Ahora, que él mismo hace unos meses comentó que “ya me pesa la edad” (tiene 68 años) para seguir desarrollándose como entrenador y luego volvió sobre sus pasos planteando que se dejó llevar por sus impulsos, no sería aventurado ni temerario considerar que Ricardo La Volpe apuntaba para más.
Apuntaba para ser un entrenador más valioso de lo que terminó siendo. En especial en la etapa en que dirigió a la selección mexicana durante el periodo 2002-2006, cuando más allá de haber caído en octavos de final 2-1 ante Argentina (con aquel recordadísimo golazo de Maxi Rodriguez) en el Mundial de Alemania, la idea que impuso La Volpe por encima del dibujo táctico, reveló el perfil de un técnico muy influyente y calificado, que incluso despertó los elogios de Pep Guardiola por el estilo de juego y por la valentía estratégica para afrontar todos los partidos.
Por aquellos meses de gran reconocimiento, La Volpe tuvo la chapa suficiente para reemplazar a Alfio Basile en Boca (el Coco quedó ligado a la Selección en su segundo y fallido ciclo) y a partir de su asunción como entrenador xeneize comenzó a perderse en sus propios laberintos, que no fueron pocos.
Como si su regreso celebrado al fútbol argentino le desacomodara todos los papeles, hasta empujarlo a una desconcierto inocultable, que culminó entre otros episodios con la sorprendente postergación de Boca en el Apertura de 2006 y con la consagración de Estudiantes, conducido por un Diego Simeone en ascenso.
Allí, precisamente, habría que situar ciertas claudicaciones evidentes de La Volpe como líder grupal. Allí, en la cresta de la ola del fútbol argentino el arquero que integró el plantel de Argentina en el Mundial 78, fue delatando sus zonas erróneas. Se preocupó más en mediatizar su figura exhibiéndose como un protagonista del show del fútbol, que en atender full time su función específica de entrenador de Boca.
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Y cayó en la rutina que siempre provocan las polémicas armadas (una de ellas) alrededor de jugadores que en ese momento no estaban en Boca , como Riquelme, por ejemplo, en plena etapa de incipiente conflicto en el Villarreal de España.
Esos episodios tormentosos de La Volpe con Riquelme a la distancia, en la que ponía en foco una y otra vez la inutilidad de jugar con un enganche clásico, como si fuera un tema crucial, testimoniaron su debilidad frente a las circunstancias.
Esa búsqueda permanente de marcar con firmeza su territorio conceptual y subirse a todas las tribunas públicas para relatar el contenido de sus preferencias futbolísticas, no le permitió observar la magnitud del contexto. Era el técnico de Boca. Pero parecía que su prédica vehemente era la de un hombre que había vuelto a la Argentina para pasar facturas, brindar maestrías de fútbol por las pantallas de la televisión y compartir sus verdades absolutas sin nunca pisar el freno.
Sin dudas, se equivocó. Y pagó. Porque estas cosas se pagan más temprano o más tarde. Después estuvo en Vélez, siguió confrontando con Riquelme cuando volvió a vestir la camiseta de Boca en el primer semestre de 2007, continuó su carrera en México, regresó para dirigir brevemente en Banfield y otra vez se instaló en México para establecerse allí hasta finales de 2019.
Aquel La Volpe pasional y en algunas ocasiones interpretando un papel que lo desdibujó por completo (como ocurrió hace un par de meses cuando en la cadena Fox Sports se cruzó en varios capítulos con Oscar Ruggeri en una especie de debate futbolístico saturado de chicanas y de vuelo demasiado bajo), lo terminó mostrando en una faceta que solo profundizó su declinación.
“Como entrenador ya está, pero me gustaría ser director deportivo”, dijo días antes de que el Covid-19 arrasara con todas las certezas. En México podría tener alguna chance, más allá de su postulación para dirigir a los Pumas de la UNAM. Acá, en cambio, sus caminos se fueron cerrando. No ahora. La huella se remonta al 2006, cuando se vinculó a Boca para ir por todo y su autoestima recibió una herida que nunca logró cicatrizar.
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