Lionel Messi no lo dijo públicamente, pero dejó trascender (sin desmentir la versión) que volvería a jugar para la Selección durante la Copa América a disputarse en Brasil desde el 14 de junio hasta el 7 de julio del próximo año.
¿Esto qué significa? Por lo pronto, que su inminente regreso a la Selección es bienvenido. Pero de ahí a considerar que Messi va a resolver de la noche a la mañana cuestiones centrales hay una distancia enorme. A pesar de sus extraordinarias cualidades futbolísticas, Messi en la Selección no fue el monstruo que la rompe partido tras partido en el Barcelona.
¿Por qué no logró replicar en la Selección todo lo que hace en el Barça? El tendría que explicarlo, pero no lo explica. El debería argumentarlo, pero no lo argumenta. Y le escapa a esas explicaciones que no son sencillas de acomodar ni de presentar.
La realidad es que Messi y su círculo rojo no pueden seguir transfiriendo responsabilidades. Cuando se expresa en la cancha como un creador inagotable, los elogios que caen sobre su figura también son inagotables. Cuando con la camiseta de la Selección juega dando pena como jugó en el último Mundial (solo entró en escena en el primer tiempo ante Nigeria en la fase de clasificación a octavos) no parece sensato plantear que sus compañeros son de madera para liberarlo de las críticas.
La verdad inocultable es que siempre le pesó a Messi la camiseta argentina. Como les pesó a otros cracks del fútbol argentino de la dimensión de Amadeo Carrizo, Hugo Gatti, Angel Clemente Rojas, Miguel Brindisi, Ricardo Bochini y el Beto Alonso, por citar solo a algunos notables que en distintos contextos y diferentes adversidades no se consolidaron como estrellas de la Selección.
No le faltaron oportunidades ni mundiales a Messi para demostrar su talento. Pero por circunstancias y razones de amplio espectro, sus apariciones no fueron determinantes en los partidos decisivos. No fue un jugador más. Pero tampoco fue “el” jugador.
Llegará Messi a la Copa América de Brasil cumpliendo 32 años el 24 de junio. El plantel que lo recibirá será muy distinto del que se despidió después de la derrota 4-3 ante Francia en Rusia 2018. Otros jugadores, otro cuerpo técnico (Lionel Scaloni) y seguramente otra idea futbolística para armar el equipo.
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Scaloni, confirmado en su cargo por lo menos hasta la finalización de la Copa América (una desprolijidad absoluta), tendrá enfrente a un jugador que no volverá para constituirse como un integrante destacado del plantel. Volverá quizás para intentar ser lo que todavía no pudo ser: el líder ideológico del equipo, más allá de que lleve o no la cinta de capitán.
Esa ilusión encarnada en el liderazgo eventual de Messi no deja de ser una expresión de deseos. El no revela a un líder. No lo fue. No lo es. No lo será. No siente esa necesidad impostergable que otros en su momento sintieron. Messi acompaña. Eso sí: puede acompañar como nadie. Puede ser la compañía más perfecta y más admirable. Pero no el jefe del equipo. No el capo. No el hombre que ordena, decide y determina. Este rol no lo representa, aunque haga esfuerzos para interpretarlo. Por eso exigirle que actúe como un maestro de ceremonias integral es una mochila que no puede llevar.
Decir como dijo Jorge Sampaoli que la Selección tenía que estar casi subordinada a Messi (“Si Leo está bien será mucho más el equipo de él que mío”, afirmó el técnico en los meses previos al Mundial), fue un error que no tendría que repetirse. Esa rendición incondicional a las calidades del astro del Barça ni siquiera operó en favor de Messi. Por el contrario: le endosó una presión monumental que no logró manejar ni aun con un grupo de jugadores muy atentos a sus necesidades.
El deseado reencuentro de Messi con la Selección tendrá que ser bien construido por la AFA y por Scaloni. Nunca está de más señalar que de parte de AFA no pueden esperarse respuestas muy inteligentes. De parte de Scaloni, no se sabe. Por ahora es un pasajero en tránsito.
En definitiva, será cuestión de no caminar descalzo por el parque anticipando esplendores ni frustraciones. Messi sigue siendo un auténtico fenómeno del fútbol mundial. Claro que la Selección continúa expresando una deuda (más chica o más grande según la mirada de cada uno) que él todavía no pudo pagar. Negarlo sería algo parecido a colocarse una venda sobre los ojos.