rivales para demostrar que es un tipo con una gran personalidad y determinación.
Estos desajustes o desconexiones emocionales para intentar saltear etapas (él debe saber cuáles son), si dejan algo en claro es que lo confunden. Quizás por eso protagonizó el último domingo en Mendoza un episodio que tendría que revisar. Y asumirlo como un nuevo acto de inmadurez que lo expone.