Hace 46 años, más precisamente durante noviembre de 1971, José Omar Pastoriza, por aquel entonces jugador de Independiente y secretario general de Futbolistas Argentinos Agremiados (FAA), lideró un paro de jugadores durante 18 días con el propósito de que sean reconocidos en el Convenio Colectivo como trabajadores en relación de dependencia.
El interventor de AFA de aquellos días, Raúl D’Onofrio (padre del actual presidente de River Plate, Rodolfo D’Onofrio) y la dictadura militar que expoliaba y entregaba el país a los centros financieros internacionales al amparo de la presidencia del teniente general Alejandro Agustín Lanusse, se oponían a esa conquista como a cualquier otra conquista social que reivindicara derechos.
Pero finalmente después de una lucha muy recordada, Agremiados alcanzó su objetivo. A 9 meses de ese triunfo histórico (Carlos Della Savia quien jugaba en River y Carlos Pandolfi, quien hacía lo propio en Los Andes, fueron grandes colaboradores de Pastoriza), el Pato, con 30 años cumplidos el 23 de mayo de 1972, se vio obligado a emigrar a Francia para cerrar su carrera como futbolista y recién regresar a Independiente como entrenador a mediados de 1976, bajo la presidencia de Julio Humberto Grondona.
Muchos años después de ese episodio, Pastoriza explicaría sin dar grandes detalles de las razones de su sorpresiva partida al Mónaco en septiembre de 1972, luego de disputar en Holanda el partido revancha por la Copa Intercontinental frente a esa máquina arrolladora que fue el Ajax de Johan Cruyff: “Querían borrarme del fútbol argentino de cualquier manera y me tuve que ir. No me quedaba otra. Me lo dijeron muy clarito después de la huelga en un partido que le ganamos 3-2 a River en el Monumental con un gol de tiro libre mio sobre la hora. Esa misma tarde en el vestuario me lo anticiparon. Hubo dirigentes de Independiente, entre ellos Epelboim, que habían hecho un convenio con el gobierno para que yo me termine yendo. Y me transfirieron”.
Está claro que Sergio Marchi como titular de Agremiados quizás no acredita la misma estatura sindical ni el potente liderazgo que ejercía el Pato, más allá de su indudable magnetismo. Ni tampoco va a sufrir consecuencias idénticas a las que padeció Pastoriza desde fines de noviembre de 1971 cuando le exigieron en pocas palabras que debía irse de la Argentina y abandonar todas sus actividades. En especial, su rol decisivo al frente de Agremiados.
Marchi se retiró como jugador hace dos décadas. No lo van a colgar ni mandar de manera elegante a ningún exilio más o menos dorado. Pero nada es gratuito, ni antes ni ahora. Y él seguramente no lo debe desconocer. Ponerse a la cabeza de un paro en un momento muy delicado del gobierno nacional y bajar esa línea dura ante los jugadores que adhirieron a la medida de manera inevitable, suele generar consecuencias. Y reacciones de todo calibre que no le van a ser ajenas.
De hecho, el presidente de Boca, Daniel Angelici, consumado el paro, amenazó con pedir un cambio de orientación rotundo en la plana mayor de Agremiados (o promover un nuevo sindicato presidido por un títere, funcional a sus creadores), como si advirtiera de la noche a la mañana que pudiera gozar de una influencia determinante en un área que no está bajo sus dominios. Esa búsqueda intencionada de Angelici, por supuesto no es inocente. Todo lo contrario. Siente que está habilitado para hacerlo. Y lo va a intentar hacer.
Hoy Marchi es un protagonista no deseado y descalificado sin anestesia por los espacios de poder, incluso gubernamentales. No es una víctima tradicional, pero le van a contar las costillas del pasado, del presente y del futuro. Y van a intentar descubrirle cuando muertos tiene en el placard. Si no los tiene, algunos cruzados que nunca faltan se los van a inventar como se acostumbra en estos casos. Para deslegitimarlo públicamente. Para arrojarlo a la jaula de los leones. Y para mostrarlo ante las distintas audiencias como un ejemplo de lo que no hay que hacer. En este caso con el fútbol. Pastoriza, en su momento, ya lo comprobó.
Por Eduardo Verona